miércoles, 1 de febrero de 2012

AHÍ, HAY, ¡AY!

Cuando escuché la frase “toca limpieza general” sentí un escalofrío desde el cuero cabelludo hasta las plantas de los pies. Porque uno es conocedor de que la suciedad tiene la fea costumbre de acumularse en los lugares más inaccesibles, allá donde hay que mover muebles y objetos pesados para llevar a cabo la faena con cierto éxito.
Horas después mis temores se hicieron realidad. Entre la aspiradora y las pelusas de polvo se interponía un sofá de tres plazas. Determinado a dar solución al asunto cuanto antes para así poder volver a no hacer nada, apliqué mi extraordinaria potencia muscular para alzar el trasto. Un tipo de constitución hercúlea como yo no se arredra ante un montón de madera recubierto de tela. Y fue entonces cuando, al iniciar la fase de alzamiento, oí un extraño crujido, como un crack, seguido de inmediato por un punzante dolor en la región lumbar izquierda. “¡Ay! - grité”. “¿Qué hay?”- contestó. “Hay, ¡ay!” – respondí con voz lastimera. Al observarme en aquella extraña postura, doblado por la mitad como una ele invertida, ella dedujo que algo no iba del todo bien. “¿Te pasa algo?” –se interesó. El dolor era tan agudo que me afectó al habla. “¡Ay! Ahí” – traté de explicar, señalando la zona afectada. Presta a auxiliarme, soltó la fregona para posar sus manos sobre la parte inferior de mi espalda. “¿Ahí?” – sus dedos exploraban buscando alguna señal de la avería. “¡Ay!” – fue todo lo que pude con contestar. “Pero, ¿ahí ay o ahí hay? ¿Qué hay ahí?” Comenzaba a marearme. “¡Ahí, ahí! Ahí hay. ¡Ay!”. Entonces, apretó. “¡Ay, ay, ay! ¡Ahí, ahí!” Se me nublaba la visión. Su pulgar pasaba sobre un bulto del tamaño de un cacahuete, el epicentro de mi tormento. “¿Ahí, eh?” –afirmaba mi improvisada fisioterapeuta. “Ahí hay, ahí le duele” – se respondía a sí misma, como sorprendida de sus habilidades digitales. Fue entonces cuando, como el que pulsa el botón de una puerta automática, ejerció la presión justa sobre el nudo muscular, que cedió permitiendo desplegarme. “¡Ay!” – le susurré aliviado y agradecido. “¡Ay, ay!” – contestó dulcemente al tiempo que extendía el brazo en dirección al montón de pelusas que quedó al descubierto. “¡Ahí, ahí! Ahí hay”. En fin, ¡ay!.  


Publicado LNE 31/01/2012

1 comentario:

  1. Me ha gustado mucho el juego de palabras. Sólo espero que estés ya plenamente repuesto.

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