miércoles, 29 de abril de 2015

DIARIO DE LA 442 - 7. UNA MONEDA AL AIRE




Anoche, saliendo del hospital, ya no sabía si iba o venía. El piloto automático me condujo a casa tras comprobar, no sin sorpresa, que el paciente, en su debilidad, aún saca el genio. Y es que un tigre viejo sigue siendo un tigre. Está harto del trasiego de pijamas blancos que cuando no le pinchan, le mueven, le quitan, le ponen… Hasta el copete estaba cuando cerré la puerta de la 442, dejando en su interior a los dos. Y a algún pijama blanco.
Con la luz del alba volvemos al hospital. El descanso ha sido entre ligero e inexistente. Sobre el Álvarez-Buylla una moneda gira en el aire. 
Él duerme profundamente. Los tres acompañantes luchamos por mantenernos despiertos. La suerte está echada. Los pijamas blancos ultiman los protocolos de preparación para el quirófano. El paciente repentinamente despierta y pide unas galletas. Toma castaña.  
Qué oquedad tan inquietante se percibe en una habitación de hospital en la que falta la cama. Me han quedado miles de besos por darle, pero ya ha desaparecido pasillo adelante. Ahora, lo más difícil: esperar. Los amplios espacios del moderno hospital contrastan con la recogida sala de multicultos, donde hacemos escala para rezar, meditar y mirar por encima del tejado. Qué bello sería este planeta si fuera una gran sala de multicultos, donde las creencias, las religiones, no se repelieran entre sí. Lo se, pido un imposible, pero estando donde estoy, lo pido, por si acaso.
Durante la espera intento distraerme con la lista secreta de los setecientos y pico amnistiados fiscales. Me da que el anonimato es una cortina que se levanta mucho con el viento. Y está soplando fuerte. Nombres ya sabemos unos cuantos. Pero lo que me alarma sobremanera es que, según dicen, más de cien evasores pertenecen al sector público. Que me lo expliquen. Porque sector público también es la plantilla de este hospital y no creo que les cunda como para aparcar en carga y descarga en las calles de Zurich. 
Nos llaman. Ha salido cara. El cirujano confirma que el paciente los puso a parir. Habrase visto, qué desfachatez, pretender operarle a él. Quirófano, reanimación, 442. Ya está de vuelta, desconcertado, pero de vuelta. Y ella recupera el brillo de sus ojos hundidos por el descomunal esfuerzo.    




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