lunes, 18 de julio de 2016

IMBÉCILES



Claro, la modernidad también tiene sus efectos secundarios no deseados. Por ejemplo, el que antes era un imbécil analógico hoy lo es digital y se desenvuelve en las redes sociales como el jabalí en el patatal. Y si en estado natural hay millones de imbéciles, de ellos un buen montón anda todo el santo día metido en internet. Y no queda otra que reconocer que, al menos en esto, en lo de los imbéciles, todo tiempo pasado fue mejor. Porque antes de que entráramos atropelladamente en la era digital, al tonto a las tres sólo lo soportaban los próximos, esa buena gente con la desgracia de vivir en su entorno, en su pueblo, en su barrio. Pero hoy ese mismo idiota se sienta delante del ordenador y a través de una cuenta en Twitter tiene la posibilidad de demostrarle al mundo que, efectivamente, es idiota. Incluso más idiota de lo diagnosticado. Y eso es una faena. En internet se ha extendido la figura del “hater”, el odiador, un tarado mental cuyo principal entretenimiento es acosar, insultar y agraviar. Y si está en contra de la tauromaquia, se alegra efusivamente de la muerte de un torero. Y si está en contra de un partido político, se manifiesta en las redes suplicando que asesinen a todos y cada uno de sus miembros. Y si no le gusta un cantante, una actriz, un periodista, un deportista, quién sea, en vez de evitarlos lo que hace es precisamente lo contrario, esto es, no quitarles el ojo de encima y desearles públicamente todo tipo de desgracias espantosas. Y es que, efectivamente, la superpoblación de imbéciles es preocupante. Y de ellos, son muchísimos los que disponen de un ratón, un teclado y una conexión a internet. Se trata de una pandemia de proporciones bíblicas a la que no se está prestando la atención que merece. Porque cada día son más. Y ya está científicamente comprobado que la imbecilidad se agrava y se contagia. No así la sensatez y la inteligencia. Porque hace falta ser muy imbécil y llevar una existencia miserable para alegrarse de la desdicha ajena. Pero también hace falta ser muy tonto para corear imbecilidades ajenas y creer y extender sus patrañas. 

LA NUEVA ESPAÑA de las Cuencas 17/7/2016

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