La verdad, somos únicos. España es, tras el Reino Unido, el país europeo con más gordos. Y gordas, claro está. Se ve que la dieta mediterránea ha quedado como mero reclamo publicitario. Bueno, pues a su vez, en esta divina tierra las ventas de material deportivo se han disparado, en perjuicio de la ropa de vestir tradicional.
A bote pronto no ves más qué contradicción: ¿obesos y deportistas? La cosa no mezcla bien, salvo en esas especialidades en las que estar como un buey le aproxima a uno al éxito. Pero no es el caso, no se advierte un incremento significativo de practicantes de sumo o de lanzamiento de martillo. Pero una observación más pausada conduce a la resolución de la incógnita, que tiene un nombre: chándal. ¿Qué sucede tras los excesos gastronómicos de las navidades? Pues que la única prenda del armario que no nos estrangula es el chándal. Y, seamos sinceros, ¿qué es lo primero que se nos viene a la cabeza cuando vemos a un conocido en chándal por la calle? Este se puso como un bodoque.
Por ello, ha de concluirse que el aluvión de clientela en los almacenes de material deportivo no responde a ninguna fiebre nacional por ponerse cachas y sanotes. Lo que sucede es que el español medio, cada día más paquidermo, ha abandonado el vestuario formal, entallado, apretadito, incómodo y revelador de lo rollizos que nos hemos puesto, por la vestimenta deportiva, flexible hasta lo imposible y capaz de acoger las sobredimensiones.
Un español que se pone un chándal no se dispone a hacer deporte; es que está gordinflas y no entra en los pantalones.
Creo que ya se lo conté: jamás vi tantos obesos juntos como la última vez que fui a uno de esos almacenes de deporte. Era como una concentración de hipopótamos a la caza de prendas de su talla. ¿Y cuál era el producto estrella? ¿El traje de neopreno? ¿Las botas de senderismo? ¿El bañador floreado? No; era el chándal, la prenda universal contra la que sólo puede competir la túnica estilo Demis Roussos, en capacidad y comodidad.
La Nueva España de las Cuencas 16/9/2019
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