Lo que deberíamos preguntarnos es qué opinión tiene el electorado español de las alternativas al PP. Porque sabiéndose lo que se sabe de las andanzas de Rajoy y su comparsa, de los tejemanejes de su partido, de sus poco ortodoxos medios de financiación, de la firme tendencia de tantos de sus representantes a apropiarse de lo que no es suyo, de los sobres, de los pagos en B, de las comisiones ilegales, del caciquismo, el hecho de que los populares amplíen su ventaja lo que hace, sobre todo, es cuestionar seriamente a sus competidores. Cómo serán de malos para que la imagen de un político mediocre, anacrónico y salpicado de corrupción se engrandezca hasta convertir a Rajoy prácticamente en el único candidato posible a la Presidencia del Gobierno. De verdad que se lo deberían hacer mirar. Porque parece evidente que los votantes españoles no se fían ni un pelo de que ese cambio razonable para dar sentido, orden y concierto a este país pueda ser capitaneado por ninguno de los aspirantes. En definitiva, virgencita, que me quede como estoy, que más vale lo malo conocido, pues lo que está por conocer tiene una pinta bastante chunga. Es un voto conservador, en el sentido estricto de la palabra, defensivo y miedoso. Es el voto de un censo electoral muy adulto, al que los cambios vocingleros, los lemas belicosos y las actitudes groseras e irrespetuosas asustan. Y los que aspiran a ocupar el lugar de Rajoy no lo acaban de entender. Es más, tengo la impresión de que las encuestas preelectorales han jugado en contra. Tanto “sorpasso”, tanta remontada, tanto “ahora sí que sí”, tanto “contigo ni a apañar duros”, únicamente han movilizado a los temerosos, a los que no quieren oír hablar de revoluciones, de “echarlos de ahí”, de patadas en el culo. Porque llamando a la guerra, al “arderéis como en el 36”, a la anulación civil del votante de derechas, al anticlericalismo, solo se logra la fidelización de los propios. Pero el partido se juega en el centro. Es ahí donde se ganan y pierden las elecciones, donde está la mayor bolsa de votantes no adscritos, a quienes los aspirantes no logran convencer.
LA NUEVA ESPAÑA de las Cuencas 30/6/2016