miércoles, 22 de febrero de 2012

ALEGRÍAS

El Tribunal Supremo ha condenado a Garzón a once años de inhabilitación. La pena capital para un juez. Independientemente de la justicia y la proporcionalidad de la pena, de la gravedad del delito, de los motivos que condujeron a esta situación, me resulta muy difícil de entender que haya tanta gente que se alegre. Las dos españas están de lo más activo, y una de ellas aplaude de modo entusiasta la condena mientras que la otra pone a parir a los juzgadores. Exactamente lo mismo, pero invirtiendo los bandos, aconteció con la inhabilitación por prevaricación del también juez de la Audiencia Nacional Gómez de Liaño, en la que participó activamente su entonces compañero Garzón. Los que hoy protestan exigían su decapitación profesional en tanto que los que festejan denunciaban persecuciones, conspiraciones e injusticias. Los fallos de los tribunales acaban siendo como el resultado de un partido de fútbol: unos lo celebran por todo lo alto y otros se quejan del árbitro.
Pero esto no es fútbol. Hablamos de la administración de justicia, de jueces y tribunales considerados buenos o malos, independientes o simples mandadillos, según sea el sentido de sus sentencias. Es un juego muy peligroso. Los españoles tenemos un puntito suicida bastante marcado. Nos gusta llevar ciertas cosas hasta el extremo, forzarlas al límite, aunque la propia supervivencia del Estado pueda estar en peligro. Estiramos el asunto autonómico hasta rozar el desgajamiento nacional, cuestionamos, a rachas, todas las instituciones, comenzando por la monarquía, jugueteamos con los pilares de nuestra sociedad y, en general,  sobre cualquier tema de mediana relevancia siempre hay dos posturas enfrentadas e impermeables. Dos conceptos ideológicos, dos formas de entender la vida, dos bandos ansiosos de poder que no se ponen de acuerdo jamás. Ni siquiera lo intentan.
Es triste que un juez sea condenado, por muy Garzón o Liaño que se llame. Como lo es la inhabilitación de un médico o la suspensión de empleo de un profesor. Se podrá estar conforme o no, pero de ahí a la celebración media un abismo de sinrazón.
Por cierto que, años después, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos consideró que el juez Gómez de Liaño no tuvo un juicio imparcial y condenó al Estado español. Como para alegrarse, ¿no creen?


Publicado LNE 18/2/2012

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