jueves, 23 de mayo de 2019

CASCANDO



Ay, hijo, anoche comencé a sentirme rara y hubo un momento en que pensé que cascaba como Felipón. ¿Conocimos a alguien llamado Felipón? No, pero en la casa de Ablaña siempre se dijo así, incluso cuando algo se rompía: cascó como Felipón. Pero, insisto, del tal Felipón no sabemos nada, aunque lo menciones en el trance palmatorio, que vaya momento de recordar un nombre así. Exacto. ¿Y no te pica la curiosidad? Ahora que lo dices…no. Ah, ¿y si resulta que el tal Felipón, por momentos pareció que cascaba pero no fue así y anda por ahí vivito y coleando? A ver entonces cómo se casca al estilo de Felipón, o sea, que no se casca. Pues yo bien pensaba que lo hacía. ¿El qué? Cascar, hijo, cascar. Pues aquí estás comiendo unos escalopines a dos carrillos. Porque tengo que recuperarme del soponcio. Y a fe que lo estás haciendo. No te veo demasiado contento con mi renacimiento. Mamá, eso ni en broma; es simple observación, pero me parece que estás bastante más saludable que Felipón, haya cascado o no. Que sepas que no me da miedo morir. Lo sé; más miedo me da a mí que te mueras. Ha de ser. Conforme, pero a su andar, cuando toque, que no era anoche, y a las pruebas me remito. Ya quisiera Felipón tener ese saque. ¿Me estás llamando tragona? En absoluto; vuelve a ser una mera observación. Es que si no como entonces sí que me muero. Pues, claramente, no te mueres, de lo cual me congratulo. ¿Lo estás diciendo con “rintintín”? Nada más lejos de mi intención. Haz un favor a tu anciana madre y acércame esa escoba, que te voy a correr con ella por el pasillo. ¡Caray con Felipón!, qué remango. Por cierto, cuando sea, que no va a ser hoy, ¿pongo en la esquela que cascaste como Felipón? Anda ceporro, calla, ven acá y siéntate, pero antes mira si quedó en la potina algo más de puré. Quedarías con hambre. ¡Que me acerques la escoba!

LA NUEVA ESPAÑA DE LAS CUENCAS 22/5/2019

IR Y VOLVER




Está claro que, evitando llevarlo al extremo, el espíritu competitivo es un factor clave de la evolución humana. Y la tertulia del contenedor no es ajena a ello. La llegada de los aires templados nos ha lanzado a casi todos al paseo del rio, en eso que algunos llaman “operación bikini”. Pero, claro, ahora la conversación dominante versa sobre kilómetros, minutos y segundos, una competición para determinar quién camina hasta Ujo y vuelve en el menor tiempo posible. Y para evitar fantasmadas, gracias a la popularización de los relojitos y las pulseritas deportivas, estamos llevando un riguroso registro que, además, permite hacer un seguimiento de la evolución de cada tertuliano. Desde que implementamos la tecnología, los datos señalan que los rápidos no lo son tanto y los lentos van más despacio aún. 
Pero el descubrimiento más relevante es el siguiente: en todos los casos se da la circunstancia de que el tiempo de regreso es mucho mejor que el de ida. Será porque el organismo ya se ha acomodado al esfuerzo, será porque respiramos mejor, será porque los músculos trabajan a su temperatura óptima, será, será… “Será porque volvemos que nos meamos y por eso apretamos el paso”, reflexionó el tesorero. Y se hizo el silencio. Hace años que no se escuchaba un razonamiento tan sólido. “Efectivamente, va a ser por eso”, fue la conclusión unánime.
“Yo, desde la pasarela del polígono ya llevo las llaves de casa en la mano, porque siento que no me aguanto”. “Pues yo ya tuve que esconderme tras un arbusto porque no llegaba”. “Ya me extrañaba a mí que en el último kilómetro me adelantaran todas las mujeres, pobres, que lo tienen más complicado que nosotros”. “El otro día me di la vuelta en Santullano porque la vejiga comenzó a lanzar señales de advertencia”. 
Claro, es lo que tiene la edad adulta, que el tema urinario es, digamos, más inquieto, y en todo el recorrido no hay ninguna “estación de servicio”. De ahí nuestros tiempos de récord, aún con viento en contra.  

LA NUEVA ESPAÑA DE LAS CUENCAS 16/5/2019

VEINTE AÑOS




El día de mi vigésimo aniversario como colaborador de LA NUEVA ESPAÑA el “cuentacolumnas” del ordenador marca 2392. Esto viene a suponer unas 840.000 palabras escritas para este periódico, que tuvo a bien concederme un rectángulo en blanco para que yo lo rellenara, y que conserva intacto el principio con el que fue creado: la libertad.
Un par de décadas de escritura producen no pocos cambios y replanteamientos. Cuando me asomo a las primeras opiniones publicadas, allá por la primavera de 1999, no puedo evitar una extraña mezcla de nostalgia y vergüenza. Indudablemente, he perdido por el camino la frescura de aquellas columnas que vieron la luz en un tiempo en que el clima social y político de las cuencas mineras resultaba asfixiante, y el arrojo de escribir aquello en aquel momento, cuando la sociedad se dividía entre los que asentían y los que callaban. Hoy, los que asentían, callan y los que callaban, denuncian. 
Veinte años de observación dan para mucho, para comprender cómo somos en solitario y en grupo, para descifrar lo mucho que exigimos y lo poco que estamos dispuestos a conceder, para aprender a medir cuánto dista entre el dicho y el hecho, para evaluar nuestro índice de autocrítica. 
Veinte años sirven para entender que no es sano ocupar el intelecto con todo lo que está mal, lo mejorable, lo que es responsabilidad de zánganos e incompetentes. La vida es mucho más; y la escritura, también. Y a lo largo de veinte años vas navegando en busca de aquello que te satisfaga, de las ideas que quieres transmitir, de las historias –reales o imaginarias- que deseas dar a conocer, de los sueños y aspiraciones, personales y comunes, procurando no olvidar que no son pocos los lectores que buscan en este rectángulo un instante de evasión y, a ser posible, una sonrisa que matice el exceso de seriedad de la realidad.
Veinte años después creo haber aprendido que con un punto de humor, aunque sea ligero, la vida es más llevadera. Y ustedes me han hecho saber que los sentimientos sinceros leídos en un periódico pueden calar hondo.

LA NUEVA ESPAÑA DE LAS CUENCAS 12/5/2019

SIDRA




El arreón popular de la sidra con el tinglado de la iniciativa de declaración de Bien Cultural de la UNESCO tiene su puntillo tragicómico. Porque mira que nos hemos puesto campanudos con una tradición que nos esmeramos en estropear. En Asturias únicamente producimos el líquido. Todo lo demás hemos de traerlo de fuera. Las cajas y botellas, los corchos y vasos son de importación. Además, bajo la denominación de sidrería se consiente la práctica de cualquier negocio hostelero en el que haya sidra. Da igual cómo sea, ni su decoración, si es representativa de la tradición y cultura asturianas o no. Es más, actualmente hasta cuesta encontrar el acto ceremonial del escanciado, hoy sustituido por la mala imitación de los artilugios eléctricos que también se fabrican lejos de Asturias. Sin embargo, nos engañamos a nosotros mismos pretendiendo hacer bandera de una costumbre que descuidamos insistentemente. Y llevamos años observando cómo el País Vasco adquiere una notoriedad sidrera que ya incluso nos supera, a pesar de que la calidad del producto no tenga comparación. Pero allí cuidan los detalles y elevan la actividad al rango de marca distintiva. En definitiva, nos están comiendo la tostada mientras los asturianos firmamos folios de adhesión a algo que a todas luces no se soporta tal como lo tenemos planteado. 
Será para ver si se saca una subvención, me dijeron. Y con ella montamos un centro de interpretación de la sidra que cerraremos antes de que la gente compruebe que la historia no tiene nada que ver con la realidad. Porque la sidra era mucho más que beber un líquido ligeramente alcohólico. Era madera, referencias asturianas en las paredes, nuestra forma de comer para que la bebida no golpee en el estómago vacío. Y la música, el cantar espontáneo, triste y alegre, que la modernidad expulsó.
El simple hecho de que traguemos sidra como descosidos no parece causa suficiente para que se nos otorgue un reconocimiento para el que no estamos haciendo méritos. Si nos es concedido, mejor, pero no dejará de ser una ficción. 

LA NUEVA ESPAÑA DE LAS CUENCAS 5/5/2019

BREXIT




Los británicos no decidieron salirse de la UE por un capricho repentino. Qué va, el asunto ya viene del tiempo de la caída del Muro de Berlín, agravado tras la entrada en vigor del Acuerdo de Schengen. El Reino Unido lleva muchos años avisando de que la oleada de inmigración procedente, principalmente, de la Europa del Este, le estaba causando problemas. Y pasó el tiempo. Y los problemas crecieron. Y se extendió por la isla una sensación de inseguridad que fue aprovechada por los sectores sociales y políticos más reaccionarios para ir haciendo adeptos. El establecimiento y las actividades de los clanes chechenos, búlgaros, rumanos, albano-kosovares y georgianos no ayudaron a frenar el creciente cabreo de los británicos con la relajada estrategia fronteriza de la UE. Tampoco ayudó la visión de los campamentos de Calais, en los que miles de personas aguardaban la oportunidad para cruzar el Canal de la Mancha.
Todo ello, para la mentalidad isleña significa invasión. Porque en otros lugares puede estarse de paso, pero la isla es el destino. Y los británicos, que asumieron con bastante naturalidad la inmigración procedente de las colonias, se vieron con las puertas abiertas y sin la llave para cerrarlas ante la avalancha que llega a través de la UE. 
Y ante este panorama, un fuego nacionalista encendido, una creciente percepción de peligro, pues una parte de los llegados no lo han hecho en son de paz, y la falta de respaldo de los socios europeos, condujeron a la UE al laberinto en que se halla hoy.
El trasfondo del Brexit contiene un 90% de miedo de una población muy conservadora (de hecho, el voto rupturista proviene de los más adultos, al contrario que los jóvenes, partidarios de permanecer en la UE). Al británico medio no le preocupa que la enfermera sea de Jaén o la apertura de un restaurante asturiano. En absoluto. El auténtico problema es de inseguridad, de temor. Y votar con miedo en el cuerpo suele llevar a resultados extraños.

LA NUEVA ESPAÑA DE LAS CUENCAS 28/4/2019