martes, 13 de enero de 2015

TERTULIAS



No entiendo cómo lo hacen. Enciendas el televisor a la hora que sea, de mañana, a mediodía, de noche, siempre aparecen los mismos bustos parlantes, los tertulianos, esos habitantes de los platós que hablan de todo y de todos, que se gritan entre sí, ocupando actualmente la mayor parte del valioso tiempo de emisión. Y con el mérito añadido de que, además, tienen sus propios empleos. Unos, altos mandos de la prensa; otros, docentes universitarios y profesionales del derecho y la economía. Sin embargo, pasan la semana de canal en canal, de debate en debate, en una rueda que gira constantemente. Por ejemplo, Marhuenda, el defensor a ultranza del Gobierno popular, que entre radios y televisiones puede intervenir cada día en cuatro o cinco tertulias, resulta ser el director de un periódico. ¿Cómo le cundan las horas de esa manera? El don de la ubicuidad llevado a la perfección. Y como él, otros muchos. Me los imagino de madrugada, al acostarse en la cama, extendiendo sus lenguas sobre las almohadas para darles descanso, con las gargantas irritadas como las chimeneas de Ensidesa.
Y es que en este país, buena parte de lo que antaño era tiempo para la información hoy ha sido sustituido por el debate político, pero no entre políticos –que no suelen saber expresarse fuera de las reiterativas y soporíferas cantinelas oficiales de sus respectivas formaciones - , sino principalmente, por otros “expertos” que dan la cara por ellos. Son tertulias en las que cada uno sostiene su erre que erre y en las que la cayena que da chispa al guiso es el exabrupto, el griterío y la mala educación. Y un partidismo ilimitado.
En la frontera del medio siglo de vida me voy percatando de la importancia de cuidar cuerpo y mente. Por ello, de un tiempo a esta parte procuro evitar estos espacios –algo que no resulta sencillo por su acumulación en las parrillas de programación. Y es que, sencillamente, me resbala lo que opinen unos y otros. Es más, sé de antemano cuál será su postura. Por ello, prefiero echar a volar la imaginación viendo reportajes de viajes, sonreír con las escasas series de humor decentes o tomar un buen libro entre las manos y soñar entre sus párrafos.

Pblicado en LNE de Las Cuencas 14/12/2014

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