miércoles, 24 de enero de 2018

REÍR



En la cola de la caja del supermercado estamos todos, bueno, más bien todas y yo, aguardando turno. Rostros de funeral. No sonríe nadie. Como si a la clientela se le hubiera muerto el gato. Qué morros. Sólo la cajera intenta poner una cara amable. Los demás, enfurruñados, como si tuviéramos la sesera a punto de reventar resolviendo el futuro de la humanidad. ¿Tanto cuesta sonreír? ¿A qué vienen esos gestos avinagrados? ¿Tan grave es nuestra realidad? Y en esto, veo a través de la cristalera a un africano que arrastra un carro de la compra lleno hasta los topes. Y el tío va mostrando una dentadura espléndida. Se ríe. ¡De qué se ríe! A saber cómo vive, o malvive. A miles de kilómetros de distancia, de costumbres, de clima, de la familia, de los amigos, de su mundo. Y vendiendo baratijas y copias piratas pasa los días, e incluso ahorra para mandar algo a casa. Y aún tiene tiempo, valor e inteligencia para mostrar su mejor sonrisa. Pero nosotros, con la casa confortable, un colchón más a menos mullido en el banco, sin haber tenido que abandonar nuestras raíces, ponemos el pie en la calle en permanente estado de amargura. Dicen que un día sin risas es un día perdido. Pues estamos tirando la vida por el retrete. Ayer me llegó un video al móvil que me gustó mucho: entra un tipo en el metro, todos serios y en silencio, y comienza a reír poco a poco hasta terminar a carcajadas. Y el vagón entero acaba contagiado. Entraron unos muermos y salieron unos individuos contentos. ¿Qué nos sucede? ¿No nos damos cuenta de que este espíritu mustio y morrongo también se transmite? Ya no es sólo por nuestro bien, sino por el de los más jóvenes, que no ven más que tristeza y ceños fruncidos en sus mayores. Vamos, que no es para tanto. Que un etíope se vuelve loco de felicidad con un vaso de agua potable y a nosotros no nos falta de nada. Tenemos dificultades, claro. La vida no siempre es dócil, por supuesto. Pero la empeoramos viviéndola en negativo. Hay un dicho estupendo: La mayoría de mis problemas aún no los he tenido. Alegremos la cara.

LA NUEVA ESPAÑA DE LAS CUENCAS 23/1/2018

lunes, 15 de enero de 2018

MASCARILLAS



Hoy he visto algo ciertamente extraordinario: una mujer que cubría su nariz y boca con una mascarilla haciendo la compra en el Carrefour. Como buen español, me dije: pobre, está en las diez de últimas. Porque nos resulta impensable que alguien que simplemente contrae la gripe tome ciertas precauciones para no propagar el virus. La mascarilla significa que el de la guadaña ha tocado el timbre. Hace unos días escuché decir a un tenor de ópera que en estas épocas gripocatarrosas debe andarse con mucho cuidado y huir de las concentraciones humanas si quiere mantener la voz a salvo, algo que no constituye una preocupación en Japón, donde, al menor síntoma, la ciudadanía actúa para evitar contagios. Aquí es exactamente al revés. A la que notas el primer moqueo la convención social impone salir disparado a la calle a toser y estornudar sobre aquellos que se hallen en las proximidades. Y así andamos todos de griposos, colapsando centros de salud y hospitales. ¡Cómo voy a ponerme una mascarilla! ¡Qué va a pensar la gente! Y de quedarme quietecito en casa, ni hablar, que aún no ha llegado el día en que no baje al chigre. A estornudar y toser entre tinto y tinto. ¿Entienden ahora por qué Asturias lidera la clasificación de incidencia de la gripe? No es por los súbitos cambios de tiempo, que ayer paseábamos a cuerpo y hoy nos azota un aire polar, ni por la escasez de lluvias que arrastren río abajo los bichos infecciosos. Es que no paramos en casa hasta que el gripazo nos tumba y nos lleva a la cama o a la sala de urgencias. Y hasta entonces, cuando más contagiosos somos, todo el santo día atravesados en la calle a cara descubierta. Y venga virus de la gripe en todas direcciones. Somos dados a compartir este tipo de cosas. Qué le vamos a hacer. Y al médico que se le ocurra prescribir mascarillas le van a llover las denuncias. Con este panorama, a nadie puede extrañar que también encabecemos la clasificación nacional de mortalidad: somos viejos, griposos y no nos quedamos en casa ni a tiros. De morirse, que sea en compañía. 

LA NUEVA ESPAÑA DE LAS CUENCAS 13/1/2018

domingo, 14 de enero de 2018

YA SOMOS MAYORINOS







Por supuesto que lo somos. Y hemos de asumir las responsabilidades que nos corresponden. ¿Queréis repetir la “hazaña” del Angliru? Perfecto; vivimos en una sociedad libre. A ello. Pero, como se tuerza la aventura, procurad arreglároslas solitos. Y si la cosa se pone muy fea, llamáis a papá para que vaya a recogeros. Pero hemos de entender que los servicios de emergencia no están pensados para sacarnos de los apuros que nosotros vamos buscando deliberadamente, ignorando las advertencias. Si quieres arriesgar el pellejo de ese modo, pues vale, tú mismo. Pero no fastidies a nadie más. Vas allá, vives unas emociones del copón, te pierdes, te congelas, te mueres y ya subirá alguien a recoger tus restos cuando las condiciones mejoren. El que busca, encuentra. El del 112 dijo lo que tenía que decir. Incluso me parece que se contuvo bastante porque, por ganas, supongo que les habría colgado el teléfono. ¿Queríais aventura? Pues tomad aventura. Nos hemos acostumbrado a la irresponsabilidad. Que me vengan a buscar, que me saquen de aquí, que la Guardia Civil me traiga chocolate con churros, que me dejen unas cadenas y me las pongan, que alguien me busque un refugio, que todo el mundo deje lo que está haciendo y me atiendan, que exijo llegar a casa a tiempo del programa de Bertín. Y si no estoy debidamente equipado, ni llevo suficiente gasolina, ni agua, ni comida, ni mantas, ni batería en el móvil, que a nadie se le ocurra echarme la culpa, porque me ofendo. Es verdad: ya somos mayorinos aunque no lo parecemos. Nuestros abuelos se las tenían que apañar solos y lo hicieron. Supongo que, allá donde estén, nos observarán con no poco asombro. La involución humana, los seres que dejaron de crecer mentalmente. Y así hacemos las tonterías que hacemos, decimos las burradas que decimos y votamos lo que votamos. Luego, las consecuencias están ahí, pero somos incapaces de reconocer que algo –en realidad, mucho- tenemos que ver en el resultado. En la educación de los hijos, en la situación política, en la evolución económica, en el funcionamiento de la sociedad… Qué bien se nos da la externalización de las responsabilidades. Exigir sin exigirnos.  

LA NUEVA ESPAÑA DE LAS CUENCAS 12/1/2018

martes, 9 de enero de 2018

OH, SEÑOR



“Space Cowboys” es una película más aparente que buena, la historia de unos astronautas ancianos embarcados en una misión espacial para salvar la Tierra. Una americanada de órdago con un instante memorable: cuando va a despegar el cohete James Garner dice: “Oh Señor, no permitas que la caguemos”. No conozco plegaria más atinada. La tarde del penúltimo día de 2017 me hallaba entre bastidores del auditorio de la Casa de Cultura porque, con nocturnidad y alevosía, me endosaron la representación de este periódico en el homenaje a Vicente Díaz. Y allí estaba yo, boca seca y tensión por encima de 16, aguardando la llamada para salir al escenario. ¿Y qué digo? La intervención que tenía pensada se me iba y se me venía producto de los nervios. Porque uno no está hecho para estos líos. Y cuanto más viejo me hago, más a gusto me encuentro en el tú a tú, y más me inquieta ponerme cara al público. Si continúo así, acabaré pasando a la clandestinidad. A lo que iba, que rumiaba el discurso cuando me asaltó una preocupación enorme: a que me confundo y en vez de Vicente Díaz digo Vicente Fernández. Y se me fijó en la cabeza la imagen del cantante mejicano, con su bigotón y un sombrero gigantesco. “Oh Señor, no permitas que la cague” repetí varias veces, intentando borrar las rancheras de mi disco duro musical. Salió Aníbal y le sonó el móvil en el escenario. Uf, esto promete. Cantaron unos cuantos y habló Facundo, que resolvió con eficacia. Llega mi turno. Abrocho la chaqueta. Desabrocho la chaqueta. No vaya a ser que el botón salga disparado como un perdigón. La ropa cada vez mengua más. Y camina normal, no te vayas a parecer a Rajoy con los brazos de palo. Ya. La garganta como papel de lija. El patio de butacas lleno. Cámaras de televisión. Un calor aplastante. Una gota de sudor recorre la espalda. Michel, el presentador, me espera al otro extremo del escenario. Allá voy. Me dijeron que no la cagué. Porque tampoco tengo muy claro qué fue lo que dije. Eso sí; fui breve. Brevísimo. Pero, afortunadamente, no felicité a Vicente Fernández. ¡Qué respiro! De verdad, esto no es lo mío.  


LA NUEVA ESPAÑA DE LAS CUENCAS 4/1/2018

martes, 2 de enero de 2018

CAMBIO DE AÑO





Una circunstancia calamitosa despidió 2017 y recibió 2018: El Yaracuy, tal como lo conocemos, ha cerrado. La sucursal municipal, el mentidero oficial, el conciliábulo, el chigre conspiranoico, la central oficiosa y más fiable de información, el mirador, burlador y burladero de Mieres ha bajado la persiana. Ni el adiós a la peseta, ni el efecto 2000, ni los terribles augurios mayas me provocaron tanta desazón como el cierre del Yaracuy. No en vano, lo mejor de mi despacho profesional era el Yaracuy. Su café, remedio infalible del tránsito intestinal perezoso. Y la tortilla de Maruja. ¡Ay, la tortilla de Maruja! Radio macuto anuncia que el local ya tiene nuevos responsables. Pero difícilmente lograrán que olvidemos la tortilla de Maruja. Recuerdo a mi abuelo Eduardo añorando aquellos locales de su época, Casa Villa o el Valerio. Sin ellos, para él Mieres dejó de ser Mieres. Como Oviedo dejó de ser Oviedo el día que cerró el Marchica. Mi padre se despidió echando de menos el viejo Carolina y el bar Mieres. A mí, el cierre del Yaracuy me parte por la mitad. Hay cosas que deberían estar prohibidas. Y gente que no debería retirarse jamás. Porque a fuerza de tratarlos a diario acaban formando parte de ti. Y cuando dejan de estar donde siempre estaban quedas sumido en el desconcierto y la melancolía. No somos pocos los que hoy deambulamos por el centro de Mieres intentado reubicarnos, a la busca de otro café y otra tortilla, de otro cobijo para conspirar, de otra cristalera desde la que observar la vida pasar, de otro centro informativo, de otra oficina. Desconozco cómo vendrá 2018, pero sus preámbulos no me gustan ni un pelo. Se me fue una sede social fundamental. Y la adaptación a esta lamentable situación va a llevarme más tiempo que el cambio de pesetas a euros. Ayer, Aníbal y yo nos citamos en la calle para decidir luego dónde tomar el café. Qué desolación. Qué sensación de desprotección. Y, como nosotros, decenas de fieles parroquianos del Yaracuy, desahuciados dando tumbos y buscando hogar. Y la mayoría ya tenemos una edad provecta y llevamos los cambios malamente. Comenzando así el 2018, casi que prefiero no imaginar cómo será su final.    

LA NUEVA ESPAÑA DE LAS CUENCAS 2/1/2018