Hemos vuelto a batir nuestro récord. A un conferenciante le sonó el móvil nada más empezar. Además, a todo volumen, pues lo dejó junto al micrófono. Sobresalto, jeje, qué descuido tan tonto, un momento, ya está. Quince segundos después, el puñetero móvil volvió a sonar. Ay madre, si estaba silenciado, cómo es posible, no me llames más que ya te llamo yo luego, cosas de la tecnología. Y continuamos entre los soniditos de los mensajes de wasap. La sala parecía una de esas jaulas gigantes llenas de pajarillos que hay en el zoo. Piopio, ring, rong, click, ding… Breves sonidos de violín, de tamboril, silbidos, besitos, tintineos, acompañaron las disertaciones de principio a fin. Porque la gente ha decidido no silenciar el móvil. Es más importante enterarte de que te llega un mensaje de wasap que atender a lo que se está diciendo. Unos minutos después sonó el himno de Riego con origen en el teléfono de un histórico líder sindical. No se molestó en apagarlo. Se levantó y respondió a la llamada mientras caminaba hacia el exterior de la sala. Volvió a entrar, se sentó, puso cara de risa y…nuevamente sonó el politono republicano. Y se repitió la escena. Debía de ser el epílogo de la llamada anterior. Y la pareja que tenía justo delante no paró de hablar durante la hora y media de acto. ¿Para qué vendrán? ¿Qué sentido tiene asistir a una conferencia si te dedicas a hablar y molestar? ¿Por qué no os vais a un bar? ¿Por qué no os morís? El declive de la urbanidad y la buena educación es tremendo. Y no sólo afecta a las generaciones más jóvenes, porque la edad media de la audiencia en esa sala superaba con creces el medio siglo. Hemos perdido el sentido de respeto al prójimo, a la persona que se dirige al público, a las que nos acompañan. Y no nos damos cuenta de que, así, perdemos también el respeto a nosotros mismos.
LA NUEVA ESPAÑA DE LAS CUENCAS 6/11/2018
No hay comentarios:
Publicar un comentario