La sociedad moderna ya dispone de un nuevo recurso para autodestruirse: el juego por internet. En esa bipolaridad que nos caracteriza, decimos combatir el tráfico de droga, si bien sus beneficios descansan plácidamente en los bancos ubicados en esas casillas de inmunidad e impunidad que hemos creado; también nos mostramos determinados a poner cerco al consumo de sustancias perjudiciales, como el tabaco, y lo hacemos tan bien que está aumentando su consumo entre jóvenes y mujeres, para júbilo de las multinacionales que nos proveen del veneno y de la hacienda pública que hace caja; y con el alcohol, otro tanto de lo mismo: gracias a las políticas de concienciación, jamás se bebió tanto y desde tan pronto como ahora. Enhorabuena a todos.
Y, por si no fuera poco el fomento del juego que hace el Estado, ahora consentimos la avalancha del juego on line cuyos beneficios acaban en los paraísos fiscales. Y permitimos que se anuncie en televisión unido a la práctica deportiva. En consecuencia, como era de esperar, la ludopatía desencadenada a partir de estos novedosos negocios ya comienza a ser un problema de gran magnitud. Niños enganchados y jóvenes que arruinan a sus familias se agolpan en las salas de espera de los psiquiatras y en las terapias de las asociaciones especializadas.
¿Por qué damos publicidad a lo que sabemos que es rematadamente malo? No es ninguna broma: en el descanso de un partido de fútbol conté una decena de anuncios de apuestas por internet. Incluso hay uno que se atreve a comparar la emoción del juego con la vida misma. Y ahí están esos demonios modernos, a disposición de los cerebros más tiernos, abriendo sucursales físicas, qué curiosidad, en los barrios humildes, para captar y terminar de desangrar a las víctimas de la desesperanza.
No soy muy dado a las prohibiciones, la verdad, y creo que se aprende a vivir a base de identificar y esquivar los peligros, pero dar altavoz y respaldo al juego on line es una estupenda forma de destruirnos.
LA NUEVA ESPAÑA DE LAS CUENCAS 5/3/2019
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