Mañana tengo consulta con mi médico, que es un encanto. ¿A qué hora? A las doce. Pondré el despertador para las ocho, pero, por si acaso, llámame, no sea que me duerma. ¿A las ocho para ir a las doce? Hijo, que soy mayor y necesito mi tiempo. Recuerda que fuimos al cardiólogo y llegamos al hospital antes que el relevo. Más vale así. No me entiendes. Eso será, pero la última vez que viajaste en tren llegaste agotada porque ya estabas en pie para apearte doscientos kilómetros antes de la parada. Como debe ser, que luego vienen las prisas y los nervios. Los jóvenes vais por la vida a lo loco, que llego de sobra, y luego pasa lo que pasa. Mamá, no me llames joven, que los cincuenta ya pasaron de largo. Pues eso, un mocín. Ya verás cuando llegues a mi edad. Yo no llegaré. Soy un paisano y los paisanos nos morimos sin demora. Pues acuérdate de tu abuelo, que casi cumplió los cien. Y como una rosa. La excepción, mamá. Bueno, la vieja soy yo y tú siempre serás un niño. Para eso soy tu madre. Me parece que tenemos distintas percepciones del tiempo. Bueno, pues haz caso a tu madre, que es la que ha vivido más y sabe de esto. Como con la pasta. Ya empezamos. Mamá, si en el paquete pone ocho minutos, al cocerla media hora queda hecha una pena. Tan ricamente. Lo que no es normal es comerla cruda por más que lo digan esos cocineritos que os tienen sorbido el seso. Se llama “al dente”. A romperse el “dente”, querrás decir ¿Y el arroz? Ah, que tampoco te gusta cómo hago el arroz. Lo que no me gusta es cuánto haces el arroz. Es arroz, no balines. Ni tanto ni tan calvo. Pues mejor tanto que calvo. Eso de dejarlo suelto será bueno para las gallinas. ¿Qué hora es? Pronto. Bueno, tú dime la hora y ya veremos si es pronto o no.
LA NUEVA ESPAÑA DE LAS CUENCAS 11/4/2019
No hay comentarios:
Publicar un comentario