lunes, 22 de octubre de 2018
DISTANCIA
Poner cierta distancia, además de como terapia de desintoxicación, sirve para darse cuenta de que más allá de nuestras fronteras poco, por no decir que nada, importan esos asuntos que a nosotros nos tienen tan ocupados. Nadie habla de Cataluña. Nada se escucha sobre Franco. Y hacen muy bien. Las paranoias españolas, que las aguanten los españoles. Lo que les faltaba a los pobres: hacernos caso. Allá, al otro lado de la línea fronteriza, las cosas se hablan, se explican e incluso se debaten. Pero no se gritan ni se monta un espectáculo cada dos por tres. En los programas de actualidad rigen la cortesía, la educación y el respeto. Unos escuchan a otros, sin interrupciones, sin alborotos, sin insultos, sin desprecios. Reconozco que hace ya tiempo que dejé de ver los debates televisivos españoles porque advertí que me subía la tensión. Eso no es intercambiar opiniones: es ladrar. Y lo más desesperante es que de este modo tan agresivo y grosero se capta a la audiencia, que es precisamente lo que reclama. Ay, qué asco. Me lo decía un conocido es otro día: quiero dejar de ser español. Porque no soporta tanto mal gusto, tanta mala uva, tanto colmillo afilado, tanta zafiedad y tanta polémica absurda. En la casina de campo no hay cobertura de móvil ni internet. Y la tele, según las horas y las emisoras, se ve o no. Al principio, recién llegado de la modernidad, puedes sentir cierta ansiedad. Pero poco después comienzas a apreciar el valor del silencio y del apagón informativo. Y la marejada que llevamos en el cerebro cesa para permitir que broten otros pensamientos, libres de ruidos y presiones. Y mientras cierras los ojos para encontrar el sueño con el único sonido de fondo del agua de la fuente, reconoces lo necesario que es distanciarse de la estúpidamente acelerada y desquiciada realidad, que está provocando que, ante la imposibilidad de pensar con lucidez, tomemos como propias ideas ajenas transmitidas por medio de algún tipo de onda.
LA NUEVA ESPAÑA DE LAS CUENCAS 3/9/2018
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