lunes, 2 de febrero de 2015

EL ESCALAFÓN



Las manos a la cabeza. ¿Pero cómo se puede consentir que un par de nulidades, Paquirrín y la Esteban, se forren a base de bien por arrastrar la pata, roncar y rascarse el trasero en la casa de Gran Hermano? Pues muy sencillo: porque son negocio. La gente ve ese programa hasta el punto de convertirlo en uno de los de mayor audiencia y, en consecuencia, los anunciantes se apelotonan. Es la triste realidad. ¿Cómo es posible que les guste algo tan cutre? Pues vaya usted a saber, pero si le echamos un vistazo al panorama televisivo general, en fin, no anda la cosa como para tirar cohetes, por lo instructivo y refinado, digo. Y, por regla general, cada vez que se ha intentado darle un aire un poquito más culto, fracaso total y estampida de la audiencia en dirección a los bodrios que tanto se critican. Lo que me lleva a pensar que no es la existencia de estos programas lo que molesta sino que a un par de zampabollos les paguen una millonada por participar en ellos. Es cuando vienen las comparaciones, lo de los ingenieros en paro obligados a emigrar, los licenciados universitarios currando de teleoperadores y demás desgracias nacionales. Está claro que el orden de prioridades es el que es, que vivimos en una sociedad que idolatra a fulanos por el simple hecho de darle patadas a un balón o a tipos que, sin el menor mérito, ganan el dinero a espuertas y los ubicamos en una escala muy superior a la de, por ejemplo, los profesionales que nos enseñan, que nos cuidan cuando estamos enfermos o cuando nos metemos en líos, por no hablar de los que trabajan día y noche para que dispongamos de alimentos, los que limpian lo que ensuciamos, los que construyen, investigan, nos protegen, nos hacen la vida más confortable, etcétera. En el escalafón social, todos ellos están por detrás de los cantamañanas, de los que nada aportan. Pero ellos no tienen la culpa. Simplemente, se aprovechan de ello. Y la sociedad lo sabe. Por una parte, detesta ser así, incluso trata de fingir algo distinto. Sin embargo, siempre acaba triunfando el lado oscuro del que aparentemente nos avergonzamos, pero que saca lo que de verdad llevamos dentro.

Publicado en el diario La Nueva España de las Cuencas el 01/2/2015

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