jueves, 30 de junio de 2016

LO MALO CONOCIDO



Lo que deberíamos preguntarnos es qué opinión tiene el electorado español de las alternativas al PP. Porque sabiéndose lo que se sabe de las andanzas de Rajoy y su comparsa, de los tejemanejes de su partido, de sus poco ortodoxos medios de financiación, de la firme tendencia de tantos de sus representantes a apropiarse de lo que no es suyo, de los sobres, de los pagos en B, de las comisiones ilegales, del caciquismo, el hecho de que los populares amplíen su ventaja lo que hace, sobre todo, es cuestionar seriamente a sus competidores. Cómo serán de malos para que la imagen de un político mediocre, anacrónico y salpicado de corrupción  se engrandezca hasta convertir a Rajoy prácticamente en el único candidato posible a la Presidencia del Gobierno. De verdad que se lo deberían hacer mirar. Porque parece evidente que los votantes españoles no se fían ni un pelo de que ese cambio razonable para dar sentido, orden y concierto a este país pueda ser capitaneado por ninguno de los aspirantes. En definitiva, virgencita, que me quede como estoy, que más vale lo malo conocido, pues lo que está por conocer tiene una pinta bastante chunga. Es un voto conservador, en el sentido estricto de la palabra, defensivo y miedoso. Es el voto de un censo electoral muy adulto, al que los cambios vocingleros, los lemas belicosos y las actitudes groseras e irrespetuosas asustan. Y los que aspiran a ocupar el lugar de Rajoy no lo acaban de entender.  Es más, tengo la impresión de que las encuestas preelectorales han jugado en contra. Tanto “sorpasso”, tanta remontada, tanto “ahora sí que sí”, tanto “contigo ni a apañar duros”, únicamente han movilizado a los temerosos, a los que no quieren oír hablar de revoluciones, de “echarlos de ahí”, de patadas en el culo. Porque llamando a la guerra, al “arderéis como en el 36”, a la anulación civil del votante de derechas, al anticlericalismo, solo se logra la fidelización de los propios. Pero el partido se juega en el centro. Es ahí donde se ganan y pierden las elecciones, donde está la mayor bolsa de votantes no adscritos, a quienes los aspirantes no logran convencer. 

LA NUEVA ESPAÑA de las Cuencas 30/6/2016

martes, 14 de junio de 2016

CUIDAR A LA CLIENTELA



“Ay fía, no sé pa qué vengo a misa. No me entero de ná. Esti cura paez que habla p’adentro. Igual ye que tien miedo a desgastar los altavoces”. “Total, qué más te da, si ya sabes lo que va a decir”. “Va muyer, pero entretiene. Pero en esti plan no oigo más que un runrún que me da sueño. Hoy ya eché un par de pigazos y en una de estas voy caer del banco abajo”.
Miren que tengo dicho que hay que cuidar a la clientela. Y a los de toda la vida, más. Eso de que las condiciones de la cuenta corriente, el precio del kilovatio o la tarifa plana sean más ventajosos para los de fuera que para los de casa lo llevo francamente mal. Bueno, pues digo yo que la Iglesia también debería cuidar a la feligresía. Y cuando la feligresía tiene una media de edad próxima a la de Matusalén, pues, en fin, o subimos el volumen o la mayoría de parroquianos que asisten a los oficios se quedan a la luna de Valencia. Porque con los años los oídos se ponen como de madera. Y de poco sirve que uno se esfuerce en convencer a la audiencia de que hay que ser buenos los unos con los otros si resulta que los destinatarios del mensaje están tenientes. Habrá que alzar la voz, darle a la rosca del micrófono o repartir trompetillas. Es como si el Papa Francisco se asomara los domingos al balcón del Vaticano, hablara muy sesudamente pero no se le oyera. Que una cosa es hacerse el sordo y otra, serlo.
Bueno, y me contaron de una parroquia en la que los fieles que quieren comulgar han de subir una escalinata para aproximarse al sacerdote. Porque éste no acostumbra a bajar. Y claro, para la venerable anciana el cumplimiento del sacramento le cuesta tanto como trepar a lo alto de la pirámide del Sol. Y para eso, además de fe hace falta tracción. Y a ciertas edades lo primero se suele mantener, pero lo segundo… Hombre, por Dios –qué bien traído- cuiden a la clientela, que no abunda y la competencia es fuerte.
 
LA NUEVA ESPAÑA de las Cuencas 14/6/2016

jueves, 9 de junio de 2016

CIEN MIL LEYES



Acabo de leer que en España hay 100.000 leyes vigentes, de las que 67.000 son autonómicas. Y la primera pregunta que a uno le viene a la cabeza es: ¿Para qué tantas? Si los españoles somos dados al incumplimiento, poco sentido tiene semejante abundancia normativa. Porque no por mucho madrugar amanece más temprano. Siempre lo dijeron los mayores: Poquito y bien o, si se quiere, el que mucho abarca poco aprieta. Pues eso. Que mejor nos iría cumpliendo menos leyes que saltándonos casi todas. Porque una cosa tengo bien clara: si nos pusiéramos la mar de serios a cumplir íntegramente el repertorio legislativo de este país, España se iba a la porra acto seguido. Imaginen qué caos. Pero de ahí a estar limitados por 100.000 leyes media un trecho bien grande. Y es que, si se paran a pensar un poquito, casi todo está prohibido, regulado, constreñido, cercenado. Son escasas las cosas que uno puede hacer en plena libertad. Y, total, para nada, para que la ilegalidad campe a sus anchas, para que los impulsores de tantísima normativa se la salten a la torera, para que vayamos por la vida mirando de reojo intentando ver dónde está el guardia. Y eso que actualmente parece que ni la posibilidad de ser descubierto, denunciado y sancionado disuade al personal. El imbécil continúa sin recoger las cacas de su perro; el insensato sigue conduciendo borracho; los que defraudan al fisco, insisten; los cargos políticos que abusan de los fondos públicos no se detienen. No ensuciar ni estropear lo que es de todos no debería necesitar una ley. Con el sentido común y el civismo debería bastar. Pero como no es el caso, ¿para qué regularlo si los que pueden no hacen que se cumpla? Como lo de la financiación de los partidos políticos. ¿Qué más da que haya leyes al respecto si no se acatan? ¿Cuánto de la Constitución está siendo respetado? Y tanta norma autonómica, ¿para qué? ¿para hacernos cada vez más distintos?
Hagan la prueba de buscar lo que dicen las leyes sobre sus actividades habituales, desde que se levantan hasta que se acuestan, desde el trabajo hasta lo que consumen. Y verán todo lo que incumplen consciente e inconscientemente.  

LA NUEVA ESPAÑA de las Cuencas 9/6/2016

REPUTACIONES



Ahora al Presidente de Murcia también le salpican las aguas fecales. Otro más. A raíz de su salida a la palestra me enteré de que hay empresas dedicadas al blanqueo de reputaciones. Sabía que se blanquean dientes, ropas, paredes y dineros sucios. Pero reputaciones… Por lo visto, uno puede ser un golfo de tomo y lomo, que contrata a estos expertos y en un santiamén borran el rastro de tus andanzas e inventan un pasado acorde con las exigencias del momento. Y donde había una foto saliendo del puticlub ahora aparece otra a la puerta de la iglesia. Y donde se te critica, repentinamente se te comienza a ensalzar. Y donde se te acusa, se te defiende. Y desaparece todo aquello que pueda resultar indecoroso y poco presentable. Y eso, insisto, aunque uno siga siendo un golfo. Hoy en día hasta la reputación personal puede someterse a la cirugía estética.
Antiguamente, si algo tenía el hombre –y cuando digo hombre quiero decir hombre y mujer, no se me altere nadie-, era el concepto de la reputación, el honor, el valor de la palabra dada. No eran necesarios los papeles ni las firmas. Dos manos que se apretaban cerraban un trato. Un gesto de asentimiento sellaba un acuerdo. Tratos y acuerdos que se cumplían porque la reputación estaba en juego. Compromisos que se llevaban a término porque el buen nombre de uno no se ponía en cuestión.
Los abogados sabemos de propiedades que pasaban de unos a otros por simples pactos verbales, de deudas contraídas y saldadas sin que constaran en un solo papel, de negocios emprendidos sin necesidad de firmas. Todo de palabra, cuando la palabra significaba algo. Hoy, ni por escrito mantiene su valor. Y la reputación que hoy se inventa antes se cultivaba a lo largo de la vida con el abono de las acciones cotidianas.
Me imagino el gesto de estupefacción del bisabuelo José si se enterase de estas modernas formas de ganarse una reputación. Con lo que costaba lograr que la comunidad en que vivías le tuviera a uno por serio, formal, cumplidor, digno de fiar. Y ahora eso se colorea, se quita de aquí y se pone de allá. Y todo para simular ser como sabemos que deberíamos ser. 

LA NUEVA ESPAÑA de las Cuencas 8/6/2016

martes, 7 de junio de 2016

MINA O NADA


Idéntico titular de prensa que hace veintitantos años. La exigencia al Gobierno de un futuro para el carbón. A pesar de la millonada que regó estas tierras –o igual por su causa- continuamos en la casilla de salida, agarrados al mismo clavo ardiendo que, a fuerza de hacer callo, ya no nos produce tanto dolor. La reconversión quedó en nada, la reestructuración, en agua de borrajas, y la sentencia de “mina o nada”, inmutable. Sin cultura emprendedora difícilmente lograremos que cuaje un tejido empresarial dinámico. Sin iniciativa privada malamente dejaremos de ser dependientes crónicos. Y sin una formación de primer nivel nunca podremos aspirar a ser tierra de asentamiento y no de paso o partida. Desde la década de los ochenta hasta la actualidad no hemos conseguido prácticamente nada, salvo aclarar aires y aguas (que no está mal, por supuesto). Hasta el punto de permanecer aferrados al carbón, que a estas horas debería ser una relevante actividad económica. Pero no la única.
Sigo pensando que, como fuente propia de energía, el carbón tendría que ser considerado un elemento estratégico. Por lo que pueda pasar en el futuro, nunca está de más mantener una cierta autonomía energética. De ahí que el completo cerrojazo a la minería me parezca un despropósito, pues estoy convencido de que su reapertura, cuando alguien se dé cuenta del error, será mucho más costosa que la continuidad. Pero, y esta es nuestra culpa, es impresentable que a estas alturas no hayamos sido capaces de poner en marcha otras alternativas. Ni lo intentamos en serio. Y ello no es culpa de Bruselas ni Madrid. Es nuestra, de los poderes dominadores de estos pequeños territorios, del desinterés colectivo, de la ausencia de predisposición para pasar de ser empleados a dueños de nuestro futuro, de la errónea creencia en que la buena voluntad remedia la falta de conocimientos. En las Cuencas hemos querido engañarnos a base de echar la culpa a los demás de nuestro triste devenir. A Oviedo, a la derecha, a los gobiernos de Madrid –sobre todo si son de derechas-, a Europa, a la globalización, al sistema solar… Veintitantos años después ya no hay manera de ocultar que buena parte de esa culpa reside aquí.  

LA NUEVA ESPAÑA de las Cuencas 7/6/2016

lunes, 6 de junio de 2016

EL QUESO



Lo estoy viendo venir. Me va a pedir el divorcio. Y no puedo culparla por ello, la verdad. Desde que mis cuñados me regalaron el queso de Peñamellera que compraron en Bosque, nuestra relación se ha deteriorado. Sí, a causa del queso. Porque no es un queso normal. Es una delicia de sabor, pero huele…huele…por Dios, cómo huele. Es como si en la bolsa de los calcetines sucios de un corredor de maratones se ocultara el cadáver en descomposición de una mofeta con diarrea. Y me quedo corto. Entrar en una de esas cuevas en las que se curan estas pestilentes ambrosías debe de impactar como la coz de un burro que te lanza a cuatro valles de distancia. Y ella, que es de olores perfumados y armoniosos, lleva muy mal la relación con un queso de Peñamellera, por lo que no concluimos ninguna comida juntos. Es destapar ese prodigio atómico y salir huyendo, como quien huye de un enjambre de avispas cabreadas.
Pero, claro, un queso tan potente solo puede ser ingerido en pequeñas raciones, para que a los jugos gástricos les dé tiempo a gestionar el trance. Y lo que poco a poco se come, mucho dura. Demasiado, a tenor de su cara, sus ademanes, sus muecas. O me apresuro o me pone las maletas en la puerta. Porque tirarlo, ¡ni hablar! Antes muerto o divorciado que deshacerme de mi apestoso queso, del que ya queda menos de la mitad. Y cada vez que destapo el envase hermético en el que lo tengo confinado dentro de la nevera exclamo lo mismo: ¡Cómo es posible que algo que huele tan rematadamente mal sepa tan bien! Es un misterio maravilloso. Pero ella se niega a aceptar el milagro de las bacterias de la leche y ni hay manera de que dé el paso de probarlo. Ni hablar. Innegociable. Y que conste que lo he intentado. Pero no hay nada que hacer. Desistí antes de que me pidiera el divorcio por pelmazo. Y reconozco que como se presente en el juzgado con el queso es probable que le concedan una orden de alejamiento. Contra el queso de Peñamellera y contra mí. Pero qué rico está.  

LA NUEVA ESPAÑA de las Cuencas 5/6/2016

jueves, 2 de junio de 2016

MENTIRA



¿Por qué dices que mañana me pagarás si tanto tú como yo sabemos que eso es mentira? ¿Para qué te comprometes si no vas a cumplir? “Déjalo de mi mano. Yo me encargo”. Pero luego no te encargas ni tienes el menor propósito de hacerlo. Es que es absurdo e innecesario. Te callas, no dices nada y listo. Porque luego resulta de lo más desagradable tener que andar detrás de alguien recordándole sus palabras. Oye, que dijiste que mañana me pagabas. Y mañana ya fue ayer. Y ni un céntimo. A no ser que yo entendiera “mañana” y tú dijeras “el mañana”. Porque, claro, si es que me vas a pagar “en el mañana”, pues vale, como que me lo tomo con más paciencia. Pero si me dices que “mañana”, cuando llega mañana –que, insisto, fue ayer- yo me paso la jornada rebosante de ilusión y esperanza hasta que cae el sol y el bolsillo sigue vacío. Entonces me amohíno y me deprimo. Para eso no me digas nada, hombre, y yo ya me hago a la idea de que ese dinerito voló para no regresar. Que no hay que confundir la mentirijilla piadosa, porque es innecesario e inconveniente ser absolutamente sinceros unos con otros, con la burda trola que queda al descubierto en un dos por tres. Ese tinte del pelo color remolacha transgénica es un espanto, pero para qué te lo voy a decir. Seguramente tú ya lo sabes. Y desde luego las de la peluquería también. Para qué vamos a hurgar en la herida. Pero si me aseguras que vas a hablar con fulanito sobre un asunto que me afecta y resulta que no lo haces, que se te olvidó, que no lo topaste, que comunicaba, me estás haciendo polvo y demorando la resolución de un asunto que necesito resolver. Porque quizá a ti no te corra prisa, pero a mí, sí. Y he confiado porque te has ofrecido. ¿Para qué te metes en medio si lo único que pretendes es estorbar? ¿Me haces un favor o una faena? Miren que es sencillo: no decir ni hacer nada. No hay mentira ni falsas expectativas. Nadie se llama a engaño. Tan simple como eso.

La Nueva España de las Cuencas 2/6/2016

miércoles, 1 de junio de 2016

SERÉ BREVE



Es oírlo y ponerme en lo peor: “Seré breve”. Mal asunto. No va a ser breve; al contrario, será interminable. Como cuando te dicen “Que no te moleste…”, que por dentro tienes la seguridad de que te va a molestar.
Bueno, pues con esto de las charlas y conferencias estoy descubriendo el submundo de los “serebreves”, una especie humana compuesta de individuos, preferentemente de sexo masculino, que van de charla en charla, de conferencia en conferencia, no para atender y adquirir nuevos conocimientos, sino para escucharse a sí mismos y dar la tabarra a la concurrencia cuando el moderador del acto comete el error de abrir el turno de preguntas. Porque no levantan la mano para preguntar, qué va; se arrancan con una perorata que no tiene fin con el único propósito de que alguien les escuche. Porque para mí que ni en su casa los escuchan. Y al final de la disertación, muchas veces más extensa que la del propio ponente, queda uno preguntándose “¿Qué ha dicho?”, pues el palizón ha sido tal que el cerebro cerró hasta las contraventanas para defenderse.
Recuerdo con estupor a un asistente que, sin venir a cuento, nos castigó con una teoría de aprovechamiento de las minas como almacenes de residuos radiactivos. Que dicho así, pues habría durado la disertación no más de treinta segundos. Pero no, hasta que la idea se concretó, pasaron minutos, y más minutos, y vuelta para acá, y vuelta para allá, y los conferenciantes con los ojos en blanco, y el moderador como si estuviera sentado sobre un cactus, y el resto de los presentes con ganas de encerrarlo a él en una mina abandonada. Por no hablar del veterano político – y digo veterano porque hay testimonios que confirman que ya ocupaba cargos en tiempos de Favila – que levantó la mano y se dedicó a sí mismo un mítin para perplejidad de los inocentes asistentes.
Por favor, sean breves. Tanto si van a decir algo interesante como si es una tontería, no se alarguen. Por mucho que les cueste aceptarlo, a las conferencias se asiste para escuchar al conferenciante. Parece de cajón, pero se ve que aún así hay que explicarlo. Y la tabarra, dénsela al que quiera oírla.  

La Nueva España de las Cuencas 1/6/2016