martes, 17 de abril de 2018

JUNTOS O SEPARADOS (I y II)



Alguien dijo que a Manuel Fraga le cabía el Estado en la cabeza. La mía, sin ser pequeña, no da para tanto, ni mucho menos. De ahí que no tenga la solución al problema catalán. Pero lo que parece evidente es que, por el actual camino, no mejoramos. Las posiciones están cada vez más enconadas, la tensión es insoportable y han desaparecido la hermandad, la cordialidad y el respeto. Por ambos lados. Vaya por delante que considero que el propósito independentista de una considerable parte del pueblo catalán es un monumental error. Existe una infinidad de motivos para la unidad, tanto históricos y culturales como meramente políticos y económicos. Y las supuestas señas identitarias palidecen ante el apabullante repertorio de lo que nos iguala. Creo que el futuro ha de escribirse a partir de la unión de las sociedades libres. Por ello, entiendo los nacionalismos europeos como miopes y trasnochadas respuestas al proyecto de un continente unido, abierto, libre y democrático. Pero, a pesar de mi postura contraria, me parece que no es menos razonable y, por supuesto, democrático, consultar a la sociedad o, en el caso de España, por su particular división, a las sociedades que lo integran. Porque un país debería ser lo que sus ciudadanos quieren que sea. Y si la mayoría de una o varias de nuestras autonomías es partidaria de la independencia, ¿por qué no habríamos de permitir el cumplimiento de sus deseos? Insisto en que me parecería un error, pero sería la decisión popular, que se supone adulta y responsable. Un referéndum a nivel nacional para expresar si queremos seguir siendo españoles o pasar a ser sólo asturianos, andaluces, vascos o canarios, además de un ejercicio democrático, aportaría una información valiosísima, una fotografía real de España sobre la base de la opinión de los que siempre deberían tener voz. Y si algunas partes del país se mostraran mayoritariamente favorables a la escisión, tampoco creo que hubiera que tomarlo como un drama. Si la voluntad del pueblo catalán, manifestada en una consulta legal, segura y pacífica, fuera la independencia, nadie debería interpretarla como una declaración de guerra o un acto de enemistad. Sería, sencillamente, la expresión de su aspiración como sociedad, acertada o errónea. 


Está claro que así no vamos bien. La irracionalidad, el criterio que brota de las tripas y la bilis constituyen la sustancia sobre la que se está tratando el conflicto catalán. Y creo que en demérito del Estado español, la única argumentación para rebatir el independentismo es de un irritante signo negativo. No, mal, prohibido, ilegal, anticonstitucional, catástrofe económica, fuga empresarial, ruina, exclusión de la UE, denuncias, prisión, aislamiento, etcétera. Desde España no se lanza ningún mensaje positivo, conciliador, constructivo, afectuoso, dirigido a la muy relevante parte de la sociedad que asimila con naturalidad la dualidad catalana y española. Siendo ese el sector prioritario a fidelizar, mala estrategia es saturar el discurso a favor de la unidad de amenazas y terribles augurios. Y con más motivo siendo conscientes de que la versión sobre las bondades nacionalistas lleva decenios calando el terreno en exclusiva. Dense cuenta de que España únicamente advierte de las dramáticas consecuencias, principalmente económicas, de la hipotética separación como si nada más hubiera en común con Cataluña. Ni lazos afectivos, ni orígenes compartidos, ni idiomas con los mismos apellidos. Sólo habla la España enfadada, amenazadora y negativa. Qué estrategia tan pobre. Es un error considerar que un catalán sólo está unido a España por cuestiones dinerarias. Un gran error. Porque si el concepto de España ha quedado reducido a un simple conjunto de relaciones económicas, cambiar de país sería como cambiar de banco. Así se sencillo. Así de frío y aséptico. Pues me temo que nuestros representantes no están sabiendo dirigir el mensaje correcto, positivo y favorable al “cliente” que puede inclinar la balanza. Pretender que el independentismo convencido reconsidere su postura a base de severas amonestaciones y advertencias de todo tipo de males futuros es una pérdida de tiempo. Ese barco ya zarpó hace muchos años. La llave la tienen otros: los que ven y oyen, los que asisten en silencio al actual disparate, a este peligroso enconamiento, los que se sienten heridos cada vez que alguien incendia una bandera española o escucha groseras expresiones de desprecio hacia Cataluña. Hay que devolver la humanidad a las relaciones humanas. Y España es, o debería ser, una gran comunidad de relaciones humanas. 

LA NUEVA ESPAÑA DE LAS CUENCAS 12 Y 16 de abril de 2018

martes, 10 de abril de 2018

DE LO NUESTRO



Cuatro amigos en torno a una mesa. Unos vinos y algo para picar. Y una larga conversación sobre nosotros, los pensamientos que nos rondan por la cabeza, las preocupaciones, las aspiraciones, los fracasos, los deseos realizados y por alcanzar, los sinsabores, las alegrías y los temores. Volaron los minutos entre confesiones, recuerdos y sentimientos. Por momentos, incluso asomaron algunas lágrimas en los ojos. Hablamos y hablamos. De lo nuestro y sólo de lo nuestro. De nadie más. No era tiempo de fulanitos y menganitas, de la que lo dejó con el marido, del que cierra el negocio, de esa que tanto presume, del que no paga ni al panadero. No era el día de hablar de los demás. Ni de criticar a nadie. Y una vez concluimos entre besos y abrazos volví a casa con una extraña pero cálida sensación. La de haber hablado. La de haber escuchado. La de haber participado en una conversación interesante. Sin mala leche ni chismorreos. Sin poner a nadie a parir. Sin meter las narices en las vidas ajenas. Sin miradas de reojo. No es fácil que suceda algo así. Porque parece que, en general, nos alimentamos destripando a otros. Casi cualquier charla acaba derivando hacia las existencias de personas que, objetivamente, no deberían ocuparnos de esa manera. Qué nos importa lo que hagan éstos o aquéllos. Qué vacías son nuestras vidas si hemos de llenarlas fisgando por la ventana, poniendo la antena y rajando sin miramientos al primero que se nos ponga delante. Si tienes un chaval que es un zángano de tres pares de napias, mal vas si hallas consuelo criticando a los vecinos del segundo interior. Y si no te puedes permitir un coche como el de ese compañero de trabajo, no será más accesible por mucho que hables mal de él por ahí. Que si una engordó, que si el otro sale o entra, que si dicen que se muere, que si compran pero no pagan, que si se comenta, que si está en boca de la gente. ¿Por qué resulta tan difícil que, entre nosotros, tratemos sólo de lo nuestro? ¿No nos cansamos de cotillear? ¿Será posible vivir sin despellejar a nadie? Pues parece que no, por desgracia. 

LA NUEVA ESPAÑA DE LAS CUENCAS 5/4/2018

LA HORA



Una noticia que da que pensar: Inmediatamente después del reciente terremoto sufrido en Oaxaca (Méjico), un grupo de supervivientes, huyendo de la amenaza de derrumbamientos, corrió a refugiarse en un lugar más seguro, llamado Colonia Aviación. Bueno, pues allá estaban creyéndose algo más a salvo cuando se les vino encima un helicóptero que sobrevolaba la zona de la catástrofe. Ninguno de los ocupantes de la aeronave sufrió daños. Sin embargo, una docena de refugiados murió. Caray, está claro que era su hora. No los mató la sacudida bajo sus pies; no acabó con ellos el desmoronamiento de las construcciones; sortearon los peligros de las explosiones de gas y los fallos eléctricos. Y, superada la prueba y aguardando la llegada de la ayuda, fueron aplastados por el helicóptero desde el que las autoridades comprobaban la magnitud del destrozo. Qué forma tan surrealista de dejar de existir. Y es que va a ser cierto eso de que, cuando llega la hora, da igual lo que hagas, lo que te escondas, lo que luches, que la cosa no tiene vuelta atrás. De ahí que también debamos dar la razón a los que recomiendan tener siempre la maleta preparada, porque no podemos saber a ciencia cierta el momento en que nos tocará viajar. Cada día me doy más cuenta de lo arriesgado de apostarlo todo a futuro. Para más adelante, cuando me jubile, otra vez será, hay más días que longanizas… Falso por la propia indeterminación de nuestro tiempo de estancia. Esto puede acabarse hoy como dentro de cuarenta años. Nadie lo sabe. Por ello, hemos de procurar vivir más allá de ese indiferente pasar los días tan habitual. Esto se acaba. No sé cuándo, pero se acaba. Y es posible que no lleguemos a ver materializados los planes para mañana, para más adelante. Que tampoco se trata de apurar cada día como si fuera el último. Tampoco es eso. Qué estrés tan grande, por favor. Pero quizá consista en darle algo más de relevancia a cada hoja que arrancamos del calendario, que cada día pensemos, sintamos, hagamos, digamos, transmitamos algo que valga la pena, por lo que haya merecido vivir y que podamos llevarnos en la maleta.  

LA NUEVA ESPAÑA DE LAS CUENCAS 25/3/2018