jueves, 3 de julio de 2014

MAÑANA DE DOMINGO




Era el domingo siguiente al sábado grande de San Xuan. Todavía tenía las córneas y los tímpanos resentidos del espectáculo de Panorama y los pies hechos caldo del bailoteo en Eros. Serían las once y pico de la mañana y tomaba un cafetín al aire, apoyado en el murete y observando la paz resacosa de la calle. La calma tras la tempestad. En éstas que el silencio general se quebró por los gritos proferidos por dos grupitos de chavales que aún seguían de juerga. Había lío. Unos se retaban a otros, tambaleantes todos producto de la borrachera. empujones, insultos pastosos Y amenazas a pleno pulmón. Tomé acomodo para contemplar la batalla que se avecinaba. Dos chavales descamisados, uno por bando, parecían dispuestos a darse unos cuantos mamporros, pero cada vez que se intuía que iba a haber contacto, alguien se interponía. Y vuelta a empezar, más alaridos, agudos chillidos de las jovencitas, que reñían a unos y a otros, que reñían entre ellas, que azuzaban a ellos y que corrían de un lado a otro encaramadas en sus ridículos tacones.
El alboroto sacó de la modorra al vecindario, que fue ocupando balcones y ventanas para asistir al lamentable espectáculo. Pasaban los minutos, se enfriaba el café y no pasábamos de las roncas amenazas y las ruidosas idas y venidas que no conducían a nada. Y cuando parecía que el follón se terminaba, alguien decía algo, que desde la distancia no era capaz de entender, y se volvía a formar el tumulto.

De repente, por la ventana de un primer piso, justo encima de la pelea que no era tal, asomó una anciana de pelo blanco como la espuma, y con una potencia vocal asombrosa para alguien de su edad, gritó a la concurrencia: “¡Pegaos como paisanos de una maldita vez o marchaos a casa, coño!”. Y cerró la ventana de golpe. Los bronquistas quedaron boquiabiertos, como yo, observando estupefactos la ventana vacía, sin saber qué hacer y en profundo silencio. Y poco a poco, los participantes en el tumulto fueron abandonando el lugar discretamente. En menos de un minuto la calle recuperó la paz, si bien los vecinos continuaron asomados, cariacontecidos, con la mirada clavada en la ventana de la que surgió aquel portento.  

Publicado en LNE de Las Cuencas el 3/7/2014

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