martes, 17 de marzo de 2015

CONVERSAR




Afirma Fulgencio Argüelles que hemos perdido la conversación, que la gente ya no se reúne a hablar y, sobre todo, a escuchar, a intercambiar pareceres, a aprender unos de otros. O sea, a conversar. Qué difícil resulta hoy en día salir de la banalidad y los tópicos e ir más allá del cotilleo y la liga de fútbol. Es como si compartir pensamientos, inquietudes y sentimientos estuviera mal visto. Es como un signo de debilidad, cuando no un rollo patatero del que conviene huir. Hablar de política sin gritarse unos a otros, compartir opiniones sobre asuntos relevantes, filosofía, literatura, sociología... Todos llevamos dentro ideas, sentimientos que nos avergüenza dejar salir, pensamientos que no nos atrevemos a contrastar por miedo a la incomprensión. Y nos reunimos una y otra vez evitando sacar a la luz algo interesante, de enjundia, de lo que obliga a darle vueltas al coco. Y nos quedamos siempre en la superficie, en lo fácil de decir y de olvidar.
Tampoco es que conversar esté siendo promocionado, precisamente. Más bien al contrario, los ejemplos que proporcionan los medios de comunicación son lo opuesto, esto es, la congregación de sujetos emisores pero no receptores en lo que se denomina “tertulia”, donde nadie se escucha y de la que todos los intervinientes salen exactamente con las mismas ideas con las que entraron. Porque, como se ha dicho, no se comunican unos con otros, que es el fundamento de la conversación.
Conversar es abrir la mente, los oídos y, finalmente, la boca. Conversar es exponer el pensamiento propio y absorber y digerir el ajeno. Conversar implica, incluso, como dice Fulgencio, llegar a cambiar de opinión ante la evidencia de que lo expuesto por el interlocutor es más acertado. Para que una conversación sea tal pasa necesariamente por la actitud tolerante de los participantes. Conversar requiere libertad; libertad de pensamiento y palabra, apertura a lo nuevo y distinto, predisposición para el entendimiento, para alcanzar los puntos de encuentro. Y el reconocimiento sincero de nuestras propias limitaciones, que uno no lo sabe todo, que nadie está en posesión de la verdad.  
Claro que, con semejantes requisitos, no es de extrañar que ya no conversemos. Libertad, tolerancia, comprensión, entendimiento... Demasiadas y sumamente complicadas exigencias.


Publicado en La Nueva España de Las Cuencas el 17/3/2015

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