Andas haciendo las cosas a la carrera, dándole a las teclas como un robot y, cuando quieres darte cuenta, le acabas de mandar un correo electrónico a una compañera de profesión en el que te despides muy cortésmente con “un salido”. Y tú querías escribir, como pueden adivinar, “un saludo”. Y en los tiempos que corren, una tontería involuntaria como esta puede conllevar una denuncia, un escrache en el portal de casa, tres o cuatro manifestaciones y un programa de investigación de La Sexta. Y te pones a darle vueltas al tarro y notas que la inquietud se va apoderando del sistema nervioso. Y la colega no responde. Pero la imaginas al otro extremo del código binario de internet sacudiendo el bolígrafo contra la mesa, conteniendo las ganas inmensas de devolverte el “salido” con una de esas frases cortas que te cuelgan el ordenador de pura mala leche. Una letra, una simple letra, lo cambia todo. No existe mayor brevedad que concentre semejante disparidad de significados. Ni los simbolitos del guasap tienen esa propiedad. Qué hacer. La llamo. No, mejor no la llamo. Le mando otro correo. Tampoco. Cualquier intento de explicar el error puede ser catastrófico. Quizá no se dio cuenta. A lo mejor entendió la ridícula confusión. Posiblemente no le ha dado la menor importancia y por eso no hay respuesta incendiaria. Dejémoslo estar. Voy a olvidarlo. Es tontería darle vueltas a un asunto que no da más de sí. O sí da más de sí. Mañana tenemos que vernos en el juzgado. Ay madre. A que me tira el correo a la cara. Aquí viene el salido. Me va a dar algo, que cuando me pongo colorado se me nota mucho. A quién se le ocurriría poner la u y la i juntas en el teclado. Además, qué discriminación: este riesgo sólo lo corre un hombre. No cabe confundir “una salida” con “una saluda”. Ay, que acaba de responder. No sé si leerlo. Bueno, les dejo. A ver qué pasa. Un salido. Digo, un saludo.
LA NUEVA ESPAÑA DE LAS CUENCAS 10/1/2019
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