Y, entonces, sonó un móvil. Porque siempre suena un móvil cuando no debería sonar. En un concierto, en un funeral, en medio de un discurso, en un juicio, en plena intervención a corazón abierto… Y claro, por más que sólo hubiera seis asistentes a la conferencia, sonó un móvil. Y a nadie sorprendió. Porque de ser ciertas las cifras, en este mundo ya hay más móviles que habitantes, luego entra dentro de lo posible que suene un móvil incluso cuando no haya nadie. Una sala vacía y un móvil sonando.
Al principio se dio el caso de funciones de teatro interrumpidas por un politono hortera o de pilotos de avión que amenazaban con dar la vuelta como alguien llevara el móvil encendido. Eran los tiempos en que la gente se avergonzaba mucho si le sonaba el móvil en misa, en el cine o en el diván del psiquiatra. Pero esa etapa ya ha sido superada porque es inútil y estúpido luchar contra lo que no puedes derrotar. Y puesto que, por más que se advierta, siempre habrá alguien que no silencie el móvil en la ópera, lo más inteligente es continuar como si nada, procurando ignorar la gran chorrada que siempre se utiliza como excusa universal: “Bah, si a mí no me llama casi nadie, quién iba a suponer que lo harían precisamente ahora. Qué mala suerte”. Pero ello sin apagar el móvil, por supuesto. No vaya a ser. Porque nos pongamos como nos pongamos, el móvil sonará. En los actos más solemnes, en los momentos más trascendentales, perdidos en el desierto de Gobi o en lo más hondo de la Fosa de las Marianas, en un convento de clausura, haciéndonos una resonancia magnética, en un colegio de sordomudos, dentro de un ataúd, en plena contemplación de una lluvia de estrellas o de las auroras boreales, avistando ballenas, en la silla eléctrica, en el momento cumbre del tacto rectal, cuando la diva cante “O mio babbino caro”, habrá un móvil que suene. Seamos decenas los presentes o cuatro gatos. Ya les digo, como si no hay nadie. Sonará.
LA NUEVA ESPAÑA de las Cuencas 1/10/2016
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