viernes, 23 de noviembre de 2018

PLAZOS




Anclados en el pasado no se suele ir a ninguna parte. Llevamos medio siglo sabiendo que el futuro pasa por liberarnos de la dependencia de los combustibles fósiles y, a pesar de ello, nos mantenemos en la reticencia ilógica y en la permanente reclamación de prórrogas mientras nada hacemos para ir acompasando nuestro presente a lo que irremediablemente está por venir. Me parece muy bien que el Gobierno haya puesto fecha al fin de los motores de combustión. Al igual que dimos el paso del lápiz al ordenador, de las operaciones “a lo vivo” a la anestesia general, de las llamadas a través de centralita a la telefonía móvil, ya es una necesidad vital que los medios de transporte obtengan la energía de fuentes limpias. Rebajaremos los niveles de contaminación y, además, dejaremos de contribuir a la inmensa y terriblemente injusta riqueza de unos pocos que, para colmo de males, niegan todo tipo de derechos. El petróleo ha sido muy útil durante muchos años –demasiados-, por su control se cometieron auténticas barbaridades pero, afortunadamente, ya comienza a haber soluciones alternativas. Y es ese el camino de deberíamos transitar en vez de sentarnos a protestar. Las cuencas mineras tienen experiencia de primera mano sobre la negación de la evidencia que antes o después llega. Hoy, prácticamente descarbonizados en lo productivo y sin los deberes hechos para afrontar la adaptación, esto es lo que hay. Se dijo que “carbón o nada”; ahí lo tenéis: nada. Pues con el petróleo, y a escala nacional, podría suceder lo mismo. Más de veinte años es plazo más que suficiente para llevar a cabo una transición sin traumas. Pero como la reacción general sea la que hoy se escucha, que vaya disparate, que adónde vamos montados en una pila con ruedas, que qué hacemos con las fábricas que hoy producen motores de combustión y con la industria auxiliar, acabará pillándonos el toro una vez más. Como en todo lo demás, hemos de reciclarnos y reconocer que la vida evoluciona. Y, a veces, para mejor. 

LA NUEVA ESPAÑA DE LAS CUENCAS 19/11/2018

jueves, 15 de noviembre de 2018

LA BUENA GENTE




Entonces, Mara levantó la mano. Y unos segundos después el moderador le concedió la palabra. Y Mara, con la voz quebrada, habló. Habló de una infancia de miseria, de un padre ausente por la amenaza real de ser asesinado, de una madre consciente de que la muerte de su esposo supondría su adjudicación a otro hombre, de una vida sin más horizonte que la supervivencia diaria, de la explotación, la esclavitud, la persecución y el comercio de seres humanos privados de todo derecho por sus orígenes y por el color de sus pieles. Mientras yo jugaba en el patio del colegio, Mara veía a su madre suplicarle al cielo por la vida de aquel hombre amenazado de muerte. Cuando venían a buscarme a la parada del autobús con un maravilloso bocadillo de tortilla, Mara y su familia temblaban al presentir la visita en el campamento de chabolas de los esbirros del patrón. Al tiempo que el padre de mi amigo Jesusín nos llevaba en coche a jugar al fútbol, Mara y su familia rebuscaban entre la suciedad y el barro algo que comer, asfixiados de calor y calados hasta los huesos por las intensas lluvias. Mara y yo fuimos niños en el mismo tiempo; ella en la selva amazónica y yo en España. Ella fue privada de una niñez que a mí me fue concedida en plenitud. Hoy, afortunadamente entre nosotros, Mara recuerda aquel espanto y yo, el sabor del bocadillo de tortilla. No hay derecho. Nunca lo hubo. Edmund Burke dijo que “lo único que necesita el mal para triunfar es que los hombres buenos no hagan nada”. Esta es la gran revolución pendiente, la de los hombres buenos, que se levanten para tomar el control de este planeta de injusticia y dolor. Mara lleva grabada en los ojos la terrible historia que ningún ser humano, y menos un niño, tendría que haber padecido. Y los causantes de tanto horror no cesarán mientras la buena gente no decida que hasta aquí hemos llegado. 

LA NUEVA ESPAÑA DE LAS CUENCAS 15/11/2018

SENSATEZ



Me dice un paisano que para que todo este tinglado de las autonomías funcione correctamente es imprescindible un nivel de sensatez jamás conocido en España. Y no le falta razón. La compleja y delicada cesión de poderes y su posterior distribución requieren que cada uno de los intervinientes entienda a la perfección su papel, a modo de piezas de un complicado engranaje. Pero, en el momento en que se pierde eso de vista, o se ignora deliberadamente, el motor, que no está preparado para tales esfuerzos, traquetea, falla y gasta más andando menos. Y así hasta que, en una de estas, se detiene. Nuestro sistema autonómico, si bien es injusto por desigual, no debería ser necesariamente un problema. Pero fallamos por la base, por la sensatez, el sentido común, la competencia y la buena voluntad, que es lo que nos está faltando. Porque la distribución de poderes para, se suponía, la óptima representación y administración de los ciudadanos, acabó convertida en una pelea, una lucha por el control de los territorios. Y así estamos como estamos, cargando con el mamotreto autonómico que, principalmente, nos cuesta un riñón sin haber demostrado mayores virtudes. ¿Por qué? Pues por la falta de sensatez. De ahí que se oiga con cada vez más intensidad que hay que poner fin a este descontrol y volver al centralismo. Porque, puestos a ser dirigidos por insensatos, cuantos menos sean, mejor. Sale más económico. Es posible que los Padres de la Constitución pecaran de optimistas al idear las autonomías, en la ilusión de que con la ayuda de todos, el sistema iría como la seda. Quizá, intoxicados con los efluvios de la libertad y la democracia recién adquiridas, decidieron ignorar los nada alentadores antecedentes del pueblo español a la hora de organizarse. Y lo escribo hoy, sentado en la sala de espera de un centro de salud castellano, aguardando a que el aparato burocrático determine si puedo ser atendido, por proceder de otra comunidad autónoma. ¿Era esto lo que se pretendía? 

LA NUEVA ESPAÑA DE LAS CUENCAS 13/11/2018

lunes, 12 de noviembre de 2018

A TODO VOLUMEN



Era 1973 y la prensa local anunció la escala del Concorde en el aeropuerto de Gando. Sin embargo, la población de Gran Canaria realmente se enteró de la visita del avión supersónico por el ruido. Toda la isla lo oyó aterrizar. Ningún “canarión”, ni siquiera los sordos profundos, fue ajeno a su despegue. Porque los cuatro reactores de aquel fabuloso pájaro anglo francés aullaban con tal estruendo que nadie en muchos kilómetros a la redonda podía evitar elevar la mirada hacia el cielo y buscar la fuente del atronador sonido. Yo estaba en el patio del colegio cuando las vibraciones revelaron su partida. De hecho, era tal el ruido emitido por el Concorde que muchas ciudades le denegaron el permiso de aterrizaje. El resto de la historia, ya la conocen. Pero creo que hemos de reconocer que, desde entonces, la aviación comercial no ha hecho más que retroceder en velocidad y comodidad. ¿A qué venía esto? Un momento, que tomo el hilo. Y es que el otro día fuimos a la típica casa de comidas asturiana, rural, desenfadada y de cocina inconfundible y contundente. Tan asturiano era el local que el griterío del interior se escuchaba desde bien lejos. Era como si dentro se hubiera desencadenado una pelea como las de las tabernas de las pelis de vaqueros. Qué alboroto. Con precaución, abrimos la puerta, comprobamos que no había ningún indicio de violencia y nos sumergimos en una tempestad de decibelios que ríase usted del Concorde despegando. En el comedor, de no más de cuarenta metros cuadrados, la conversación era inviable y los seis comensales de nuestra mesa renunciamos a comunicarnos por la absoluta imposibilidad de oírnos unos a otros. Una fábrica de bocinas y sirenas es infinitamente más silenciosa. Nos entendimos a base de señas con los camareros, comimos, pagamos y salimos del lugar con un pitido en la cabeza que aún persiste. Y preguntándonos el porqué de esta costumbre tan asturiana de relacionarnos a todo volumen. 

LA NUEVA ESPAÑA DE LAS CUENCAS 12/11/2018

RESPETO



Hemos vuelto a batir nuestro récord. A un conferenciante le sonó el móvil nada más empezar. Además, a todo volumen, pues lo dejó junto al micrófono. Sobresalto, jeje, qué descuido tan tonto, un momento, ya está. Quince segundos después, el puñetero móvil volvió a sonar. Ay madre, si estaba silenciado, cómo es posible, no me llames más que ya te llamo yo luego, cosas de la tecnología. Y continuamos entre los soniditos de los mensajes de wasap. La sala parecía una de esas jaulas gigantes llenas de pajarillos que hay en el zoo. Piopio, ring, rong, click, ding… Breves sonidos de violín, de tamboril, silbidos, besitos, tintineos, acompañaron las disertaciones de principio a fin. Porque la gente ha decidido no silenciar el móvil. Es más importante enterarte de que te llega un mensaje de wasap que atender a lo que se está diciendo. Unos minutos después sonó el himno de Riego con origen en el teléfono de un histórico líder sindical. No se molestó en apagarlo. Se levantó y respondió a la llamada mientras caminaba hacia el exterior de la sala. Volvió a entrar, se sentó, puso cara de risa y…nuevamente sonó el politono republicano. Y se repitió la escena. Debía de ser el epílogo de la llamada anterior.  Y la pareja que tenía justo delante no paró de hablar durante la hora y media de acto. ¿Para qué vendrán? ¿Qué sentido tiene asistir a una conferencia si te dedicas a hablar y molestar? ¿Por qué no os vais a un bar? ¿Por qué no os morís? El declive de la urbanidad y la buena educación es tremendo. Y no sólo afecta a las generaciones más jóvenes, porque la edad media de la audiencia en esa sala superaba con creces el medio siglo. Hemos perdido el sentido de respeto al prójimo, a la persona que se dirige al público, a las que nos acompañan. Y no nos damos cuenta de que, así, perdemos también el respeto a nosotros mismos.

LA NUEVA ESPAÑA DE LAS CUENCAS 6/11/2018

lunes, 5 de noviembre de 2018

CONFORTABLEMENTE ENTUMECIDO




Llego a casa con el cerebro infinitamente más cansado que el cuerpo. Con lo que se ve y oye a diario en este país, las neuronas se fatigan a gran velocidad y cada vez necesitan mayor reposo. Ceno un yogur y me pongo los cascos. Al igual que Mozart alcanzó el firmamento de la música clásica con el “Ave verum corpus”, Pink Floyd hizo cumbre en la moderna con “Comfortably numb”, algo así como confortablemente entumecido o insensibilizado. La ración diaria de idioteces es tal que temo estar llegando a ese estado. Los derechos de los niños y las derechas de las niñas; que no se puede cantar el término “mariconez”, con la de barbaridades vejatorias hacia el sexo femenino que atestan los reguetones y que escuchan constantemente nuestros infantes y nadie parece molestarse; que es una vergüenza hacer negocios con los saudíes, pero es perfectamente correcto hacerlo con iraníes, rusos, venezolanos, chinos, norcoreanos y, en general, gente que se “deshace” de críticos y opositores por la vía rápida; que, por respeto a la libertad de expresión, se han de despenalizar las ofensas al Rey y el enaltecimiento del terrorismo, si bien ha de ser condenado todo aquel que ose manifestarse en términos poco despectivos hacia la dictadura franquista, con lo fácil que sería aligerar el Código Penal de todas estas chorradas con las que no conseguimos más que magnificar al bocazas de turno para que tenga su minuto y su sentencia de gloria. Hoy me dijo un profesor de bachillerato que en su instituto hay muchos alumnos que desconocen qué mar baña las costas asturianas. Y yo le conté que acababa de asistir a una sesuda conferencia en la que se llamaba a la izquierda política a recuperar el contacto con la clase trabajadora. Pero se dijo de tal manera, con un lenguaje tan académico, elevado y engolado, que dudo de que ningún trabajador lo entendiera. Ni con tres o cuatro másteres de la Juan Carlos I. Yo tampoco entiendo nada.   

LA NUEVA ESPAÑA DE LAS CUENCAS 5/11/2018