viernes, 16 de diciembre de 2011

SILENCIO, POR FAVOR

La cola del supermercado era larga. Como, por aquello de racanear en la contratación de personal, la mayoría de los puestos de caja están siempre cerrados, los clientes estamos condenados, si queremos comprar, a eternizarnos haciendo colas. Allí estaba yo apoyado en mi carro, abstraído en mis pensamientos, hasta que sentí un malestar, como algo molesto que me agredía, me incomodaba y hacía la espera más desagradable. Era la música, o lo que fuera eso, de ambiente que vomitaban los altavoces camuflados en el falso techo del local. ¿Por qué se nos castiga de manera tan cruel? La población envejece, los consumidores, también, pero se nos somete a esta injusta tortura auditiva, a tener que escuchar la estridente chundarata que algunos expertos califican como música ambiental. Ruido infernal diría yo, además de innecesario. Porque, señores expertos en marketing y ventas, les aseguro que su estrategia sonora de captación de clientela puede resultar contraproducente. De hecho, actualmente busco, compro y pago a toda mecha, rápido, para salir del supermercado cuanto antes y dar descanso a los oídos. Pero si el lugar se encontrara en silencio o, como mucho, suavemente musicalizado, a bajo volumen y con sonidos relajantes, no tendría el menor impedimento para tomarme las cosas con más calma y, por tanto, adquirir más y mejor. Pero estar sometido al chirrido de una guitarra rockera o a los alaridos de uno de estos supuestos cantantes que desaparecen de las listas de éxitos a la misma velocidad que aparecen, enerva, irrita, inquieta, molesta y fastidia a la mayoría de consumidores.
Y no es sólo en el súper, qué va. Hay veces que salgo de El Corte Inglés de Uría con ganas de matar a alguien. Es el malestar que causa no poder permanecer en un lugar sin sufrir la agresión sonora de la música ambiental. En mi caso, pasados unos minutos bajo ese tormento, todo comienza a parecerme feo y caro. Y, con las mismas, me voy.
Pero lo más sorprendente lo viví hace unos días en la sala de espera del hospital, al lado del antequirófano. Por los altavoces de la estancia aullaban Bisbal y compañía, extendiendo su ruido por el pasillo. Eso sí, Junto a la puerta, un cartelito rogaba silencio.   

Publicado LNE 01/12/2011

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