Estaba acostado, medio adormilado, en absoluta oscuridad, cuando fui consciente de que el silencio era total. Ni un sonido. Tan solo mi respiración. Una situación que no duró más de quince segundos, hasta que comenzaron a llegarme desde la lejanía los exabruptos y alaridos de un imbécil borracho como una cuba, uno de esos ejemplares que tanto disfrutan quebrando la paz y el descanso de los mierenses de sueño ligero. Y una ruidosa moto, que a las dos de la madrugada se siente mucho más ruidosa. Y la barredora municipal, que zumba que no veas. Y un perro que ladraba allá en el monte. Y un coche que pasaba. Y, en definitiva, la vida urbana que, sea la hora que sea, suena. Pero esos quince segundos de silencio absoluto me supieron a gloria. Fue como estar pero no estar. Es una experiencia sensorial tan poco común que, cuando se produce, se recibe como un regalo. Porque hemos saturado nuestras vidas de sonidos, ruidos y estridencias. En silencio podemos oír los engranajes cerebrales trabajando en el desarrollo de los pensamientos. Precisamente por eso hay tanta gente que huye de él. Porque en silencio, sin necesidad de hablar, te escuchas a ti mismo, oyes tu voz interior, ese yo que llevamos dentro y al que no solemos atender, al que intentamos ahogar con el estruendo exterior. Y es que escucharnos, vernos en nuestro espejo interior, supone desnudarnos completamente ante nosotros mismos y descubrir esas vergüenzas que ocultamos. Y eso puede dar miedo.
La casa de mis padres es de los pocos lugares que conozco en los que aún puedes disfrutar del silencio. Te metes en la cama, apagas la luz, cierras los ojos y lo único que llega a tus oídos es el relajante sonido del agua de la fuente del pueblo. Y, si acaso, el suave susurro del aire al rozar las hojas de los árboles. Entonces, me puedo escuchar, me veo y me asusto, me alegro, me consuelo, me riño, me disculpo, me avergüenzo, me perdono y me condeno. Me descubro ante mí mismo para intentar determinar quién soy y qué demonios estoy haciendo. Y la experiencia me dice que no se trata de hallar la respuesta sino de hacerse las preguntas.
LA NUEVA ESPAÑA de las Cuencas 6/9/2016
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