Estoy acabado. Me pongo la equipación completa, incluidos el medidor de distancias, latidos y calorías y los auriculares con la música de “Fiebre del Sábado Noche”, que ayuda a caminar a paso alegre, e iniciando la rampa del abollado puente de Seana fui adelantado por una pareja de retacas de mi edad, culibajas y paticortas que, sin dejar de dar la lengua, me rebasaron como un Ferrari a un Dos Caballos. Y yo convencido de que iba a buen ritmo. “Será por la subida, que favorece a los de centro de gravedad bajo, como los percherones”, me dije, un tanto desconcertado. “En cuanto el trazado se allane, las superaré gracias a mi par de zancas largas y estilizadas como las de una gacela de Thomson”, me animé. Tras girar a la izquierda frente al apeadero, con una recta larga y lisa por delante, apreté el paso para dar alcance a la regordeta pareja. Pero se alejaban cada vez más, sin dejar de hablar un instante. Metí una marcha más determinado a poner las cosas en su sitio. Entonces, con el juego de los tobillos en incandescencia, fui adelantado por mi suegro que, a modo de consuelo, me dio una palmadita en la espalda, recomendándome que me protegiera del frío. Y siguió como una flecha. Es lo que viene a ser la teoría de la relatividad en el paseo del río. El tiempo y el espacio no son los mismos para mí que para esos caminantes acelerados, que no se adónde van con tantas prisas. Y cuando yo tengo la percepción de que voy a ritmo de Concorde, algo, o más bien alguien, me hace ver que ni mucho menos. Entonces, me sobrepasaron mis cuñados y mi sobrina, a tal velocidad que hasta sentí la sacudida del aire. Y siguieron adelante no sin antes preguntarme si necesitaba asistencia médica. Así me verían. Desistí. El contador de pasos se detuvo. Y me senté a bajar la temperatura de los neumáticos cuando ante mí pasaba una hermosa escuadrilla de patos con su plumaje multicolor, que alivió la bochornosa situación.
LA NUEVA ESPAÑA DE LAS CUENCAS 29/1/2019
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