lunes, 26 de septiembre de 2011

TRAS EL TRONCO DE ROBLE

Procuro permanecer inmóvil, casi como una estatua, para que el diminuto gatito que asoma los bigotes tras el tronco de roble no se espante y vuelva a hacerse invisible. No tiene más de una semana de vida y parece un dibujo animado. Pero siguiendo las instrucciones de su madre, no se fía ni un pelo y parapetado tras el madero escruta la zona tratando de identificar algún peligro. Lucho contra mi propia inquietud y me mantengo completamente estático deseando que el cachorro se anime a salir y así poder verlo completamente por primera vez, pues hasta hoy no ha sido más que un pequeño fantasma, una fugaz sombra.
Por fin, el gatito pierde parte de sus temores y se sube al tronco. Desde nuestra completa inmovilidad, durante un buen rato ambos nos observamos con extrema curiosidad. Es gris, con trazas más oscuras y un gracioso parche blanco sobre el pecho. A tenor del modo en que me mira, está estudiándome a fondo, intentando determinar qué soy y cuáles son mis intenciones.
Los dos percibimos que se avecinan cambios, que las bases más estables también se mueven y que lo que nos espera, lo que se esconde tras lo visible, de momento es tan indeterminado como inquietante.
La gata madre acaba de regresar y está agazapada a mitad de camino entre el cachorro y yo. Se muestra nerviosa al ver al pequeño tan expuesto. Me mira como buscando interpretar mis reacciones: aprobación, reproche o dejémoslo correr. No en vano, ella sabe que jamás pidió permiso para instalarse allí y menos aún para formar una familia. Es lo que pasa cuando no tienes un contrato firmado: estás a merced del casero. Y, sin quitarme un ojo de encima, decide aproximarse lentamente a su hijo, que salta como un resorte desde el tronco al suelo y corre hasta chocar con su madre, que le empuja hacia el rincón, poniendo su propio cuerpo como pantalla. Y el gatito vuelve a la clandestinidad.
La tarde está otoñando y la claridad nos abandona. Creo que el espectáculo gatuno ha terminado por hoy. Mañana volveré a intentar un nuevo contacto con esa pequeña preciosidad felina. Nunca está de más hacer un amigo.


Publicado La Nueva España 11/09/2011

No hay comentarios:

Publicar un comentario