lunes, 19 de marzo de 2018

MIEDO A LA MASA







Veo esas escenas en las que las masas se arrancan dispuestas a ejecutar condenas sin juicios previos y me doy cuenta de que cada día me alejo más de lo grupal. Es normal reclamar que se haga justicia y es natural expresar dolor, indignación y solidaridad cuando a los pies de esta fracasada sociedad yace el cuerpo sin vida de un niño. Pero siento miedo cuando oigo hablar de linchamientos, de inmediatas penas de muerte, de un ojo por ojo y diente por diente corregido y aumentado. Y lo oigo de personas cercanas, a las que quiero y aprecio, a las que considero buenas. Y un escalofrío me recorre la columna vertebral al comprobar lo rápidamente que la racionalidad y la reflexión abandonan nuestros cerebros. El camino hacia la civilización no va en esa dirección. El embrutecimiento, la venganza, la justicia por nuestra mano, no son la solución de nada. Estos crímenes tan horrorosos han sucedido desde que el mundo es mundo. No son comunes, por suerte, pero no son pocos los casos en que los niños acaban pagando el pato de las frustraciones, los celos y los odios de los adultos. Pero la sed de justicia no puede llevar a una sociedad moderna a reaccionar de un modo tan agresivamente primitivo. No. Dejemos que el sistema proceda, con las cautelas y garantías debidas, a determinar qué ocurrió, quién lo hizo, por qué y cuál ha de ser la consecuencia de esos actos. Hoy todo son exigencias de endurecimiento de penas y de actuaciones más contundentes. Sed de sangre, que no deseo de justicia. La masa es muy peligrosa, siempre al límite del desbordamiento, predispuesta a entrar en combustión en cuanto alguien prenda una cerilla. Tras una pancarta, un escudo, una bandera o un cadáver. De repente, la multitud, como las avispas en una colmena azotada por el sol, entra en excitación, cada uno de sus componentes desconecta la actividad inteligente y se desencadena la sinrazón. Como seres individuales tendemos a la cobardía pero en manada podemos transformarnos en bestias. Lo que oigo en las radios, lo que veo en la televisión, lo que leo en internet, me asusta y me repele. Esto es, a pesar de tantísimos adelantos, involucionar como especie.

LA NUEVA ESPAÑA DE LAS CUENCAS 17/3/2018

viernes, 9 de marzo de 2018

EL VALOR DE LOS AÑOS




Capítulo 5434. Anna Gabriel busca refugio en el epicentro del capitalismo y adopta la estética capilar de Inés Arrimadas. Queda claro que, de huir, que sea hacia adelante. Desde hace muchos años echo de menos algo de sensatez en la política española. Y quizá haya explicación a tanta falta de sentido común. España, como sociedad, ha alejado a los ancianos de los centros de decisión. Ni siquiera les consultamos. Los mantenemos apartados y, encima, inquietos mientras jugamos con las cosas de comer. La sabiduría tiene una relación directa con la edad. La experiencia, la reflexión, la perspectiva, son facultades que únicamente se adquieren con el transcurso del tiempo. Sin embargo, estamos embarcados en una nave pilotada por jóvenes que creen saber qué es la vida, qué es lo que hay que hacer y hacia dónde hemos de ir. Es gente que ha vivido poco, que no ha visto ni la centésima parte de lo que un viejo guarda en las retinas, que no ha recorrido los caminos que pisaron esos cansados pies, que no superó las dificultades, que no cayó, que no se levantó. Y somos tan osados que a ellos, a los que están a punto de completar el viaje, les damos órdenes y les explicamos de qué va esto. Qué estupidez la nuestra. De hecho, hay quien dice que lo mejor de la juventud es que se cura con el tiempo. Hoy estamos cometiendo el gravísimo error de interpretar que ser joven es un mérito, una envidiable cualidad, cuando no es más que una circunstancia temporal que, además, limita las capacidades humanas más destacables. Una manzana verde o madura. Si quieres lanzársela a alguien a la cabeza, mejor la primera; si lo que buscas es saborear y beneficiarte de sus propiedades, que esté madura. La historia dice que las sociedades intelectual y moralmente más desarrolladas siempre respetaron y escucharon a los ancianos. Porque más sabe el diablo por viejo. Cuando veo nuestros cuadros dirigentes percibo que falta el peso de la experiencia, el valor de los años. Por eso vamos como vamos, dando tumbos de mala manera, cayendo y recayendo en errores que nuestros mayores ya cometieron y que hoy sabrían reconocer y evitar. 

LA NUEVA ESPAÑA DE LAS CUENCAS 7/3/2018