lunes, 22 de octubre de 2018

A LA HORA



Pues claro que ya basta de marearnos con los cambios horarios. Por fin quedó claro que los supuestos beneficios de tanto adelanto y atraso de los relojes no compensan los perjuicios e incomodidades. Porque todos, en mayor o menor medida, nos vemos afectados con cada cambio. Así que ojalá prospere la iniciativa europea y dejemos la hora en paz. Y cuanto más se aproxime a la realidad solar, mejor. Digo yo que es más recomendable atender a lo que marca la naturaleza, aunque se desvíe del interés de Alemania. Y deberíamos ir un poco más allá y ajustarnos al meridiano de Greenwich, que nos cruza, oh casualidad, haciendo prácticamente de frontera entre Cataluña y el resto de España, salvo Baleares y el cabo de La Nao. O sea, que lo normal sería que la hora española fuera la misma que la inglesa, portuguesa y canaria. Esto es, que el parte radiofónico debería comenzar diciendo, por ejemplo, “Son las diez, las once en Cataluña y Baleares”. Espero no estar dando más argumentos a los indepes, que se agarran a lo que sea para resaltar sus rasgos identitarios. “¿Lo veis? No nos parecemos ni en la hora”. Y quizá fuera su prueba más consistente. Pero, vamos, que ya está bien de horarios de invierno y verano. La hora es la hora, que es de lo poquito exacto que nos queda. Porque ni las estaciones son fijas. ¿Cuándo comenzará el otoño? Quién lo sabe. Hoy es imposible precisar si habrá primavera o si pasará como un suspiro. Antiguamente esto se trataba con más seriedad y las estaciones entraban y salían con precisión, cuando lo ordenaba la autoridad. El 21 de junio comenzaba el calor estival. Y el 1 de noviembre era el primer día en que se precisaba encender la calefacción. Hoy, vete a saber. Y para mí que todo este descontrol se produjo cuando algún listo decidió cambiarnos la hora a su antojo. Llámenme conservador, pero a veces el pasado es lo que funciona.

LA NUEVA ESPAÑA DE LAS CUENCAS 4/9/2018

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