Repunta la violencia en el fútbol. Ahora, los grupos radicales se citan por internet para darse de palos y destrozarlo todo. Parece ser que olvidamos el pasado y ya hemos cedido en la presión contra esas bandas organizadas, que a la que tienen una oportunidad, resurgen como las cucarachas.
Asimismo, se vuelve a poner de moda insultar a los jugadores negros y a las árbitras. A los primeros, por ser negros y a las segundas, por mujeres. Todo ello muy inteligente, como pueden comprobar.
En la ilustrada y tolerante Francia los ataques antisemitas han aumentado alarmantemente. Por lo visto, volvemos a las andadas. Debe de ser como un extraño tic: cada vez que algo no marcha bien se le echa la culpa al judío, al que primero se acosa, luego se roba y, finalmente, se asesina. En el mundo, el fanatismo, sea el que sea, y motivado por cualquier estupidez, está en boga, tanto en los países desarrollados como en los territorios más pobres.
O sea, que estamos cayendo en los mismos espantos que prometimos no repetir jamás. No aprendemos y, además, da la impresión de que somos incapaces de evitar que las siguientes generaciones repitan nuestras idioteces y barbaridades. Se muere y se mata por los mismos motivos, por esos impulsos atávicos que no podemos superar. Odiar por odiar, destruir, hacer daño, causar dolor y aniquilar a los diferentes. No discuto el extraordinario salto científico y tecnológico, pero está claro que hay una parte de la sesera que no logramos evolucionar y que se mantiene tan burra como el primer día.
Conmemoramos el 75 aniversario de la liberación de Auschwitz ahora que los judíos europeos vuelven a sentirse amenazados. Y a los campos de fútbol acude un buen número de niñatos a los que nunca faltó de nada –salvo meninges- a burlarse de alguien por su color de piel.
Al ser humano en su conjunto le continúa faltando la humanidad y unos cuantos hervores.
LA NUEVA ESPAÑA DE LAS CUENCAS 2/2/2020
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