A mi amiga Eli, a la semana de ingresar en el colegio mayor, la apodaron “la media”. Y con “la media” se quedó. Porque Eli no es ni alta ni baja, ni gorda ni flaca, ni guapa ni fea. Sus ojos no son claros ni oscuros y el pelo, ni rubio ni moreno. Eli, con su carácter ni enérgico ni pasivo, acabó la carrera con un expediente ni bueno ni malo. Y hoy es el paradigma de la clase media: un trabajo normalito y un hijo y pico (el pico se explica porque el segundo salió bastante mamón y da guerra de la mañana a la noche).
Eli no tenía que hacer nada para pasar desapercibida. Entre la multitud, resultaba indetectable y era frecuente que la gente no advirtiera su presencia, aunque estuviera justo al lado. Porque no hay nada destacable en ella que active la memoria humana.
Hace unos días, Eli compró una silla de playa en los chinos. De todas las que había a la venta, se decidió por la de precio medio, con el tejido de rayas de toda la vida, de las que hay a patadas en los campings. Y en compañía de su marido, casi tan medio como ella, y de su hijo y pico, se marchó a pasar el domingo en la playa de Rodiles.
Eli buscó un lugar apropiado, ni lejos ni cerca del agua y desplegó la silla dispuesta a estrenar su reciente adquisición. El caso es que fue apoyar el trasero sobre el asiento y deshilacharse todo el tejido, dejando a Eli “la media” perfectamente sentada sobre la arena.
Al día siguiente, Eli acudió presta a la tienda de los chinos, silla en mano, para reclamar su cambio. Nada más acceder al local fue interceptada por una mujer menuda y escuálida, china, por supuesto, que con gesto inquieto le repetía “qué quiele, qué quiele”. Eli, sin abrir la boca, procedió a desplegar el artilugio desvencijado. Pero antes de que pudiera decir nada, la china le espetó: “¡tú goldita, tú goldita!”
Fue tal la emoción de Eli al verse calificada fuera de la medianía que recogió la silla rota y se volvió con ella para casa, contenta como unas castañuelas.
Publicado LNE 02/10/2011
No hay comentarios:
Publicar un comentario