Querer es poder. Pero, para que la máxima funcione, primero hay que querer. En la tertulia del contenedor no hay noche en que no se planteen ideas, proyectos y planes de desarrollo de este Mieres que se nos está agotando inexorablemente. Hablamos de todo lo que se podría hacer, de la potencialidad de este concejo que estamos dejando morir. Su atractiva mezcla urbana y rural, su ubicación, cerca de todo y lejos de nada, la naturaleza y el patrimonio industrial y minero. Y, con tanta población envejecida, bien podríamos especializarnos en el cuidado de ancianos. O, en vez de decirlo, de una vez por todas, aprovechar los ríos que surcan el valle en vez de utilizarlos como vertederos. Porque una joya como el río San Juan merecería convertirse en un oasis de vida. Y la ciencia y la técnica podrían crecer y multiplicarse alrededor del Campus. Y tantas cosas más.
Sin embargo, no caemos en la cuenta o no queremos reconocer que la mayoría absoluta de los que proponen esa catarata de ideas son jubilados sin la menor intención de arriesgar lo más mínimo. Y el resto, los poquitos que aún madrugan para trabajar, no piensan en otra cosa que en la fecha de jubilación.
Con este panorama, diciendo y no haciendo, pidiendo y no poniendo, suspirando por el retiro en vez de estimulados por las iniciativas, la resucitación de Mieres se antoja del todo improbable. Porque la nuestra es una sociedad que huye de riesgos, a la que pensar en el emprendimiento personal que también redunde en el progreso común causa urticaria. Es más, reconozcámoslo, no miramos con cariño al valiente que lo intenta, no vaya a ser que le salga bien la apuesta. Que vengan, que nos pongan, que nos hagan, que nos arreglen. Pero que sean otros.
Seamos sinceros: no creemos en nuestro pueblo. Porque, de lo contrario no lo abandonaríamos, no lo maltrataríamos y, en vez de soñar con escapar de él, estaríamos invirtiendo tiempo, ilusión, esfuerzo y dinero en Mieres. Como hace la gente que cree.
LA NUEVA ESPAÑA DE LAS CUENCAS 21/3/2019
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