Esto es alevosía. El sorteo del Niño ha sido incluso más tacaño con Asturias que el de Navidad, que miren que fue calamitoso. Cero patatero. La suerte ha regado de billetes buena parte del territorio español, con especial abundancia en plazas en las que la enseña nacional provoca revoltura. En la tertulia del contenedor nos hemos visto obligados a cancelar la merendola de inauguración de la cuesta de enero. Sin pedrea no hay chorizos a la sidra.
El vocal de ejercicios espirituales está aterrorizado. Tiene un tío segundo a punto de estirar la pata y teme que haya hecho testamento a su favor. Ya siente el aliento de la hacienda del Principado en el cogote. Una colomina, una huerta, un Simca color vainilla y un par de euros en la cartilla aseguran un meneo tributario de campeonato. No lo pago ni con un riñón. Voy a renunciar a la herencia. Buena idea, porque heredar puede ser uno de los problemas más graves en la vida de un asturiano. El hijo de nuestro secretario estuvo haciendo cuentas y, a pesar de llevar en el paro desde que ZP dijo que España jugaba en la Champions League de la economía internacional, ha ordenado a sus padres que se lo fundan todo en vida. No quiere nada mientras mantengan su residencia aquí. Y le van a hacer caso: el piso en venta y a Benidorm cada dos por tres. Con un par.
El otro día vino al despacho un matrimonio para que les aconsejase acerca de su testamento. Un ático en Mieres y una casina en Tapia garantizan la ruina de sus herederos. Porque no es lo que valen sino lo que los vampiros dicen que valen. Por ahí viene la estocada. Más las plusvalías, las escrituras, el registro… Tienen unos buenos hijos; no les hagan esa faena. Otros dos que salieron dispuestos a cepillarse hasta el último céntimo. Por el bien de la descendencia.
Ya lo saben, asturianos: si quieren dejar un buen recuerdo no olviden nada de valor aquí.
LA NUEVA ESPAÑA DE LAS CUENCAS 9/1/2020
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