No lo dice un cualquiera. No es un
exaltado, un antisistema, un perroflauta. No es el omnipresente Pablo Iglesias.
No es el lema que pasea por ahí una concentración de greñudos. Es el Papa
Francisco el que manifiesta, con una rotundidad impropia del lenguaje vaticano,
que el sistema económico internacional mata. No es que sea más o menos malo,
no: MATA.
Está claro que si la mayoría de la
Humanidad pasa necesidades y privaciones existiendo como existe la posibilidad
de evitarlo, si las materias primas de África son arrancadas para que unos asiáticos,
a cambio de un plato de arroz, construyan el teléfono móvil que un ejecutivo de
Wall Street utiliza para jugar con el precio de las cosas a nivel global, si el
mundo libre y desarrollado basa su estatus de privilegio en la falta de
libertad y la pobreza del Tercer Mundo, el sistema mata. Pero lo que dice el
Papa es que ese sistema también nos está matando a nosotros, los supuestamente
a salvo. Qué ocurre con nuestros jóvenes, a los que se ha arrebatado el
horizonte profesional; qué sucede con los cincuentones y sesentones, maduros y
cargados de experiencia, a los que se da una patada y condena al ostracismo.
Fíjense en el contrasentido: la
ciencia moderna buscar estirar la esperanza de vida pero la máquina creativa y
productiva que impulsa esta sociedad desprecia la edad avanzada, hasta el punto
de comenzar a considerarla un problema. Y, por otra parte, llegamos a la
conclusión, tras notables periodos de dudas, de que sin infancia y juventud,
sin relevos generacionales, esto se agota. Vale, pero no permitimos que se
incorporen a la circulación.
El problema es que el sistema o, más
concretamente, quienes lo dominan, están a gusto con el rendimiento que les
aporta. La muerte, la pobreza de tantos, la explotación de millones, son un
buen negocio. La sustitución del actual sistema económico por otro más justo y
eficiente pasaría necesariamente por la renuncia de las selectas y poderosas
élites a sus inmensos beneficios -algo improbable- y por la convicción global
de que el objetivo no puede ser que unos pocos alcancen la cima –que forma
parte del ADN egoísta y acaparador del ser humano- sino el aprovechamiento
equitativo de lo muchísimo que este planeta aporta.
Publicado en LNE de Las Cuencas el 15/6/2014
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