jueves, 21 de marzo de 2019

CREER



Querer es poder. Pero, para que la máxima funcione, primero hay que querer. En la tertulia del contenedor no hay noche en que no se planteen ideas, proyectos y planes de desarrollo de este Mieres que se nos está agotando inexorablemente. Hablamos de todo lo que se podría hacer, de la potencialidad de este concejo que estamos dejando morir. Su atractiva mezcla urbana y rural, su ubicación, cerca de todo y lejos de nada, la naturaleza y el patrimonio industrial y minero. Y, con tanta población envejecida, bien podríamos especializarnos en el cuidado de ancianos. O, en vez de decirlo, de una vez por todas, aprovechar los ríos que surcan el valle en vez de utilizarlos como vertederos. Porque una joya como el río San Juan merecería convertirse en un oasis de vida. Y la ciencia y la técnica podrían crecer y multiplicarse alrededor del Campus. Y tantas cosas más.
Sin embargo, no caemos en la cuenta o no queremos reconocer que la mayoría absoluta de los que proponen esa catarata de ideas son jubilados sin la menor intención de arriesgar lo más mínimo. Y el resto, los poquitos que aún madrugan para trabajar, no piensan en otra cosa que en la fecha de jubilación. 
Con este panorama, diciendo y no haciendo, pidiendo y no poniendo, suspirando por el retiro en vez de estimulados por las iniciativas, la resucitación de Mieres se antoja del todo improbable. Porque la nuestra es una sociedad que huye de riesgos, a la que pensar en el emprendimiento personal que también redunde en el progreso común causa urticaria. Es más, reconozcámoslo, no miramos con cariño al valiente que lo intenta, no vaya a ser que le salga bien la apuesta. Que vengan, que nos pongan, que nos hagan, que nos arreglen. Pero que sean otros. 
Seamos sinceros: no creemos en nuestro pueblo. Porque, de lo contrario no lo abandonaríamos, no lo maltrataríamos y, en vez de soñar con escapar de él, estaríamos invirtiendo tiempo, ilusión, esfuerzo y dinero en Mieres. Como hace la gente que cree. 

LA NUEVA ESPAÑA DE LAS CUENCAS 21/3/2019

MALA LECHE




Es lo que mi padre definía como “la mala leche de los objetos inanimados”. Cómo puede desaparecer ese bolígrafo que acabo de utilizar y depositar sobre la mesa. Cómo es posible que unas gafas de sol, con su funda y todo, se escurran de la chaqueta, caigan al suelo del coche, y no haya forma humana de recuperarlas. Qué explicación tiene que las llaves que dejé sobre la mesilla ya no estén. Porque, hablando de llaves, hace muchos años, en la playa de Levante de Calpe, me sucedió que me quité los pantalones cortos y, al ir a meterlos en la bolsa, vi cómo las llaves del coche –llavero, llavona del contacto, llave media de las puertas y llavuca del depósito de gasolina, como era habitual a mediados de los 80-, saltaban de un bolsillo para caer en la arena, entre mis pies, ante mis ojos y los de media docena de personas que estaban junto a mí y que, en ese fatídico instante, nos quedamos inmóviles para no confundir el rastro. Un rastro clarísimo, un hoyito de entrada que, en principio, no planteaba problemas. Ahí cayeron, ahí han de estar. Pues no. Comencé, con sumo cuidado, operando en la zona y hora y pico después habíamos movido más arena que los árabes construyendo campos de golf. Y las llaves desaparecieron para siempre, como si hubieran entrado en el canal interhemisférico y, quién sabe, igual las halló un aborigen australiano. Pero nosotros pasamos del intento quirúrgico de recuperación, todo finura y precisión, a la excavación enloquecida –el calor en la cabeza causa estragos- hasta la puesta de sol. Coche cerrado, llaves perdidas: tenemos un problema. 
Mi madre acaba de pedirme algo de adhesivo para una de sus labores artísticas. Y, precisamente, yo sujetaba en la mano derecha un tubo de pegamento al responder la llamada. Sin embargo, cuando quise llevárselo no fui capaz de encontrarlo. Eché abajo el escritorio, saqué y volqué los cajones, barrí el suelo… Hice cuanto hay que hacer para encontrar algo. Y, como fracasé, me senté y me puse a escribir. 

LA NUEVA ESPAÑA DE LAS CUENCAS 20/3/2019

LETRA PEQUEÑA



Me acaba de llegar el panfleto publicitario de un fondo de inversión y reconozco que no entendí absolutamente nada. Bueno, si dejamos a un lado los grandes titulares y los lemas impresionantes, lo demás, como si fuera abisinio. Eso sí, unos gráficos tan estupendos como ininteligibles, pues se referían a conceptos extrañísimos. Y sobredosis de nombres en clave e iniciales de conceptos que no has oído jamás. Si esa es la publicidad, imaginen el contenido de lo que se firma al suscribir uno de estos productos. Es una terminología tan compleja que, como no seas un profundo conocedor de la materia, eres incapaz de saber dónde te estás/están metiendo. Y eso si ponerte a leer la letra pequeña, que por algo se llama así, porque no hay quien la lea, primero porque hace falta una lupa y, segundo, porque aunque la tengas, resultará imposible sacar algo en claro. 
En estos últimos tiempos, por motivos laborales he tenido que leer muchas escrituras de hipotecas y hay que concluir que, en su inmensa mayoría, fueron redactadas para ser incomprensibles para el cliente que se echa la piedra al cuello para una pila de años. Hasta los abogados, en no pocas ocasiones, no enfrentamos a clausulas que no hay manera de descifrar, redactadas así a propósito, para que el paisano de la calle no se atreva ni a preguntar.
¿Se preguntaron alguna vez por qué existe la letra pequeña? Si todo es tan claro y legal, ¿a santo de qué viene esa minúscula y farragosa redacción? Pues, ya se lo digo yo, para metérnosla doblada. Entonces, ¿por qué una práctica claramente engañosa se consiente? Porque, vuelvo a decírselo yo, el mundo está así montado y buena parte del rendimiento económico proviene de esa letra pequeña que, cuando te quieres dar cuenta, desmiente lo que decía la letra grande, la del ahorro, la de la oportunidad, la de la seguridad, la de la garantía. Y es que lo que mueve el mundo es la letra pequeña. Por eso está como está. 

LA NUEVA ESPAÑA DE LAS CUENCAS 7/3/2019

DESTRUCCIÓN ON LINE



La sociedad moderna ya dispone de un nuevo recurso para autodestruirse: el juego por internet. En esa bipolaridad que nos caracteriza, decimos combatir el tráfico de droga, si bien sus beneficios descansan plácidamente en los bancos ubicados en esas casillas de inmunidad e impunidad que hemos creado; también nos mostramos determinados a poner cerco al consumo de sustancias perjudiciales, como el tabaco, y lo hacemos tan bien que está aumentando su consumo entre jóvenes y mujeres, para júbilo de las multinacionales que nos proveen del veneno y de la hacienda pública que hace caja;  y con el alcohol, otro tanto de lo mismo: gracias a las políticas de concienciación, jamás se bebió tanto y desde tan pronto como ahora. Enhorabuena a todos.
Y, por si no fuera poco el fomento del juego que hace el Estado, ahora consentimos la avalancha del juego on line cuyos beneficios acaban en los paraísos fiscales. Y permitimos que se anuncie en televisión unido a la práctica deportiva. En consecuencia, como era de esperar, la ludopatía desencadenada a partir de estos novedosos negocios ya comienza a ser un problema de gran magnitud. Niños enganchados y jóvenes que arruinan a sus familias se agolpan en las salas de espera de los psiquiatras y en las terapias de las asociaciones especializadas. 
¿Por qué damos publicidad a lo que sabemos que es rematadamente malo? No es ninguna broma: en el descanso de un partido de fútbol conté una decena de anuncios de apuestas por internet. Incluso hay uno que se atreve a comparar la emoción del juego con la vida misma. Y ahí están esos demonios modernos, a disposición de los cerebros más tiernos, abriendo sucursales físicas, qué curiosidad, en los barrios humildes, para captar y terminar de desangrar a las víctimas de la desesperanza. 
No soy muy dado a las prohibiciones, la verdad, y creo que se aprende a vivir a base de identificar y esquivar los peligros, pero dar altavoz y respaldo al juego on line es una estupenda forma de destruirnos. 

LA NUEVA ESPAÑA DE LAS CUENCAS 5/3/2019

A SETAS O A ROLEX




Y el Paraíso Natural en alerta por contaminación. Qué contradicción. Y qué difícil de explicar a los intrépidos turistas que llegan buscando el edén tapizado de verde que les prometemos. Esas boinas de humo negro sobre las cabezas indican que algo estamos haciendo rematadamente mal. Seguro que conocen el viejo chiste de aquellos dos que iban por el monte buscando setas. ¡Mira Paco, un rolex!, dijo uno recogiendo un precioso reloj del suelo. Vamos a ver, Manolo, ¿a qué hemos salido, a setas o a rolex? Bien, pues me parece que en Asturias aún no hemos decidido si vamos a setas o a rolex, a mar y montaña o a factorías atizando a toda mecha. Pero el tótum revolútum actual en tan poquito espacio no sé si casa debidamente con la imagen que pretendemos transmitir. Recuerdo que hace años, en una visita a la ciudad alemana de Mönchengladbach, de vez en cuando sonaban unas alarmas en las calles, que avisaban de la alta contaminación del lugar, por lo que se recomendaba a la población quedarse en casa con puertas y ventanas cerradas. Claro, aquello estaba rodeado de industria pesada y lo sabías, porque nadie te lo vendía como un paraíso ecológico. Pero Asturias sí lo hace. 
Por otra parte, algo raro sucede cuando en un territorio que ha perdido la mayor parte de su actividad industrial y, además, con una población menguante, repuntan los niveles de contaminación. En teoría debería ser precisamente al revés. Pues resulta que no es así.
Si se dan cuenta, en Asturias lo fiamos todo al clima. Si hay incendios forestales, en vez de hacer el esfuerzo necesario para controlar lo que sucede en nuestros montes, miramos al cielo esperando se cese en viento sur y que llegue la borrasca. Hoy, la principal responsable de la contaminación es la encalmada meteorológica que vivimos estos días, y la solución también ha de venir del cielo. Esto es un error y haría falta hilar muy fino, y actuar con mucha inteligencia, para conciliar industria y naturaleza en el mismo espacio.  

LA NUEVA ESPAÑA DE LAS CUENCAS 19/3/2019

viernes, 8 de marzo de 2019

ENTROMETIDOS



Ciertamente se trata de un dilema. Qué hacer. Intervenir o no. Inmiscuirse en asuntos ajenos o dejar que los directamente implicados lo resuelvan a su manera. Cuanto más pienso sobre ello más me convenzo de que no hay una única respuesta válida para todos los supuestos. Por ejemplo, en Venezuela, ¿qué pintamos metiendo las narices unos y otros? ¿Por qué nos consideramos adultos y formados para gestionar nuestra política pero nos lanzamos a manosear los asuntos de otra sociedad, otro país, que es el resultado de su propia historia?
La verdad, no me parecería nada bien que desde fuera nos dijeran qué hacer con Cataluña, que se formasen bandos extranjeros a favor y en contra. Como problema interno que es, a los españoles compete en exclusiva su gestión. 
Muestra incontestable del daño que se puede causar a aquel al que uno asegura ir a ayudar es Oriente Medio, inestable, machacado y peligroso desde que “los buenos” pusimos el pie allí. Siria, Irak, Afganistán… una catástrofe tras otra. 
Hoy, medio mundo presiona al otro medio con Venezuela en medio. Pinta mal. ¿Por qué no la dejamos en paz y que lo arreglen desde dentro? Oigan, en Corea del Norte es lo se está haciendo: cero. ¿Será que no tienen nada sustancioso que merezca el esfuerzo? Porque, si echas un vistazo, aquí el primer mundo sólo se indigna contra los regímenes malvados que sientan sus reales sobre reservas petrolíferas y yacimientos minerales. Pero si te tocó nacer en un pedregal estéril, a nadie interesas y se puede ser todo lo tirano que quieras que no hay riesgo de ataque de los propagadores de la democracia. De hecho, hemos sido testigos de auténticas barbaridades que no merecieron más que una nota de condena.
Venezuela es propiedad del pueblo venezolano, que, creo, ha de ser dueño de su futuro y titular y responsable de sus actos. Lo que el resto lleva haciendo tantos años es pudrir las posibilidades de Venezuela de tomar sus propias decisiones. Garantía de daños irreparables. 

LA NUEVA ESPAÑA DE LAS CUENCAS 26/2/2019

PARAÍSO CANINO




Y lo que ya sabíamos sobre Mieres ahora se constata para todo Asturias: hay más perros censados que niños y jóvenes inscritos en los registros civiles. Ningún integrante de la tertulia del contenedor se sorprendió lo más mínimo. De hecho, la mayoría baja la basura sujetando por la correa a uno, dos y hasta tres canes. Es más, lo habitual es que en nuestras sesiones haya más cuadrúpedos que bípedos. Y el que se alarme por estos datos debería pensar que el recuento se ha hecho sobre los perros censados. Los clandestinos, que para mí que son más, no constan en el estudio. Porque, que se sepa, cada humano nacido en Asturias es debidamente registrado, algo que con los chuchos no es tan habitual. Pero bueno, tampoco deberíamos preocuparnos en exceso. En el Paraíso Natural se sobreentiende la abundancia de fauna. Y la hay. Seguro que si se obligara a los jabalíes a pasar por la oficina censal saldrían unos números de impresión. Y de avispones asiáticos tocamos a más de uno por cabeza. Y hormigas a mogollón. Y moscas. Y roedores. Hasta la esquilmada población de osos se está recuperando. Los únicos que parece que vamos hacia la extinción somos nosotros. Las residencias de ancianos, hasta los topes y los jardines de infancia, vacíos. Definitivamente, caminamos hacia ese Paraíso Natural prometido. Mucho bicho, mucha planta, y unos cuantos ejemplares de humanos que acabaremos como Paca y Tola. El vocal tercero de la tertulia dice que se apuesta una fabada del Consistorial a que en Mieres hay más perros que personas, sin importar su edad. Nadie aceptó el reto, y no precisamente por falta de ganas de meterse entre pecho y espalda esa suculencia, sino porque la realidad canta. Se adjudica a Lord Byron la célebre sentencia “Cuanto más conozco a la gente más quiero a mi perro”.  Cierto que el poeta británico debió de ser un tipo rarísimo, pero qué feliz podría haber sido en Asturias. 

LA NUEVA ESPAÑA DE LAS CUENCAS 23/2/19

INOPORTUNIDAD




El pueblo español tiene muchas virtudes y unos cuantos defectos. Entre los últimos, es de justicia reconocer nuestro escaso tino a la hora de escoger gobernantes. Los que nos vinieron impuestos, monarcas y militarones, se movieron entre lo inútil y lo calamitoso. Y tampoco mejoramos mucho cuando pudimos elegirlos. Una característica que no facilita la vida pues hay países que, en los momentos críticos, tuvieron la suerte o el buen criterio de poner al frente a sujetos válidos. Lo nuestro suele ser al revés, o sea, que justo cuando más falta nos harían la inteligencia y la valía, pinchamos en hueso y somos guiados por los más ceporros. Y, claro, vuelta a quedarnos rezagados, vuelta a pasarlo mal, vuelta a remar con intensidad. Pero es que, además, no me negarán que somos bastante inoportunos. Y en este caso me refiero a las elecciones. Los expertos señalan que la economía global se halla saliendo del porrazo de 2008 pero próxima a entrar en un nuevo periodo de dificultad. O sea, que este es el momento de pisar el acelerador y preparar la nave para soportar las sacudidas que se prevén. Bueno, pues la política española lleva tiempo en estado de semiparálisis que nos proponemos agudizar con una irritante sucesión de elecciones, con sus correspondientes campañas. Y, a continuación, de acuerdo con unas estadísticas que consideran prácticamente imposible un gobierno monocolor, vendrán los meses de negociaciones y el mercadeo de sillones. Con las obras de recuperación del daño de la pasada crisis aún en el esqueleto, nos detenemos, con los presupuestos prorrogados y las ejecuciones pendientes aún más pendientes. Se acerca el temporal y aquí estamos discutiendo quién se queda con las llaves de una casa que no está ni medio reconstruida. Los que se asoman a ver el panorama ya lo están advirtiendo: nos va a pillar el toro. Otra vez. Y para cuando tengamos los legislativos y ejecutivos –nacionales, autonómicos y locales- operativos, el agua ya puede llegarnos por la rodilla. 

LA NUEVA ESPAÑA DE LAS CUENCAS 19/2/2019