Era el domingo siguiente al sábado
grande de San Xuan. Todavía tenía las córneas y los tímpanos resentidos del
espectáculo de Panorama y los pies hechos caldo del bailoteo en Eros. Serían
las once y pico de la mañana y tomaba un cafetín al aire, apoyado en el murete
y observando la paz resacosa de la calle. La calma tras la tempestad. En éstas
que el silencio general se quebró por los gritos proferidos por dos grupitos de
chavales que aún seguían de juerga. Había lío. Unos se retaban a otros,
tambaleantes todos producto de la borrachera. empujones, insultos pastosos Y
amenazas a pleno pulmón. Tomé acomodo para contemplar la batalla que se
avecinaba. Dos chavales descamisados, uno por bando, parecían dispuestos a
darse unos cuantos mamporros, pero cada vez que se intuía que iba a haber contacto,
alguien se interponía. Y vuelta a empezar, más alaridos, agudos chillidos de
las jovencitas, que reñían a unos y a otros, que reñían entre ellas, que
azuzaban a ellos y que corrían de un lado a otro encaramadas en sus ridículos
tacones.
El alboroto sacó de la
modorra al vecindario, que fue ocupando balcones y ventanas para asistir al lamentable
espectáculo. Pasaban los minutos, se enfriaba el café y no pasábamos de las
roncas amenazas y las ruidosas idas y venidas que no conducían a nada. Y cuando
parecía que el follón se terminaba, alguien decía algo, que desde la distancia
no era capaz de entender, y se volvía a formar el tumulto.
De repente, por la
ventana de un primer piso, justo encima de la pelea que no era tal, asomó una
anciana de pelo blanco como la espuma, y con una potencia vocal asombrosa para
alguien de su edad, gritó a la concurrencia: “¡Pegaos como paisanos de una
maldita vez o marchaos a casa, coño!”. Y cerró la ventana de golpe. Los
bronquistas quedaron boquiabiertos, como yo, observando estupefactos la ventana
vacía, sin saber qué hacer y en profundo silencio. Y poco a poco, los
participantes en el tumulto fueron abandonando el lugar discretamente. En menos
de un minuto la calle recuperó la paz, si bien los vecinos continuaron
asomados, cariacontecidos, con la mirada clavada en la ventana de la que surgió
aquel portento.
Publicado en LNE de Las Cuencas el 3/7/2014
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