viernes, 30 de enero de 2015
EL PIANISTA
En la primavera de 1980, como consecuencia de una llave de judo mal ejecutada por mi parte, una vértebra lumbar decidió separarse de sus compañeras y tomar las de Villadiego. Aquello que, inicialmente, parecía una molestia muscular sin mayor relevancia y que meses después comenzó a provocarme un inquietante hormigueo en las piernas, me condujo, a finales de noviembre de aquel año, tras múltiples pruebas, a una cama del hospital Ramón y Cajal de Madrid para ser intervenido quirúrgicamente. Tenía por delante una dura y larga prueba a la que, a pesar de todo, con el paso de los años aprendí a extraer la parte positiva.
El mismo día que yo ingresó otro chico algo mayor cuya historia hizo que no percibiera mi trance como el fin del mundo. Aquel muchacho, intérprete de piano, se dirigía a un estudio musical para grabar su primer disco cuando sufrió un accidente en la Cuesta de las Perdices, a resultas del cual sólo se produjo daños importantes en la mano izquierda, en la que se incrustó un trozo de metal. El cruel destino quiso que el pianista, precisamente aquella mañana tan señalada, se destrozara una mano.
Aunque lo perdí de vista, durante los ocho interminables meses de inmovilización a los que me vi obligado, fueron muchas las ocasiones en que imaginé la escena, el pianista con la mano machacada preguntándose millones de veces por qué, una visión que me servía de freno a los arrebatos de desmoralización, impaciencia y autocompasión, que los hubo, pues para un quinceañero no se hace fácil aguantar, entre unas cosas y otras, prácticamente un año en cama boca arriba. Pero mi mala suerte no era nada comparada con la del pianista, que tenía por delante una eternidad para, en el mejor de los casos, recuperar parte de la movilidad de la mano, para el que la tapa del piano se cerró definitivamente sobre el negruzco asfalto de una carretera madrileña. Y si él podía seguir adelante, que fue la película que mi cerebro proyectaba, yo también.
Hoy me pregunto qué habrá sido de él, si fue capaz de superar aquella desgracia, si supo reorientar su vida, si le va bien. Y sólo me lo pregunto, porque no estoy seguro de querer saber las respuestas.
Publicado en el diario La Nueva España de las Cuencas el 30/1/2015.
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