lunes, 26 de septiembre de 2011

UNA DE PATATAS

Corremos a refugiarnos del chaparrón en un restaurante de aspecto agradable. La cortina de lluvia hace desaparecer de la vista el Báltico. Descubrimos a dos chicas en la mesa contigua degustando calamares a la romana, gambas a la gabardina y mejillones. Sin haberlo pretendido, hemos entrado en un local de tapas españolas y, por lo que podemos comprobar, los comensales se chupan los dedos.
Para que luego digan estos alemanonos que los países del sur de Europa no somos más que una carga. Veamos: ¿qué sería de ellos sin haber colocado la pila de mercedes, bemeuves y audis que atascan nuestras carreteras? ¿Y sus electrodomésticos? Porque aquí, en cuanto uno se hace un poco pudiente, se lanza a comprar productos alemanes, que dan caché y se rompen menos, o eso dicen, porque tengo yo un amigo que echa más horas llorándole al jefe de mecánicos del concesionario de una prestigiosa marca germana de automóviles que con su santa.
Pero, para más inri, la dieta básica del alemán es la patata. Pida lo que pida en un restaurante alemán, siempre contendrá patatas. Hasta los postres. ¿Y quiénes importaron por vez primera las patatas de América? Los intrépidos españoles. De no haber sido por nosotros, esta gente estaría muerta de hambre. Porque, ya les digo, no comen otra cosa. Un alemán de pura cepa, si no ve patatas en el plato, no se sienta a la mesa.
La Merkel nos exige más disciplina y control del descontrol en que vivimos. Pero se olvida de que gracias al despiporre hispano ellos aumentaron sus exportaciones una barbaridad. Alta velocidad para todos, aunque sea para transportar a diez ciudadanos al día, pero la tecnología y las máquinas, alemanas. Los vehículos de representación, por millares, todos alemanes. Cuando España navega viento en popa, aunque sea a lo loco, es un excelente negocio para Alemania, que se infla a vendernos sus productos. ¿Cuántos mercedes de los gordos se adquirieron aquí gracias al pelotazo inmobiliario? A patadas. Porque nosotros somos así de rumbosos. Que compro a diez y vendo a cuarenta, cochazo que me agencio. Que me largan de la empresa con una baja incentivada, con la indemnización me instalo en un buga germano, y después, Dios proveerá. O la Merkel.

Publicado La Nueva España 25/08/2011

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