O sea, 25 euros en peajes entre el Huerna y Adanero y Manuela Carmena me impide llegar a Madrid. Lo sé, ya me declaré partidario de abandonar el motor de combustión porque los que saben de esto aseguran que el futuro va por otra parte, pero, oiga, paso a paso, sin atosigar, dando un poco de tiempo para hacernos a la idea e ir preparando la despedida de nuestro sufrido automóvil. En su momento fue una adquisición más que recomendable, como los acumuladores de tarifa nocturna. La madre que los parió. Todavía se me permite circular por las carreteras españolas. Es más, soy muy bien recibido en los peajes. Y me cobran una suma considerable en concepto de impuestos. Pero ahora a los mandamases les ha dado por decir que mi coche viene a ser como Chernobil con ruedas. Y tampoco es eso. En la ITV me miran malamente, y supero brillantemente las pruebas hasta que llegamos a la medición de gases. Suspenso. Y no me queda otra que llevarlo a hacerle algo parecido a una limpieza intestinal, esas lavativas a las que algunos se someten para lucir un colon inmaculado, pero para motores diesel. Lo aspiran por los adentros y sale sin un mal humo. Aprobado. Pues a pesar de haber superado y abonado los obstáculos, en llegando a las afueras de la capital, la ordenanza capitalina de tráfico obliga a buscar un hueco para aparcar en las afueras y un transporte público que te acerque al centro. Porque no hay pegatina de calificación ecológica que se adhiera a mi parabrisas. Y como se te ocurra adentrarte más allá del Arco de La Moncloa, las fuerzas carmenitas te disparan a discreción. Y los 25 euros de los peajes te parecen la propina. Es como pagar para ir al teatro y que no te permitan pasar del vestíbulo. Porque dicen que expeles humos altamente perjudiciales. Y la iniciativa se va a extender, ya lo verán. En una de estas no me dejan ni salir de la cochera.
LA NUEVA ESPAÑA DE LAS CUENCAS 26/12/2018
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