viernes, 5 de abril de 2019

IGLESIA



IGLESIA ( 1 )

La revelación de los múltiples casos de abusos sexuales cometidos por representantes de la Iglesia Católica, prácticas abominables cuya fecha de inicio se pierde en la noche de los tiempos, suponen una puñalada en el corazón de la institución no gubernamental más importante del mundo. Son conductas radicalmente incompatibles con la creencia que difunde y siempre lo han sido. Que un cura abuse de un menor, que una monja maltrate a las alumnas, que un jerarca eclesiástico viva rodeado de lujo, que la organización obtenga o haya obtenido provecho de negocios sucios y acumulado poder terrenal consintiendo y blanqueando gobiernos criminales es repugnante, indefendible e intolerable. Porque el mensaje cristiano contenido en el Nuevo Testamento es exactamente el contrario. Hay condiciones humanas a las que es exigible un mayor grado de perfección y ejemplaridad, aunque siempre expuesto a la inexorable falibilidad humana. Un médico que no se preocupa de los enfermos, un juez injusto, un maestro que desprecia a los niños, un policía que comete delitos o un cura que incumple el mandato de Jesucristo nos causan un daño agravado. 
La Iglesia lleva siglos de retraso en la tarea que limpiar y depurar a su tropa, sacando de la olla los garbanzos negros. Que los hay, como en toda organización humana, una parte mínima dentro de un grupo enorme, pero que ensucia gravemente la inmensa labor que cada día lleva a cabo un ejército de buena gente vocacional, que nos enseñan, nos sanan, nos escuchan, nos rezan y nos acogen.
Me enferma que dentro de una institución que predica el amor puro se haya ejercido la violencia sádica y causado miedo y dolor. Se me revuelven las tripas imaginando la presencia de un crucifijo en una escena de violación. El mismo crucifijo que portan los que no dudan en entregar su vida a cambio de la del prójimo, los primeros que llegan y los últimos en abandonar los lugares de destrozamos los hombres, los siempre dispuestos a ayudar, escuchar y consolar.


IGLESIA y 2


Cada uno de estos casos espantosos que van haciéndose públicos me hiere profundamente. Mi cerebro reclama justicia, consciente de lo irreparable del daño causado. Y en el estómago siento la acidez provocada por el indiscriminado ataque contra todo lo que sea o suene a Iglesia Católica, una institución que los ideólogos y causantes de la muerte de cientos de millones de seres humanos inocentes siempre han querido destruir. 
No olviden que no existe ONG cuya ejecutoria se aproxime, ni de cerca, a la gigantesca labor social de la Iglesia Católica, desde la parroquia del barrio más humilde hasta la aldea más recóndita de la Tierra. Ninguno de sus enemigos tiene el menor propósito de hacer algo parecido. Ni mucho menos.
Aquellos que ingresaron en la Iglesia Católica para, con el salvoconducto de la condición de religiosos, liberar sus más bajos instintos, desde provocar miedo a unos niños que deberían haber crecido y aprendido rodeados de cariño a los aberrantes abusos sexuales, del despótico ejercicio del poder social facultado por un alzacuellos a la mezquindad y la ruindad, no merecen, en términos de justicia humana, perdón alguno. Pero la criminalización general promovida por los que ni por asomo serían capaces de afrontar la formidable tarea de amparo que lleva a cabo la Iglesia es una injusticia mayúscula. La misma que condujo a la quema de templos y a la tortura y asesinato de curas y monjas hace menos de un siglo (anteayer, como quien dice). 
Resulta sorprendente la tolerancia general con las estupideces cotidianas en comparación con la intransigencia si el desbarro proviene de un miembro de la Iglesia. Y es que el catolicismo también congrega a tontos, necios, malvados, resentidos y delincuentes. Pero la gran mayoría de fieles no deja de ser gente normal unida por un credo común y el deseo de un mundo mejor como antesala de ese más allá anunciado.
Casi veinte siglos después, finalmente la Iglesia Católica, retomando el espíritu original del que jamás debió apartarse, comprendió la importancia de la libertad de credo y culto. Esa libertad que nunca aceptarán sus enemigos.

LA NUEVA ESPAÑA DE LAS CUENCAS 27 Y 28/3/2019

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