jueves, 4 de septiembre de 2014

FRANQUEZA



Pero qué francos se vuelven algunos políticos al abandonar los cargos públicos para instalarse confortablemente en los consejos de administración de las grandes empresas privadas españolas. Me despierto escuchando a uno de ellos, que reconoce que si a la ciudadanía se le cuenta toda la verdad, si se es completamente sincero con el electorado, el riesgo de no ser elegido se eleva más allá de lo prudente. Y es que, al final, la culpa es nuestra, que no sabemos votar, que nos dejamos camelar, que con una sonrisa, una corbata bien elegida y unas palabras seleccionadas, nos llevan al huerto. A mí siempre me vuelve a la cabeza el instructivo debate entre Solbes y Pizarro: el segundo cometió el error de alertar de lo que se nos venía encima; el primero fue menos sincero y más listo, llegando a hacer cierta burla de su contrincante por sus negros augurios. ¿Quién triunfó en aquel debate? Pues el que pintó un panorama tranquilo y próspero. Y por su excesiva franqueza, Pizarro sufrió el rechazo de la audiencia y de, incluso, su propio partido, que lo condenó al ostracismo a pesar de ser el fichaje estrella de la candidatura conservadora.
¿Se acuerdan de Miguel Sebastián, que fuera ministro y materia gris del gobierno de Zapatero? Años después de abandonar el cargo declaró, a la pregunta de si no vieron venir el tsunami que casi se nos lleva por el sumidero, que bueno, que algo sí que percibieron, pero que a ver quién era el valiente que entraba en la fiesta y apagaba la luz, con las ganas de juerga que tenía el personal. Esa es la franqueza que un político en ejercicio no se puede permitir, al menos en España, porque, de entrada, los votantes nos lo tomaríamos fatal. Debe de ser que no tenemos la formación necesaria para ver un poco más allá, que no nos preocupamos de contemplar la situación con mayor perspectiva, quedándonos en lo inmediato, en el aquí y ahora, por lo que otorgamos el mando al que nos vende el producto con el envoltorio más bonito, aunque el interior esté vacío. Porque, de otro modo no se entiende que sistemáticamente los políticos mientan y oculten información a los votantes. Ni que ello no tenga consecuencias negativas para el mentiroso.

LNE de Las Cuencas 4/9/2014

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