lunes, 21 de julio de 2014

TIMOS




Y la gente sigue picando en los timos de toda la vida. Anda por Gijón una banda que aún le está sacando partido al tocomocho y la estampita. Dicen los que saben de estas cosas que el motivo de que sean timos intemporales y que, por más que su funcionamiento nos resulten archiconocidos, mantengan su éxito, es que tocan en lo profundo de la personalidad humana, excitando uno de sus motores más poderosos: la codicia. De repente, nos hallamos ante la oportunidad de meternos en el bolsillo un buen fajo de billetes, aunque sea a costa de un supuesto desgraciado falto de entendederas – personaje que interpretó de modo magistral el gran Tony Leblanc en Los Tramposos -. Es el olor de un dinero surgido inesperadamente, esa oportunidad que sólo acontece una vez en la vida y que es capaz de echar abajo los escrúpulos y las barreras morales hasta dejarnos sin plumas y cacareando. Y con la furia del estafado mezclada con la vergüenza del que sabe que aquello no era nada decente.
A pesar de todo, sorprende que se sigan produciendo estos timos en un tiempo en que esta clase de actividades se realizan de otro modo y por otros autores. Nos timan los bancos al cobrar más comisiones de las comprometidas; nos timan las empresas eléctricas al contar los vatios que consumimos como y cuando les da la gana y facturarlos como les sale de las narices; nos timan las administraciones públicas al prestar menos y peores servicios de los que anuncian y al publicitar que bajan o congelan los impuestos que, en realidad, suben; nos timan las compañías petrolíferas con los precios de los combustibles; nos timan las empresas de telefonía al falsear sus ofertas, que en contadas ocasiones coinciden con la realidad. Y, en general, en nuestra vida diaria somos víctimas constantes de timos, lo que nos lleva a reafirmarnos en el principio esencial de que nadie da duros a cuatro pesetas. Y, si lo hace, es que hay gato encerrado.
Los buenos timadores son listos, hábiles, saben elegir a sus víctimas, qué teclas pulsar y cuándo ahuecar el ala. Pero, sobre todo, dominan el arte de sacar el codicioso que llevamos dentro. Y, entonces, estás perdido.  

LNE de Las Cuencas 20/7/2014


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