jueves, 11 de junio de 2015

LA PARTIDA




Y finalmente, una plácida mañana de fina y suave lluvia, validó su billete para emprender el Gran Viaje. Y se marchó dejándonos la sensación de continuar entre nosotros, de permanecer silencioso al otro lado de la habitación, de aún ocupar el centro del sofá, de flotar en el pasillo. Aquella húmeda y gris mañana murió él y, en parte, morí con él sintiendo la amputación causada por un cuchillo de seda, incruenta, indolora en lo físico, pero amputación al fin y al cabo.
Por más que uno lo espere, por más que el final sea inminente e inevitable, la partida impacta en la línea de flotación causando un tremendo balanceo que acabaría echándolo a uno al suelo de no hallar algo a lo que aferrarse. Yo me aferré a su recuerdo; y más aún, al digno, delicado, atento y cariñoso cuidado que recibió en el Sanatorio Adaro; y al núcleo duro de esta familia, que acude al rescate a modo de puntal del edificio que se tambalea; y a las decenas de personas que quisieron dedicar un tiempo de sus vidas a consolarnos; y a los amigos venidos de muy lejos para abrazarnos; y a los que estaban de corazón, a los que sentimos a nuestro lado.
La mañana del lunes, a la salida del cementerio, una vez todo concluyó, me embargó un cálido sentimiento de tranquilidad, de haber hecho las cosas bien, de haber despedido a mi padre como se merece. El profundo vacío interior se suavizaba gracias a la sensación del deber cumplido.
No hubo dramas ni gritos de dolor. Hubo lágrimas de emoción, alegrías de reencuentros, risas de anécdotas y un inmenso respeto hacia el viajero que acababa de partir. Hubo miles de besos y abrazos sinceros. Hubo compañía. Hubo manos sobre nuestras espaldas que nos daban impulso. Tengo la seguridad de que hasta el viajero está gratamente sorprendido de la reacción que provocó su partida. Y eso me reconforta y me ayuda a seguir. Ahora, en esta estación somos uno menos y cada cual con su billete pendiente de validación. Mientras aguardamos el momento nos ayudaremos para que la espera sea llevadera.
Por último, quiero manifestar mi infinito agradecimiento a todos vosotros, que sabéis quienes sois, que aquí o allá, cerca o lejos, dedicasteis un momento a observar aquella luz que fue alejándose en el cielo.  

Publicado en LA NUEVA ESPAÑA DE LAS CUENCAS el 11/6/2015

2 comentarios:

  1. Mal acostumbrados como estamos a la vida, no aceptamos de buen grado la muerte (mucho menos cuando es de la familia), pero siempre hay excepciones, y cuando el dolor se solapa con serenidad y la sensación de que tuvo en su familia el apoyo incondicional y todo el cariño posible, las excepciones se dan, afortunadamente. Precioso artículo. Un abrazo.

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  2. Acabo de leerte. Lo siento Ricardo. Tan grande es mi retraso como mi afecto. Javier

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