miércoles, 30 de septiembre de 2015

PEDACITOS DE CIELO



Revuelvo el café mañanero con las noticias de primera hora de fondo. Suena el móvil. Llamada de J. Está tan indignado que no ha podido reprimir el impulso de marcar mi número. Que si he visto al Papa descendiendo del avión en Washington. Pues va a ser que no. Pues que se ha quitado el solideo –que a mí me ha dado por llamar solenoide, que ya sé que no tiene nada que ver. ¿Y? Compruebo el reloj y me froto los ojos. Hay llamadas surrealistas y ésta es una de ellas. Solideo sí, solideo no. ¿Y usted qué opina? Francamente, poco me importa que el Papa baje de los aviones con la melena al viento, con el solideo-solenoide encasquetado o con una chapela como la paella de Villarriba. Cuelgo sin saber qué atribula a mi interlocutor. ¿Que el Papa tenga un solideo? ¿que se lo ponga? ¿que se lo quite? ¿Por qué me llaman con semejante motivo? De verdad, creo que, aunque de modo bastante inconsciente, estoy haciendo méritos para ganarme el cielo. Vuelve a sonar el teléfono. Es mamá para preguntarme la hora. Mamá, la misma que la de tu reloj. ¿Y el día? El de tu calendario. Ya, bueno, por si acaso. No vaya a ser. No vaya a ser ¿qué? Vete tú a saber. Ah, vale. Besos. Ring, ring. Soy yo. Eres tú. Otra vez. ¿Te enteraste de lo de la pintura de las carreteras? ¿Eh? Revuelvo tanto el café que casi lo centrifugo. Los motoristas resbalan cuando pisan las rayas de los pasos de cebra y se rompen la crisma. ¿Y? ¿Cómo que y? Que por qué me lo cuentas a mí. ¿A quién se lo voy a contar si no? Ah. Y me gano otro pedacito de cielo. O eso espero. Y el café frío. Un wasap. ¿Viste La Nueva? Aún no. ¿Cómo es posible que escribas en La Nueva y aún no la hayas leído? Cosas que pasan. Uno no es perfecto. Que sepas que te ponen a parir. Vaya por Dios. Que hablen de uno, aunque sea bien. Tú verás, pero a estas horas y sin haber leído el periódico, imperdonable. Estoy por mandar el café a hacer puñetas y meterme de nuevo en la cama sine die. A contar mis pedacitos de cielo.  

Publicado en LA NUEVA ESPAÑA DE LAS CUENCAS el 26/9/2015

LA PELA



Los expertos en la interpretación de los resultados de votaciones concluyeron que en el referéndum sobre la independencia de Escocia pesaron, por encima de cualquier otra motivación, las previsibles consecuencias económicas –perjudiciales, en su inmensa mayoría- que la nueva situación reportaría a la ciudadanía escocesa. O sea, que por encima de sentimientos, de identidades exclusivas y excluyentes, de banderas e himnos, de lenguas y tradiciones, finalmente el escocés votó con la cartera. Y la cartera dijo que mejor conservar la pertenencia al Reino Unido de la Gran Bretaña, no vaya a ser que, por andar jugando con las cosas de comer, nos metamos en un lío de complicada y muy humillante vuelta atrás. Que los inviernos escoceses son muy largos y no es plan de echar de menos el edredón de Su Majestad.
Por lo que nos cuentan, a día de hoy los votantes catalanes se inclinan hacia la opción secesionista movidos igualmente por argumentos económicos. España nos roba. Libres de la carga española volaremos mucho mejor. España subvenciona su vagancia con la riqueza catalana. 
Por otra parte el argumentario del bando español está fundamentado en exclusiva en lo económico, en la ruina que aguarda a una Cataluña independiente, aislada, excluida de los centros de poder y decisión. 
Pero, ni por unos ni por otros, de lo sentimental, lo afectivo e identitario, nada de nada. Todo queda en una discusión de números, de euros, de balanzas fiscales, importaciones y exportaciones cuando, en mi opinión, algo tan trascendental como es la creación de un nuevo país habría de ser impulsado por razones mucho más importantes que el dinero, que la pela. Y lo mismo sucede con la defensa de la unidad de España. ¿Acaso permanecemos juntos exclusivamente por cuestiones económicas? ¿No nos une nada más? ¿Qué hay de la historia, la cultura, la mezcla y el contacto a lo largo de los siglos? Lo triste del asunto es que te acabas dando cuenta de que los que tiran para un lado y los que tiran para el otro entienden los 504.000 kilómetros cuadrados en los que vivimos como una especie de sociedad anónima en la que únicamente priman los intereses económicos. Pero hay mucho más. Y si no lo hay, habría que buscarlo.  

Publicado en LA NUEVA ESPAÑA DE LAS CUENCAS el 25/9/2015

HOY



Me imagino a los africanos acampados en el monte Gurugú. Que hay que ser sirio para dar el salto. Nadie nos avisó de eso. Ahora, qué hacemos. Porque de un tiempo a esta parte ya no hay valla de Melilla ni pateras lanzadas al agua desde la costa marroquí ni naufragios en el Estrecho ni rescates al límite en Canarias. Por no existir, ya casi no existe Lampedusa. Hoy no hay más inmigración que la siria. Y digo yo que el negro que aguarda turno a dos pasos de Ceuta se preguntará por qué hay que ser sirio para poder entrar en Europa. ¿Acaso él no huye del hambre, del terror, de la opresión, de la muerte? Pero hoy el negro no existe. Y si palma por el camino, si le dan de mamporros nada más tocar la valla, si se ahoga viendo el resplandor de las luces de Sotogrande, si se asfixia en Algeciras acurrucado en el doble fondo de un camión, nadie lo echará de menos. Porque no es sirio. Y hoy los sirios monopolizan el sufrimiento causado por la guerra, el terrorismo y la tiranía. Por ello sabemos lo que está sucediendo en la ruta entre Turquía y Alemania, la actualidad de los campamentos, los incidentes fronterizos y la reacción de los pueblos de acogida. Pero nada interesa la situación en los nuestros centros de internamiento de inmigrantes, donde supongo que más de uno estará deseando que una periodista rubia le tire una coz delante de las cámaras de televisión. Bien vale la coz de una mula parda si con ella consigues papeles y un curro. Más cornadas da el hambre. Y las concertinas. Y los traficantes. Y las oscuras aguas del Estrecho. “Welcome refugees” es la leyenda que cuelga de muchos balcones europeos. Pero el negro no comprende por qué él no es considerado “refugee”. Entiende inglés y escapa básicamente de lo mismo que escapan los sirios. Pues no; no es un “refugee”. Él no merece acogida ni un plato caliente ni una cama bajo techo. Como se descuide y le echen el guante, lo más probable es que su futuro sea una temporada de encierro y un viaje de vuelta. Porque no es sirio. Porque hoy su huida no es relevante.

Publicado en LA NUEVA ESPAÑA DE LAS CUENCAS el 23/9/2015

ESPAÑOLES



Me siento a escribir al comenzar la final de baloncesto. Como en Mieres se puso de moda sacar los televisores a la calle y ponerlos a todo volumen, puedo seguir el desarrollo del partido con solo abrir la ventana. Dice Fernando Trueba que nunca se ha sentido español. Y le está cayendo la del pulpo. No por sentir o no sentir sino por decirlo. Porque si uno se siente español y lo dice, será acusado de españolista. Y si uno no alberga en su interior ese sentimiento patriótico, seguramente que será tildado de antiespañol. Esto es así. No hay manera de acertar.
Ya lo he declarado en otras ocasiones: yo soy español por circunstancias geopolíticas. Nací en este país, vivo en él y no siento malestar ni vergüenza por ello. Pero tampoco un orgullo especial. Soy español y punto. Y no me agrada nada que unos españoles, a los que gusta exhibir un furibundo amor patrio, la emprendan a insultos contra otros españoles a los que esto de la madre patria pues, en fin, ni fu ni fa. Y le acusan de, a pesar de su carencia sentimental, haberse beneficiado económicamente y construir su carrera cinematográfica gracias a las subvenciones españolas. Qué tendrá que ver lo uno con lo otro.
Dime de qué presumes y te diré de qué careces. Porque, a mi modo de ver, ser español es trabajar para mejorar esta sociedad, colaborar en su prosperidad, ser honesto en el cumplimiento de las obligaciones, respetuoso con los que habitan esta tierra. No es cuestión de banderas, pulseritas o camisetas con el coche sobre el paso de cebra, la basura en la calle, las mentiras en la declaración de la renta y el dinero en Suiza. Eso es ser antiespañol. Es como lo de la misa diaria para intentar lavar la evasión fiscal, el aborto en Londres, la querindonga… Son los hechos los que ponen a cada uno en su sitio. ¿Qué han hecho por España los que ahora rugen contra Trueba? ¿Qué ha hecho Trueba por el buen nombre de España? No hay comparación. Siéntase como se sienta, me parece que el director no le ha hecho nada malo a este país. Un país, por cierto, que muchísimo mal ha causado y aún causa a no pocos españoles. 

Publicado en LA NUEVA ESPAÑA DE LAS CUENCAS el 22/9/2015

miércoles, 23 de septiembre de 2015

AVANZAR HACIA ATRÁS




Corono el alto de Tarna al atardecer, cuando el sol proporciona una especial iluminación indirecta sobre las espectaculares montañas. Al llegar arriba, avanzando sobre el suave y cuidado asfalto leonés, es como si se levantara el telón para dar comienzo a una fabulosa película a todo color. Y lentamente inicio el descenso por el lado asturiano, mantenido por nuestra administración autonómica en perfecto estado como camino de cabras, cuajado de baches, quebrado y abandonado. Se impone la precaución para intentar llegar a la meta con el coche de una pieza. El trazado se retuerce y tras curvas y contracurvas surgen montes, laderas, prados y bosques de una belleza emocionante. Cruzando el pueblo de Soto me doy cuenta de que en todo el descenso sólo encontré dos vehículos en la ruta: Un todoterreno de matrícula francesa y una autocaravana inglesa. Nadie más. Y me da por reflexionar acerca de lo absurdo de los ultranacionalismos trasnochados que saturan la actualidad de este desquiciado país, cuando resulta que caminamos, si bien a paso sumamente lento, hacia la unidad de los europeos. Y si te das una vuelta por recónditos parajes y aldeas apartadas de esta preciosa tierra puedes  encontrarte con alemanes, belgas, italianos, establecidos o de paso, pero moviéndose entre nosotros como nosotros mismos, o sea, como debe ser. Y proceden de Renania, Valonia o Piamonte pero unidos por su condición de europeos. Sin embargo, los españoles seguimos empecinados desde hace más de un siglo, con el paréntesis franquista, en la disgregación, en trocear la nación más antigua del continente pero, paradójicamente, apoyando –al menos de palabra- el proyecto integrador europeo. Nuestros nacionalismos aspiran a Europa previo desgajamiento de España, lo que viene a ser como avanzar dando pasos hacia atrás, una costosa pérdida de tiempo para alguien que, como yo, aspira a ser europeo, bajo una Ley común a todos los europeos, sin más nación que Europa. Mal se entiende la tenaz tarea de alimentar las diferencias entre españoles en combinación con la supuesta búsqueda de la igualdad de los europeos. Es como sorber y soplar a un tiempo. Con lo hermoso que sería que esos franceses e ingleses que trepan hacia el alto de Tarna se sintieran tan en su casa como nosotros.     

Publicado en LA NUEVA ESPAÑA DE LAS CUENCAS el 17/9/2015

martes, 15 de septiembre de 2015

NI UN TONTO MÁS



Dice mi amigo Mundo que en este país no cabe un tonto más. Una expresión que produce sentimientos encontrados: por una parte, te da la risa porque así dicho suena gracioso; por la otra, tras una breve reflexión, sientes impotencia y tristeza ante una afirmación rotundamente cierta. Hombre, desconozco si hay sitio para más o no pero qué duda cabe de que hay muchos, muchísimos, muchisísisimos. Ingentes legiones de tontos que, además, como sucede con los tontos, no son conscientes de que lo son. Pero lo son. Vaya si lo son. Porque en esta delicada materia nos encontramos con la dificultad de que el sujeto en cuestión, el tonto, no sabe que lo es. Es más, con demasiada frecuencia está convencido de lo contrario. Un tonto que se considera listo. Lo más peligroso que existe. Y multiplicado por varios miles o millones, un arma con una capacidad de destrucción casi infinita.
El que es calvo lo sabe. No tiene más que mirarse en el espejo o pasarse la mano por la cocorota. Y no se dan los calvos que se creen melenudos; tan sólo los que pretenden disimularlo con mayor o menor éxito. Ni los retacos se ven altísimos. Puede haber algún y alguna gordinflas que se nieguen a reconocer su michelínica realidad, pero acaban rendidos a la evidencia de las tallas de la ropa. Y es absurdo andar por ahí notificando al personal lo que ya sabe: que está alopécico perdido, que de las orejas le cuelgan matorrales, que son larguiruchos, chaparros, cabezones, cabecines, dentudos, desdentados, morrudos, barrigones, culibajos… Y, por regla general, el que ocupa el tiempo informando al prójimo, a modo de burla, de sus características físicas, de las que obviamente es conocedor, es tonto. Pero tonto, tonto. Tonto a las tres. Tonto del culo. Tonto con toda la cuerda dada. Pero no lo sabe porque nadie se lo ha dicho. O si se lo dijeron, no lo entendió, que también suele pasar. Y le echo un vistazo al panorama general, subo y bajo por la lista de canales de televisión, muevo la rosca del dial de la radio, paso las hojas de los periódicos, veo, oigo, leo y no puedo hacer otra cosa que confirmar las palabras de mi amigo Mundo. 

Publicado en LA NUEVA ESPAÑA DE LAS CUENCAS el 9/9/2015

miércoles, 9 de septiembre de 2015

DE CUATRO EN CUATRO



Reunidos en sesión extraordinaria tras las vacaciones, los miembros de la tertulia del contenedor hemos aprobado por abrumadora mayoría la redacción de manifiesto para exigir elecciones al menos una vez al año. Porque todo funciona mejor cuando se aproximan unas elecciones y tiende a empeorar una vez celebradas. Durante el pasado mes de agosto fuimos testigos de un notable incremento de las tareas de adecentamiento, reparación y lucido de los bienes públicos. Todos vimos obras en las localidades visitadas, mucho escobón, mucha brocha, mucha pala. Como que se notaba que a la vuelta del verano se desencadenará la carrera de las generales, previa escala en unos comicios catalanes revestidos de referéndum secesionista por mor del impulso de los que no quieren ser españoles y de la inacción del resto que, dicen algunos, es mayoría, pero que en la práctica pasa completamente desapercibido. Bueno, pues como en invierno habrá que elegir un nuevo Parlamento nacional y, en consecuencia, un Gobierno, es hora de pasar el trapo e ir poniéndolo todo bonito, para que al respetable se le vaya pasando el cabreo y llegado el frío no acuda a los colegios electorales con unas papeletas como cuchillos.
Fíjense si no en Mieres. Como no había un duro, pocas mejoras y un buen número de “peoras” tuvimos que soportar. Y así hasta noventa días antes de las elecciones municipales. De repente, volvieron a la calle las tijeras de podar, los cubos de pintura y los sacos de cemento. Mano de santo. 
Siguiendo esta aplastante lógica, si se acortasen los periodos entre votación y votación, dificultaríamos que la desesperante costumbre del gremio político de no hacer nada productivo para los administrados se apoderara de la actividad pública como sucede en la actualidad. Porque de cuatro en cuatro años hay un lapso de tiempo demasiado grande para mantener desatendidos los intereses generales y sobreatendidos los particulares, ya nos entendemos. 
A modo de ejemplo, observen lo que sucede en la Junta General del Principado: antes de que a sus señorías les diera tiempo de calentar el escaño tras los comicios autonómicos de finales de mayo, se fueron de vacaciones, a descansar, y no tienen la menor intención de volver a currar hasta octubre. Y gracias. Lo dicho: demasiado tiempo.

Publicado en LA NUEVA ESPAÑA DE LAS CUENCAS el 4/9/2015

lunes, 7 de septiembre de 2015

EL TIO PEPE



Cierro los ojos y cuarenta años después soy capaz de percibir el olor de su siempre impecable Seat 600. Porque el tío Pepe no tenía estudios, pero ajustaba carburadores y enderezaba palieres como un experto. Y sabía qué hacer cuando la yegua se ponía de parto. Y echaba cuentas sin un error en el despacho de pan. Y preparaba los reteles con los que pescábamos los deliciosos cangrejos que poblaban el río Carrión y los riachuelos adyacentes. Unas aguas de las que procuraba obtener sabroso provecho evitando esquilmarlas, ayudándolas a mantener sus riquezas. Y si algo se estropeaba en casa, en la fábrica de harinas, en el taller, en las huertas, allá iba el tío Pepe. Y, si bien era de aspecto adusto, incluso con reputación de hosco y de muy pocas palabras, con sus sobrinos, conmigo, siempre fue extremadamente cariñoso. Cariñoso a su manera, en silencio, uno junto al otro en la Verdera, vigilando los reteles y compartiendo una pieza de fruta. Porque el tío Pepe transmitía calma, sosiego, tranquilidad. Y, sin aspavientos ni alborotos, lo roto se arreglaba, lo detenido recuperaba el movimiento, lo vacío se llenaba y lo estropeado volvía a funcionar.
Y te das cuenta de que en estos tiempos de especialización, en los que cada uno sólo sabe dos o tres cositas de lo suyo, serían necesarios millones de tíos Pepe, personalidades prácticas, de bajo consumo y máxima eficiencia, capaces de salir del paso por sí solos y en permanente disposición de trabajar, con nociones de veterinaria y fontanería, de contabilidad y mecánica de automoción, de caza y pesca y de cuidado y entretenimiento de niños.
El tío Pepe acabó sus días ayudando en misa y atendiendo el teléfono de la residencia. Y reparando todo lo que se averiaba. Útil hasta el final.
Cierro los ojos y me llega el olor de su loción de afeitado. Y se me desata la salivación al recordar el maravilloso sabor de aquellos cangrejos irrepetibles. Y el simpático rodar del 600. Y su voz pausada y serena. Y su modo de hacer y resolver, sin prisa, sin gritos, pero siempre buscando la máxima efectividad. La de cosas que hoy se podrían solucionar si permitiéramos a los tíos Pepe del mundo tomar las decisiones y actuar.

Publicado en LA NUEVA ESPAÑA DE LAS CUENCAS el 9/8/2015

jueves, 3 de septiembre de 2015

SUPERSTICIONES



No soy supersticioso. Para nada. Pero desde hace 18 años viajo siempre con la misma camiseta. La camiseta de la suerte. Desde que forma parte de mi equipaje, ni un vuelo cancelado, ni una reserva traspapelada, ni una maleta desaparecida, ni un plantón en el aeropuerto, ni una avería, nada. Siempre como la seda. Y, lo se, nada tiene que ver con la camiseta pero, por si las moscas, se viene conmigo. Y eso que no soy supersticioso. Pero es que ante la duda, a la maleta, no vaya a ser que desatemos el mal fario. Total, ocupa poco y no es mal recurso cuando el resto de la ropa pide jabón a gritos. Y si, además, por el motivo que sea, mantiene a raya a la desgracia, por qué dejarla olvidada en el cajón. Y he descubierto que si a la hora de acostarme tiro los calcetines en el suelo junto a la cama, en vez de en el tambor de la lavadora, aseguro que no sonará el teléfono durante toda la noche, evitando esas llamadas de madrugada que nunca anuncian algo bueno. Santo remedio. Es como si el destino se diera cuenta de que duermes en estado de alerta, listo para saltar de la cama y vestirte en cuestión de segundos, y te deja en paz. Porque el destino es así de puñetero. Y aunque no soy supersticioso, para qué andar provocando. Los calcetines junto a la cama y a dormir a pata suelta. Como las corbatas de los juicios. Porque hay corbatas y corbatas. Y las hay que funcionan estupendamente en los juicios, como también las hay que, como te la pongas, palmas fijo. Y no es cuestión de superstición pero si con la azul y verde te lo llevas de calle, para qué arriesgar con esa malva tan fina, que cada vez que la pones te atizan detrás de las orejas. Esa, para otras ocasiones. Que no digo yo que lo de ganar o perder juicios sea cosa del color de la corbata pero, en fin, pudiendo elegir... Pero, vamos, háganme caso y no se dejen influir por las supersticiones, porque carecen de fundamento y van en contra de los más básicos principios racionales. Pasa como con las meigas. 

Publicado en LA NUEVA ESPAÑA DE LAS CUENCAS el 5/8/2015

martes, 1 de septiembre de 2015

CAMINANTES



En Villamoros –un nombre políticamente incorrectísimo en estos tiempos- la pista del Camino de Santiago discurre justo al lado de la carretera nacional. En ese punto en el que los coches reducen la velocidad para atravesar el pueblo, da tiempo a observar a los sufridos caminantes. El sol es inclemente con ellos, que buscan alivio en las sombras de las casas. Veo un grupo disperso, como desparramado, en el que cada uno camina a su ritmo. Por lo rubios y altos que son parecen nórdicos. Y tienen la piel de la cara al rojo vivo, del color de los cangrejos cocidos. Avanzan casi por inercia, por la urgente necesidad de llegar a León y meter los pies en agua fría. Me fijo en el último de la comitiva, delgado como un junco y doblado como un arco por el peso de la voluminosa mochila que carga a la espalda, en la que baila un par de recios zapatos colgados por los cordones. El caminante se apoya en un largo bastón de madera y con la mano libre mueve el sombrero tratando de defenderse mejor del sol. Paso lentamente a su lado y nuestras miradas se cruzan. Yo, cómodamente sentado y sintiendo el agradable frescor que sale de las toberas de ventilación. Él, sofocado, sudando la gota gorda, con los pies doloridos, arrastrando la fatiga acumulada de los kilómetros en las piernas, con los hombros castigados por el peso del equipaje. Sin embargo, a pesar del calor, de las heridas, de las incomodidades, del enorme esfuerzo y de lo que aún le queda por delante hasta alcanzar la meta, estoy seguro de que no se cambiaría por mí. Y, curiosamente, yo sí que me cambiaría por él en ese mismo instante. Toma el coche y dame la mochila, que ya continúo yo. Le voy perdiendo de vista y me sorprendo de las rarezas que tiene la vida; suspiramos por todo tipo de comodidades, huimos de los esfuerzos, nos aterran el dolor y el sufrimiento, soñamos con el confort absoluto pero, al mismo tiempo, surge el deseo de caminar 800 kilómetros a la intemperie. Continúo mi ruta cómodo y fresco. Dejo atrás al caminante de paso cansado, castigado por el calor, con los pies hirviendo, feliz.  

Publicado en LA NUEVA ESPAÑA DE LAS CUENCAS el 1/8/2015