lunes, 23 de septiembre de 2019

VIENE UNA OLA




“Viene una ola”, cantaban los Hermanos Calatrava. Bueno, lo que se dice cantar, cantaba el más alto y lucido mientras el pequeñajo y feo buscaba una ola que no acababa de ver.
Bueno, pues los expertos internacionales vuelven a advertir, doce años después, que viene una ola, una nueva crisis económica de una magnitud aún por determinar, pero que no tiene pinta de ser leve. Y, por lo visto hasta la fecha, todo parece indicar que, como entonces, nos va a pillar de pleno y sin habernos protegido.
El célebre debate televisivo Solbes – Pizarro, que ganó el primero pues al segundo no se le ocurrió peor cosa que ser sincero y alertar del porrazo que nos íbamos a llevar –que, efectivamente, nos llevamos-, evidenció que al electorado español no le van los agoreros ni los portadores de malas noticias aún sin confirmar. El “aquí no pasa ni pasará nada” triunfó frente al “ojito con la que se nos viene encima”, y las consecuencias aún se están pagando.
Hoy, con un gobierno en funciones y sin adoptar medidas de calado, España vuelve a estar al pairo en alta mar, navegando en la dirección que marcan los vientos y el oleaje cuando la mayor parte del primer mundo ya está poniendo rumbo a puerto seguro para capear el temporal. Todo parece indicar que, doce años después, la ola que no queremos ver puede pegarnos otro meneo de cuidado. Pero España está a otras cosas, a lo suyo, enfrascada en sus paranoias y en la política de lo estéril. Como ya sucediera en 2008, que es nuestra marca de la casa, en los momentos más inoportunos y delicados vamos a tener al frente a los gobernantes menos adecuados en un panorama político de suma fragilidad. Y los daños serán de consideración, como suele suceder cuando por sistema se ignoran las alertas de peligro.
No tenemos remedio, no aprendemos. Y aún con todo, España sigue siendo uno de los mejores lugares de este planeta. Lo que podríamos llegar a ser con un pelín más de sensatez. 

LA NUEVA ESPAÑA DE LAS CUENCAS 12/9/2019

TURISMO DE MASAS




Cuando pasas unos días en uno de esos lugares extremadamente turísticos, un pequeño pueblo que cada jornada sufre una avalancha de visitantes, la invasión de coches y autobuses, comprendes que para algunos de los que allí residen el turismo es una desgracia. Porque se ven obligados a desarrollar su actividad diaria entre hordas de japoneses, árabes, chinos y rusos que copan hasta la saturación la coqueta localidad, y su idílica estampa al pie de un lago, entre imponentes cumbres, se emborrona con la incomodidad de este turismo multitudinario que toma al asalto todo lugar en el que se detenga la excursión, sin reparar en las molestias que ocasiona. Y me viene el recuerdo de un extremo de aquel pueblecito al que, ya de noche cerrada, acudían decenas de personas a hacer la foto perfecta. En las casas de aquel enclave había carteles que pedían silencio porque, en la excitación propia del viajero, del veraneante, tendemos a olvidar que ahí, en ese enclave tan bello, puede haber alguien que quiere descansar.
Por supuesto que no ha de ignorarse el factor económico, que beneficia directamente a quienes viven de los turistas, pero no por ello se debería obviar que, tras el brillo de las cámaras fotográficas, los restaurantes llenos y las tiendas de recuerdos atestadas, también hay gente que padece las consecuencias, personas para las que la cotidianidad se complica, y se encarece, mucho. Que se lo cuenten a los venecianos, para los que algo tan normal como caminar por las calles se hace imposible con cada desembarco de un crucero. 
Por ello, no me extraña que vaya en aumento la reclamación del derecho a poder vivir con tranquilidad y de un turismo sensible, movimiento que, como suele ser norma común, acabará dirigido por los más idiotas y aprovechados, que convertirán una reivindicación justa en un disparate. De hecho, ya lo estamos viendo en Barcelona.
Por fortuna los habitantes de las cuencas mineras no tenemos ese problema. De hecho, por aquí un turista es un espécimen bastante extraño, por lo que hemos de concentrar los esfuerzos en defendernos de nosotros mismos, que somos nuestros principales enemigos.

LA NUEVA ESPAÑA DE LAS CUENCAS 5/9/2019

EL CHÁNDAL



La verdad, somos únicos. España es, tras el Reino Unido, el país europeo con más gordos. Y gordas, claro está. Se ve que la dieta mediterránea ha quedado como mero reclamo publicitario. Bueno, pues a su vez, en esta divina tierra las ventas de material deportivo se han disparado, en perjuicio de la ropa de vestir tradicional. 
A bote pronto no ves más qué contradicción: ¿obesos y deportistas? La cosa no mezcla bien, salvo en esas especialidades en las que estar como un buey le aproxima a uno al éxito. Pero no es el caso, no se advierte un incremento significativo de practicantes de sumo o de lanzamiento de martillo. Pero una observación más pausada conduce a la resolución de la incógnita, que tiene un nombre: chándal. ¿Qué sucede tras los excesos gastronómicos de las navidades? Pues que la única prenda del armario que no nos estrangula es el chándal. Y, seamos sinceros, ¿qué es lo primero que se nos viene a la cabeza cuando vemos a un conocido en chándal por la calle? Este se puso como un bodoque. 
Por ello, ha de concluirse que el aluvión de clientela en los almacenes de material deportivo no responde a ninguna fiebre nacional por ponerse cachas y sanotes. Lo que sucede es que el español medio, cada día más paquidermo, ha abandonado el vestuario formal, entallado, apretadito, incómodo y revelador de lo rollizos que nos hemos puesto, por la vestimenta deportiva, flexible hasta lo imposible y capaz de acoger las sobredimensiones.
Un español que se pone un chándal no se dispone a hacer deporte; es que está gordinflas y no entra en los pantalones. 
Creo que ya se lo conté: jamás vi tantos obesos juntos como la última vez que fui a uno de esos almacenes de deporte. Era como una concentración de hipopótamos a la caza de prendas de su talla. ¿Y cuál era el producto estrella? ¿El traje de neopreno? ¿Las botas de senderismo? ¿El bañador floreado? No; era el chándal, la prenda universal contra la que sólo puede competir la túnica estilo Demis Roussos, en capacidad y comodidad.

La Nueva España de las Cuencas 16/9/2019

miércoles, 4 de septiembre de 2019

SUICIDIO



El 10% de Gran Canaria, calcinado en pocos días. La mano criminal aprovechó el calor y el viento para encender el mechero y destruir buena parte de la naturaleza de la isla. ¿Por qué? ¿Para qué? Intereses agroganaderos, inmobiliarios o, sencillamente, ese instinto humano tan agudo que le empuja a cargarse todo lo que tiene delante. La selva amazónica en llamas. El gran pulmón mundial en riesgo mortal. Una vez más, la enésima demostración de la necedad de la especie humana, incapaz de mirar más allá y prever un futuro sin aire que respirar. Fuego a discreción para la conquista miope de unos réditos.
Qué contradicción tan evidente y que muestra de estupidez la del ser humano, que investiga la viabilidad de hacer habitable el planeta Marte, cuyas condiciones se aproximan mucho a las del infierno, mientras de un modo tenaz, sistemático y cada vez más acelerado, destroza la Tierra, el único lugar del universo que ha demostrado muy generosamente su capacidad para generar y sostener la vida. Pero dan igual las alertas, las conclusiones científicas y las cada vez más claras pruebas de que las alteraciones medioambientales ya nos están afectando. Aparte de pretender lavar su conciencia con unas cuantas reacciones descoordinadas y principalmente cosméticas, la humanidad sigue sin estar dispuesta a pisar el freno en esta carrera suicida y replantearse las prioridades. Porque imperan hoy más que nunca la visión a corto plazo y la caza indiscriminada del beneficio económico. 
En tanto que la acumulación de dinero y poder sean los únicos impulsores, este rumbo hacia la extinción no se corregirá. Mientras la ecología no produzca los enormes rendimientos crematísticos que sí se obtienen destruyendo el medio ambiente, el obstinado e insaciable ser humano no cambiará de actitud, por más que las señales de que la Tierra está cada vez más enferma sean irrebatibles. 
El 5% de la población que acumula el 80% de la riqueza mundial sólo quiere atesorar aún más. El 95% restante, bastante tiene con sobrevivir. Como para pensar en el futuro del planeta.

LA NUEVA ESPAÑA DE LAS CUENCAS 28/8/2019