martes, 10 de noviembre de 2015

QUÉ HACER (O NO HACER)



Si viviéramos en un país normal, el problema secesionista se resolvería aplicando la ley con el respaldo mayoritario de la ciudadanía y de las fuerzas políticas. Pero como no vivimos en un país normal, ahora nos hallamos en un brete. Porque, una vez llegados a este punto, con declaraciones unilaterales de independencia, cualquier medida que se tome o se deje de tomar estará mal. Si no se hace nada, malo. Y si se hace, también. Sería un error decretar la suspensión de la autonomía. Una intervención militar para desalojar el parlamento y el gobierno catalanes, ni soñarlo. La cancelación inmediata de la financiación estatal, demasiado duro porque pagan justos por pecadores. La detención y enjuiciamiento de los promotores del golpe de estado, políticamente chungo. Convocar a la sociedad no independentista para que se eche a la calle y se rebele contra el régimen corrupto y mafioso que a través de la separación busca la impunidad, inviable dada la imposibilidad de que los partidos políticos españoles se unan para hacer algo en común por el bien de España. Ya sólo para organizar una manifestación imagínense qué lío: el lema, la pancarta, banderas sí, banderas no, constitucionales, tricolores... Mejor dejarlo.  
Si nosotros mismos no somos capaces de ponernos de acuerdo en lo básico, en la jefatura del Estado, en el himno, en la bandera, en el escudo, ¿cómo vamos a estarlo para poner el pie en el freno del proceso soberanista catalán? ¡Pero si tenemos reparos para llamar España a España! Entonces, ¿y si no hiciéramos nada, de modo que consintiéramos que Cataluña se estrelle contra el murallón del día después de la independencia? Pues mal también, porque la defensa de la unidad nacional es una obligación básica. Y si insistimos en seguir dialogando y aguantando desplantes, igualmente mal, porque ya está bien de ser los calzonazos de esta historia. Y si saciamos la sed secesionista con más dinero, horriblemente mal por lo generosos que somos con los que se quieren marchar, teniendo los territorios inequívocamente españoles motivos más que sobrados para sentirse agraviados en lo más profundo. 
En consecuencia, puesto que sea lo que sea que se haga o no se haga estará mal, casi mejor dejar de pensar en ello y continuar con nuestra vida como si tal cosa. 

Publicada en LA NUEVA ESPAÑA DE LAS CUENCAS el 4/11/2015

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