miércoles, 20 de septiembre de 2017

QUÉ TE CUESTA



Delante de mí, en el establecimiento, una señora con la tapa de una olla a presión en la mano. El artilugio no funciona, no cierra bien, voy a tener que comprar una pota nueva, esta ya tiene sus años pero funcionaba de maravilla, vaya desgracia. El dependiente examina la pieza y detecta el problema. Marcha a la trastienda y vuelve con un destornillador. Ajusta aquí, aprieta allá y hace varias comprobaciones mientras la clienta no para de lamentar su mala suerte. Ya está. El mango estaba suelto. Asunto solucionado. Y la señora se alegra muchísimo, toma la tapa en las manos, la observa detenidamente como si entendiera algo y se larga tan contenta. Ni un muchas gracias. Ni un qué le debo. Por si acaso. Y el dependiente, con gesto de resignación, la observa alejarse. A continuación me mira con esa cara que dice “qué le vamos a hacer; es lo que hay”. En qué te puedo ayudar. Pues mira, es que… “Total, qué te cuesta” – me dijo una vez una señora al enterarse de que soy abogado. Pretendía que le solucionara una herencia así, un sábado a la hora del vermú, entre un vino y un pincho. “Bueno, pues una carrera universitaria y unos cuantos años de experiencia. Eso me costó. Y me sigue costando” le respondí. Y no le sentó nada bien. A mí tampoco me agradó lo de “qué te cuesta”. Estamos en paz. Bueno, pues estoy seguro de que el chaval del destornillador no tenía la menor intención de cobrarle a la señora por el ajuste de la tapa. Pero, oiga, qué menos que preguntar. Qué menos que dar las gracias. Qué menos. En el despacho también nos sucede en ocasiones. Llega el cliente, se sienta, nos cuenta su vida, escucha –o hace que escucha-, se levanta y se larga sin pagar la consulta. Ni preguntar. Algo que es más frecuente cuando le dices que no tiene razón y le recomiendas que siga otra estrategia. Consejos que no tienen precio. Literalmente. Ni un duro. 
Por favor, un poco de educación. Un poco de respeto al trabajo ajeno. Y si, encima, te están ayudando, al menos da las gracias. Qué te cuesta. 

LA NUEVA ESPAÑA DE LAS CUENCAS 18/9/2017

jueves, 14 de septiembre de 2017

MIRANDO AL MAR



Sentado al final del espigón, con los pies colgando sobre el plácido mar, se pregunta qué salió mal. A estas alturas de la vida su único deseo era retirarse a un soleado pueblecito costero, barquita, bañador y alguna cerveza fresquita en el chiringuito de la playa. Nada más. No le pedía más a la vida. Y fue preparándolo todo para ese momento. Pero el momento no acaba de llegar. Es más, se aleja. Les dio estudios y buenos empleos, los vistió y alimentó, viviendas, coches, caprichos, de todo. Y, a pesar de ello, con mucho más de lo necesario para poder volar, los polluelos no están dispuestos a abandonar el nido así como así. Él pensaba que ahora sus obligaciones laborales serían más llevaderas. Se equivocó, porque hoy trabaja más y está más atado que años atrás. Los chicos se las arreglaron para que lo pesado del negocio continúe a cargo del padre, que hoy disfruta de menos descansos y vacaciones. De relevo, ni hablar. Y, para mayor inquietud, sobre su futuro se cierne la amenaza de la ampliación de la familia. Tiene pinta de que habrá bodas. Y después de las bodas, seguramente vendrán niños. ¿Y quiénes cargarán con esos niños? Y con la mirada en el horizonte ve alejarse su barquita marinera, la caña de pescar y el sombrero de paja. Y vuelve a preguntarse qué hizo mal cuando todo fue, con esfuerzo, dedicación y un punto de suerte, bastante bien. Y piensa en su mujer, a la que dejó en casa pelando patatas como loca porque los chicos y sus parejas se presentan a comer. A mesa puesta, por supuesto. Unos acaban de regresar de vacaciones. Los otros, las toman ahora. Y ellos clavados entre sus idas y venidas. Este no era el plan. Estaba todo preparado para una sucesión dulce y lo que han logrado es meter más peso en la mochila. Y con los años la carga no se lleva con la misma soltura. ¿Pero es que no lo ven? ¿O no lo quieren ver? Lentamente se incorpora y reanuda la marcha. Tiene que ir a por el pan que prefieren los chicos. El de la panadería a la otra punta del pueblo.  

LA NUEVA ESPAÑA DE LAS CUENCAS 13/9/2017.

PICOR DE COGOTE



No hace falta que disimules. Ya me he dado cuenta. Aunque creas que no me estoy enterando de nada, te he visto o, más exactamente, te he percibido. Porque cuando comienza a picarme el cogote eso significa que en las proximidades hay alguien poniéndome a parir. Es como un detector de metales. Y si apunto con la vista hacia el lugar en que te encuentras y persiste el picor, no hay duda. Incluso antes de llegar a un sitio ya advierto que tú o alguien como tú –sois fáciles de identificar- está ahí. Es una portentosa facultad ultrasensorial que me vino de serie. Es más, es lo único portentoso de lo que puedo presumir. Y hasta ahora lo mantuve en secreto. Pero lo que pasa es que comienzo a sentir un poco de vergüenza ajena al ver cómo pretendes disimular, la sonrisita, el saludito, el jijijaja. Y el cogote picándome como qué se yo. No te esmeres, porque el algodón no engaña. Bueno, el cogote. Lo que desconozco es si habrá más gente con este don. Porque, de ser así, desde luego que convendría hacer ver a los criticones que lo mismo da que chismorreen o que lo digan a gritos. Nos enteramos igual. Por más sibilinos que procuren ser, emiten unas de ondas cotillas que nos llegan a los cogotes. Al menos al mío. A otro igual le llora un ojo o le escuece una nalga. A mí se me tira al cogote, a la altura del occipucio. Ahora, una vez descubierto el secreto se me plantea una disyuntiva interesante: rascarme o no rascarme en tu presencia. Hacerlo es poner las cartas boca arriba, como decirte a la jeta “se lo que piensas y lo que andas diciendo por ahí de mí”. Es poner el punto final a la diplomacia, al juego de los engaños, al que me ve, que no me ve. Porque es muy posible que si evito rascarme tú creas que lo de mi sensor cogotero es un camelo que no hay quien se lo crea. Tengo que pensarlo. A ver qué hago. Entre tanto, tú sigue como siempre, que me hace gracia. 

LA NUEVA ESPAÑA DE LAS CUENCAS 14/9/2017

jueves, 7 de septiembre de 2017

ALGODÓN DE AZUCAR




Entran en el vagón como una bandada de jilgueros. Son unos veinte niños de unos ocho o diez años de edad. Blancos, negros, tostados, amarillos… De todas las etnias, sonrientes y felices, con sus mochilas, toallas y bañadores, dispuestos a disfrutar de un radiante día de verano en uno de los lagos del sur de Berlín. El tren de cercanías se iluminó con su presencia alegre y colorista, con sus risas felices y despreocupadas, con su espontánea curiosidad, con el brillo de sus ojos limpios. La pecosa pelirroja lleva la cabeza cubierta con un simpático sombrerito rosado, y ríe y juega con su amiga negra, de rasgos africanos, carcajada contagiosa y trenzas de mil colores. Al otro lado juguetean un par de críos de facciones inequívocamente árabes con otro chico tan rubio que casi es albino. Y al toque de atención de los monitores desembarcan todos a una camino de una refrescante jornada de chapuzones. Es una veintena de niños que representa la consecución de esa aspiración humana que no somos capaces de alcanzar: la hermandad entre los hombres, sin distinciones de razas, géneros, colores ni credos. Cada uno de esos niños reza a su dios y sigue unas costumbres y tradiciones heredadas de padres y abuelos. Pero su diversidad no les impide convivir en paz y buscar la felicidad recorriendo el camino de la vida de la mano de sus compañeros de colegio, crean en lo que crean, coman lo que coman, vistan como vistan. Los veo como un multicolor algodón de azúcar, cada traza de un color, pero cada una unida a las demás por el dulce aunque firme adhesivo. Seguramente que alguna vez se habrán preguntado por qué unos son así y otros asá, pero han aprendido a aceptarlo y a restarle la enfermiza importancia que los adultos acabamos dando a lo distinto. Qué bueno ser como ellos son y qué triste que no hayamos encontrado la forma de que esa flor maravillosa, la convivencia, no se marchite con el tiempo para acabar a palos unos contra otros. Por unos minutos, en aquel vagón de tren camino de Potsdam vi el mundo como debería ser. Pero solo fueron unos minutos. 

LA NUEVA ESPAÑA DE LAS CUENCAS 24/08/2017

MAL DE MUCHOS



Mal de muchos… Pero no le voy a mentir, algo de consuelo sí que aporta. “Manolín” Macron, el joven presidente francés, tan perfecto, impecable e impoluto, el freno a la derecha xenófoba, el representante de la moderación del siglo XXI, se ha ventilado, en sólo tres meses, la friolera de 26000 euros en gastos de maquillaje. Para que luego digan de las ostentosas y carísimas monarquías. Qué vergüenza: un presidente treintañero que ya va pintado como una puerta. Tanto o más que su señora esposa. El precio de la lozanía. 26000 al trimestre. ¡Vive la modération! Ya podía aprender de Ángela Merkel, que, indudablemente, se corta el pelo a sí misma. Y si no es así, procedería exigir su dimisión por ponerse en manos del peor peluquero de Alemania. Supongo que en España ya habrá alguien buscando las facturas del tinte capilar de Rajoy. Y como las haya cargado a los gastos de representación, comisión de investigación al canto. Y de poco le servirá alegar que lo gastado en la cabeza ahorrado en la barba. Mariano, naniano, si los franceses se lo consienten a Manolín, es su problema. Aquí, la Sexta va a estar programando especiales informativos hasta que no te queden ganas ni del Grecian 2000. Y el Rey, bueno, que se ande con ojito. No tener un solo pelo descolocado ha de costar un potosí. 
Cuando la estupidez, la necedad y la mezquindad se extienden por mi país como una mancha de aceite uno acaba encontrando cierto alivio en los dislates extranjeros. Al final, no somos tan distintos. Principalmente, diferimos en el modo de asimilar los escándalos. Ahí, los españoles, por capacidad de alboroto, insistencia sobre lo menudo y olvido de lo grueso e inutilidad de los resultados, somos líderes mundiales. Si lo seremos que hasta nos permitimos criticar al resto del planeta. Lo nuestro se nos acaba quedando pequeño. Y dirá usted “el mundo en un ay por culpa del gordinflas norcoreano, España infestada de carcoma yihadista, la chifladura independentista conduciéndonos a todos al desastre y este memo hablando del maquillaje de Macron”. Pues sí, lo reconozco, pero es que lo serio se ha vuelto tan disparatado y fuera de quicio que necesito refugios más sosegados.  

LA NUEVA ESPAÑA DE LAS CUENCAS 31/8/2017

martes, 5 de septiembre de 2017

DESPASITO



Que ya puestos a rebelarnos contra aquello que altera nuestra vida ordinaria, contra lo que destruye la identidad de un pueblo, ¿qué tal si abordamos el espinoso tema de la música latina? Estoy del “Despasito” hasta la mismísima coronilla. Y desde hace ya varios años, “lo latino” acapara absolutamente el panorama musical español. Y más allá de nuestras fronteras también lo están pasando mal. Hoy, la banda sonora de Europa es una cumbia, un reguetón, una bachata, un merengue, una salsa, un ballenato… No hay más música que esa. Entras en una tienda de ropa, en una cervecería, en el quiosco de periódicos, en la gasolinera, en el supermercado, donde vayas, y algún ritmo latino saldrá de unos altavoces. Y, como cantaba Camilo Sesto, ya no puedo más. Estoy del “Despasito” y del resto de despasitos hasta una parte concreta de mi anatomía que más vale no mencionar, pero que usted seguro que sabe ubicar. Y desde aquí llamo a los cachorros de la CUP, a los hijos políticos de Otegi y a cuantos sientan que su pueblo está siendo atacado por medio de ondas hertzianas caribeñas, a reorientar la lucha y enfrentarnos a esta plaga musical. Qué difícil es escuchar un txistu, las notas de una sardana, el agudo sonido de la gaita… La plurinacionalidad que nos vende Pedro Sánchez, aunque no creo que sepa aún lo que significa, también ha de comprender la identidad musical. Y defenderla de la peste ruidosa que nos tiene sometidos me parece inaplazable. Hay que tomar al asalto las emisoras de radio y televisión que difunden el mal y devolver la paz y la salud a los órganos auditivos de la ciudadanía. Hemos de recuperar el control de lo que llega a los oídos de nuestras poblaciones. Ya está bien de ver a los plurinacionales españoles descoyuntándose la pelvis intentando seguir unos ritmos a los que no estamos adaptados por naturaleza. Nadie se lesionó jamás bailando un pasodoble. Detengamos esta invasión, que es la seria, y dejémonos de pamplinas con los turistas. Algún día se descubrirá que buena parte de la memez que nos afecta como pueblo tiene su origen en la contaminación acústica de esta insufrible mal denominada música. 

LA NUEVA ESPAÑA DE LAS CUENCAS 14/8/2017