Procuro permanecer inmóvil, casi como una estatua, para que el diminuto gatito que asoma los bigotes tras el tronco de roble no se espante y vuelva a hacerse invisible. No tiene más de una semana de vida y parece un dibujo animado. Pero siguiendo las instrucciones de su madre, no se fía ni un pelo y parapetado tras el madero escruta la zona tratando de identificar algún peligro. Lucho contra mi propia inquietud y me mantengo completamente estático deseando que el cachorro se anime a salir y así poder verlo completamente por primera vez, pues hasta hoy no ha sido más que un pequeño fantasma, una fugaz sombra.
Por fin, el gatito pierde parte de sus temores y se sube al tronco. Desde nuestra completa inmovilidad, durante un buen rato ambos nos observamos con extrema curiosidad. Es gris, con trazas más oscuras y un gracioso parche blanco sobre el pecho. A tenor del modo en que me mira, está estudiándome a fondo, intentando determinar qué soy y cuáles son mis intenciones.
Los dos percibimos que se avecinan cambios, que las bases más estables también se mueven y que lo que nos espera, lo que se esconde tras lo visible, de momento es tan indeterminado como inquietante.
La gata madre acaba de regresar y está agazapada a mitad de camino entre el cachorro y yo. Se muestra nerviosa al ver al pequeño tan expuesto. Me mira como buscando interpretar mis reacciones: aprobación, reproche o dejémoslo correr. No en vano, ella sabe que jamás pidió permiso para instalarse allí y menos aún para formar una familia. Es lo que pasa cuando no tienes un contrato firmado: estás a merced del casero. Y, sin quitarme un ojo de encima, decide aproximarse lentamente a su hijo, que salta como un resorte desde el tronco al suelo y corre hasta chocar con su madre, que le empuja hacia el rincón, poniendo su propio cuerpo como pantalla. Y el gatito vuelve a la clandestinidad.
La tarde está otoñando y la claridad nos abandona. Creo que el espectáculo gatuno ha terminado por hoy. Mañana volveré a intentar un nuevo contacto con esa pequeña preciosidad felina. Nunca está de más hacer un amigo.
Publicado La Nueva España 11/09/2011
No hay comentarios:
Publicar un comentario