miércoles, 19 de octubre de 2011

MANOS AL CUELLO


Me pregunto si no habrá un modo más diplomático y menos agresivo de afrontar los asuntos del Niemeyer y la RTPA. ¿Es el recurso a la asfixia económica el tratamiento adecuado para curar estas enfermedades?
Parece claro que la estrategia del Gobierno de Cascos es la destrucción de aquellas instituciones que no puede controlar desde dentro. Y, puesto que por el momento se halla en minoría en sus órganos de dirección, opta por la solución más contundente para tomar las riendas: cerrar el grifo.
Pero, para Asturias, ¿sería más positivo un Niemeyer cerrado a cal y canto, sin actividad alguna, una inversión carísima condenada al olvido o un Niemeyer puntero, en la vanguardia cultural? Al final, ¿qué nos resultaría más oneroso, tirar por la borda todo lo ya gastado o aprovecharlo y apostar por él como un potente faro cultural? Porque no crean que el Guggenheim le sale barato a Bilbao, pero haciéndolo bien, es posible obtener un gran rendimiento.
No entiendo, por ello, la satisfacción que exhibe una parte de la población asturiana ante la perspectiva del cerrojazo de un centro cultural con una potencialidad impresionante. ¡Que lo cierren y que los echen a todos a la calle! ¿De qué nos sirve cerrado? Y, por otra parte, no olvidemos que, además de políticos y adláteres, la clausura del Niemeyer manda al paro a trabajadores puros y duros.  ¿A qué viene el jolgorio? ¿Cómo es posible que haya quien se alegre por una supuesta victoria política que arrasa la vida de un montón de conciudadanos?
Con toda seguridad, el Niemeyer se puede gestionar mejor y debería ser liberado del pesadísimo lastre político, marca de la casa del anterior gobierno. Muy posiblemente, las cuotas de representación en su órgano de dirección no responden a la realidad y deberían ser corregidas. Y coincido plenamente con aquellos que exigen que, de confirmarse los casos de despilfarro y abuso, se actúe contra los autores y responsables con absoluta contundencia. Pero, por el amor de Dios, no echemos a perder una instalación extraordinaria. Bastante hemos desaprovechado ya como para no haber aprendido la lección. Cerrar el Niemeyer es derrotar a los rivales políticos estrangulando el cuello de todos los asturianos.
Lo mismo ocurre con la RTPA. Tres meses después del cambio de régimen la línea editorial del ente permanece donde estaba, inalterada, como si hubieran ganado los mismos. De hecho, su consejo de administración, politizado de cabo a rabo, mantiene las cuotas de representación correspondientes a la legislatura precedente Y no admite dudas que urge cortar la sangría de millones. Pero, una vez más, ¿es el cierre la solución? Vale, somos conocedores del tejemaneje político que hay allí dentro, pero no olvidemos que una medida tan traumática se llevaría por delante el empleo de centenares de profesionales. Si el coste de la RTPA es desorbitado, pues promuévase un servicio más económico, más nuestro, una alternativa audiovisual genuinamente asturiana. Porque, ya me explicarán qué tienen de asturiano el fútbol y la fórmula 1 que también retransmite la Sexta, las pelis de vaqueros (desconocía que hubiera tantas) y los mamporros de Chuck Norris. Alguien debería aclarar el sentido de pagar una millonada por los derechos de emisión de los mismos eventos deportivos que ya tiene una cadena privada que también se ve en el Principado. Desde fuera, el asunto desprende un tufo de pago político que tirar para atrás.
Pero, a lo que iba, entiendo que reorientando los objetivos de la RTPA, profesionalizándola y despolitizándola, podría ser viable o, al menos, capaz de sobrevivir mientras se le busca una solución empresarial privada. Pero llevarse por delante los empleos de centenares de personas, que nada tienen que ver con las martingalas políticas, es una medida desproporcionada y de un coste humano tremendo.
Yo tampoco comprendo el motivo de que cada comunidad autónoma tenga su propio ente radiotelevisivo, que haya universidades públicas a porrillo, como si las regalaran, aeropuertos en lugares adonde no vuela nadie, trenes de alta velocidad para desplazar a diez personas al día, y tantas otras majaderías más. Pero con las inversiones hechas y las plantillas nutridas, me parece que lo más apropiado es luchar por darles sentido en vez de abandonarlas como haría un niño caprichoso con el hermoso juguete que ya no llama su atención. E, insisto, procuren que en sus batallas políticas las víctimas sean sólo políticas.

Publicado LNE 18/10/2011

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