jueves, 26 de marzo de 2015

GRÚAS




Han acabado convertidas en parte del paisaje urbano del mundo entero y, sobremanera, de España- Allá donde vayas, enfoques como enfoques, apuntes a lo que apuntes, en medio del cuadro siempre aparece una grúa para estropear la estampa.
En Mieres tenemos una cuantas abandonadas desde hace años, inútiles esqueletos, testigos de unos años locos que no deberían volver, y que ahí están para afear cualquier fotografía. Cierto es que alguna de ellas ha vuelto a la vida recientemente en el raquítico despertar de las edificaciones a medio hacer de La Mayacina.
Grúas sin obras, maquinaria fea y huérfana olvidada por sus propietarios, a merced de lluvias y vientos, gigantes metálicos erigidos sobre pies de barro que hoy nadie quiere. Y cierto es que convivir con una enorme grúa de construcción, con semejante artefacto amenazador en las proximidades de nuestras vivienda, pues como que no es agradable. Pasan los meses, los años, se percibe el deterioro, el desgaste producido por el embate de los elementos y la sensación de inseguridad se incrementa.
Es por ello que las administraciones públicas deberían procurar que esta espantosa maquinaria estuviera en pie el tiempo imprescindible para la ejecución de la obra. Pero, de no haber tal obra, su desmontaje y retorno a los talleres tendría que producirse con celeridad. No puede ser que las grúas que no se utilicen presidan nuestros paisajes y nos acompañen indefinidamente. El que la colocó y no la utiliza, que se la lleve.
Tienen razón los vecinos que se hartan de que pase el tiempo, que las edificaciones no prosperen pero que los restos, las ruinas de lo que pudo ser y no fue, permanezcan. Hay que ser más ágiles y expeditivos con estas cosas que, además, no dejan de entrañar peligro. Porque, qué quieren que les diga, yo no vivo demasiado tranquilo con una grúa de construcción sobrevolando nuestras cabezas. Como que no. Esos cacharros han de tener propietarios, ¿no? Pues que se los lleven a sus casas. Y si un día deciden reiniciar las obras pendientes, que los vuelvan a traer. Pero eso de plantarlos y largarse tranquilamente hasta que escampe no me parece nada bien. Porque una grúa parada indefinidamente no da sensación de actividad pendiente sino de abandono. 

Publicado en La Nueva España de Las Cuencas el 26/3/2014

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