sábado, 25 de abril de 2015

DIARIO DE LA 442 - 3




PALABRAS DE VIDA


Nos advirtieron de que llegarían los episodios de agitación y desubicación y ya están aquí. Sin embargo, por momentos manifiesta una lucidez pasmosa. Está diagnosticando los procesos por los que se halla ingresado. Me habla de la muerte, de cómo quiere llegar a la meta, de su deseo –bueno no, más que deseo, exigencia- de recibir el mismo trato que él dispensó a sus pacientes, fundamentado en combatir el dolor y el sufrimiento evitables. Así procuraremos que sea. Hablar de estas cosas con tu padre, al que percibes plenamente consciente de que su situación es peliaguda, es toda una prueba. Se agradece que los allegados quieran acompañarnos en este momento tan difícil, pero se agradece más que eviten visitarnos. Sabemos que están ahí, que nos quieren, que están dispuestos a ayudar, pero el paciente requiere, sobre todo, absoluta calma, porque bastantes tormentas tiene ya dentro de sí. Y las idas y venidas cerca de él lo inquietan. Gracias de corazón. Os entendemos, pero entendednos. Lo primero es él. Nunca compartí la costumbre tan extendida de visitar a los enfermos como quien va a casa de alguien a tomar un té con pastas.
El hospital produce un gran desgaste y vuelvo a casa con la batería en el límite. La situación parece tranquila. Además, tengo la riñonada y los brazos resentidos. Ahora salen a la luz las consecuencias del esfuerzo de levantarlo del suelo y cargarlo hasta la cama el día en que esta peripecia se desencadenó. Nada más tirarme en el sofá recibo una de esas llamadas que le devuelven el color a la vida. Alguien con quien, a lo sumo, hablo dos o tres veces al año. Generosidad y disponibilidad ilimitadas e incondicionales. Lo que haga falta cuando sea. Gracias, millones de gracias. Cuelgo con los ojos inundados de gratitud hacia los que siempre están ahí cuando pintan bastos. Si hubiera más gente así, este planeta sería el auténtico paraíso terrenal.
Las palabras de mi padre retumban dentro de mi cabeza casi tanto como el jolgorio de la segunda noche de Folixa. Pienso en los pobres ancianos y enfermos a los que la diversión callejera va a dejar sin dormir. Qué difícil resulta compatibilizar los derechos y conveniencias de todos. 

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