Cinco semanas han pasado desde las elecciones generales y continuamos sin Gobierno. Que tampoco se está tal mal (que se lo pregunten a los italianos), pero, en fin, como que queda feo andar por ahí con el ejecutivo en funciones sine die. Como también queda feo llevar cinco años con el presupuesto municipal prorrogado. Se puede vivir, sí, pero no es plan.
Bueno, el caso es que cada vez parece más evidente que el escollo que mantiene bloqueado al PP es el propio Rajoy. Y no es de extrañar, todo sea dicho. Porque, descontando a Berlusconi, no se me viene a la cabeza ningún otro político europeo candidato a la presidencia de un gobierno con una mochila de corrupción más repleta. Rajoy representa ese PP de los cuarenta ladrones, aunque sean muchos más, de negocios turbios, de eternos e inamovibles patrones territoriales, de disposición de lo público en beneficio de lo privado. Un individuo siempre en las proximidades de las tropelías, que siempre asegura desconocer, pero que se reproducen a su alrededor. No participa, no impide, no conoce, no actúa, no hace nada. Y el penúltimo escándalo, nuevamente en la Comunidad Valenciana, es fiel reflejo de esa actitud pasiva, esa permisividad, ese mirar hacia otro lado cuando todos sabemos, incluso Rajoy, que lo que tiene delante de los ojos es un estercolero tremebundo. Un estercolero muy rentable, también.
Bien es cierto que si incomprensible es que un político tan manchado se presente a unas elecciones, que encima las gane ya es como para salir corriendo. Y eso no es responsabilidad suya.
Me parece que el PP necesita desprenderse con urgencia de una jerarquía apalancada que lleva decenios dando lecciones de moralidad con una mano y revolviendo en la mierda con la otra. Y su figura más representativa a día de hoy es Rajoy. El PP de Rajoy es el de Barberá, el clan Fabra, Castedo y los cientos de imputados levantinos; el de Rato, la mafia madrileña y Bárcenas; el de los pagos en negro, los ingresos opacos, los sobresueldos y las cuentas en los paraísos; el de los capos gallegos y las diputaciones provinciales “atadas y bien atadas”. En definitiva, un tipo con unos antecedentes poco recomendables a la hora de sellar una alianza.
Publicado en LA NUEVA ESPAÑA DE LAS CUENCAS el 01/02/2016
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