Nos miramos cariacontecidos. “¿Qué pintas tú aquí, tan temprano? ¿No es un poco pronto?”, pregunto al abejorro que se acaba de posar sobre el romero. “Pues anda que tú, ¿te parece normal andar estorbando en la terraza en manga corta? Estamos en febrero, tío, tápate un poco”, respondió. “¿Y qué tal si dejáis la cháchara y me ponéis a la sombra, que me achicharro?, interrumpió el romero.
Que en pleno invierno el termómetro marque 25 grados es desconcertante para los tres. Al regordete insecto debería quedarle por lo menos mes y medio de reposo antes de ponerse a la frenética tarea de extraer las esencias vegetales. Pero, súbitamente, el sol calentó mucho más de lo habitual, recociendo su dormitorio hasta hacerlo inhabitable. Y las plantas también han adelantado el calendario de brote y floración. No es abril, pero hay que ponerse manos a la obra, no vaya a ser.
El espectáculo de la primavera está en cartelera desde primeros de febrero. Una vecina vaticina que esto lo vamos a pagar. “Verás cómo en mayo y junio no para de llover”, sentenció. Bueno, como la pasada noche de San Juan. No orbayó, no. Diluvió. En la tertulia decidimos que veríamos y cenaríamos en la terraza los fuegos artificiales “haga como haga”. Aún no hemos conseguido sacar la humedad de nuestros huesos.
Esto no es normal. Mi agenda mental reclama nieve, lluvia y frío, pero los ojos suplican gafas de sol. Y cada mañana me visto como se viste un asturiano en febrero, pero salir a la calle me pregunto: ¿Es febrero? ¿Estoy en Asturias?
LA NUEVA ESPAÑA DE LAS CUENCAS 16/2/2020
No hay comentarios:
Publicar un comentario