jueves, 18 de septiembre de 2014

LIBERTAD (y II)




Es por ello que no acierto a comprender la tibieza con la que se está tratando algo tan grave como la expansión del yihadismo que, en resumidas cuentas, como si retrocediéramos al siglo VII, no ofrece alternativas: conversión y sumisión absoluta o muerte. No hay más.
Como Pérez Reverte, yo también recuerdo con espanto la pancarta que unas mujeres cubiertas de la cabeza a los pies enarbolaban en una ciudad británica: “Utilizaremos vuestra democracia para destruir vuestra democracia”. Una advertencia escalofriante. Porque yo no quiero vivir así, sometido, obligado, con la pena de muerte pendiendo sobre mi cabeza, sin poder contar lo que pienso o con miedo a pensar. Bastante difícil se me hace ya mantenerme en pie en el sistema de libertad vigilada establecido en Occidente como para verme atrapado por el fundamentalismo totalitario. Oriana Fallaci se cansó de advertir del inmenso error que supone esta actitud contemplativa de los europeos y no recibió más que desprecio e insultos. Ojalá que me equivoque, pero percibo cada vez más próximas las atrocidades que se cometen en Irak, Siria, Sudán, etcétera. Países en los que se sufre martirio y se muere sencillamente por profesar un credo distinto o por tener un pasaporte de otro color. Y, para colmo de insensatez, los fusiles y las balas con las que se ejecutan las irracionales condenas salieron de nuestras fábricas; y las redes por las que esparcen su barbarie son de creación occidental. Es más, muchos de los que nos quieren postrados o decapitados han crecido entre nosotros, en la libertad de nuestras abiertas ciudades, formándose en los centros educativos europeos, preparándose para degollarnos, conjurándose para extender su fe a sangre y fuego. Y, entre tanto, la sociedad civil europea, a otras cosas, como si los niños y mujeres esclavizados no merecieran el menor gesto de apoyo, como si los torturados hasta la muerte jamás hubieran existido. Ni un recuerdo en nuestras calles, ni un minuto de silencio.
Si el propósito de todo esto que hemos montado, por lo que tanto lucharon nuestros antepasados, era conformar una sociedad en la que pudiéramos convivir en libertad, respetando las creencias de cada uno, de verdad que no comprendo la actitud pasiva que hoy mantenemos. Sólo le encuentro una posible justificación: el miedo.

LNE de Las Cuencas 13/9/2014

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