Anclados en el pasado no se suele ir a ninguna parte. Llevamos medio siglo sabiendo que el futuro pasa por liberarnos de la dependencia de los combustibles fósiles y, a pesar de ello, nos mantenemos en la reticencia ilógica y en la permanente reclamación de prórrogas mientras nada hacemos para ir acompasando nuestro presente a lo que irremediablemente está por venir. Me parece muy bien que el Gobierno haya puesto fecha al fin de los motores de combustión. Al igual que dimos el paso del lápiz al ordenador, de las operaciones “a lo vivo” a la anestesia general, de las llamadas a través de centralita a la telefonía móvil, ya es una necesidad vital que los medios de transporte obtengan la energía de fuentes limpias. Rebajaremos los niveles de contaminación y, además, dejaremos de contribuir a la inmensa y terriblemente injusta riqueza de unos pocos que, para colmo de males, niegan todo tipo de derechos. El petróleo ha sido muy útil durante muchos años –demasiados-, por su control se cometieron auténticas barbaridades pero, afortunadamente, ya comienza a haber soluciones alternativas. Y es ese el camino de deberíamos transitar en vez de sentarnos a protestar. Las cuencas mineras tienen experiencia de primera mano sobre la negación de la evidencia que antes o después llega. Hoy, prácticamente descarbonizados en lo productivo y sin los deberes hechos para afrontar la adaptación, esto es lo que hay. Se dijo que “carbón o nada”; ahí lo tenéis: nada. Pues con el petróleo, y a escala nacional, podría suceder lo mismo. Más de veinte años es plazo más que suficiente para llevar a cabo una transición sin traumas. Pero como la reacción general sea la que hoy se escucha, que vaya disparate, que adónde vamos montados en una pila con ruedas, que qué hacemos con las fábricas que hoy producen motores de combustión y con la industria auxiliar, acabará pillándonos el toro una vez más. Como en todo lo demás, hemos de reciclarnos y reconocer que la vida evoluciona. Y, a veces, para mejor.
LA NUEVA ESPAÑA DE LAS CUENCAS 19/11/2018