jueves, 9 de julio de 2015
LA AUSENCIA
Me habían hablado de ella, pero jamás imaginé que pudiera ser un sentimiento tan potente. Estoy sentado en un escalón del mirador del faro del Cabo Busto, de espaldas al mar, al que oigo golpear contra la piedra. De mi mochila extraigo una botella de agua para mitigar el calor veraniego. Traigo los ojos cargados de la belleza del camino, de los verdes y los malvas, de los azules marinos y los celestes aéreos. Y, al suspirar, desconozco cómo, vuelvo a percibir su ausencia en todo mi ser. Es un vacío que me resulta de difícil descripción. Es que te falta tanto, tantísimo, alguien que es como si faltase uno mismo. Es una fría oquedad en mi interior. Y me veo incapaz de contener las lágrimas.
Sabía que iba a ocurrir. Era consciente de lo inexorable del final. Es más, imploré, como él, que ocurriera. Estábamos listos. Lo esperábamos. Y recorrimos el último trecho del mejor modo posible. Finalmente, tal como estaba previsto, ocurrió. Y, dentro de lo malo, ocurrió bien. Pues resulta que hoy, cuando ya ha volado más de un mes, nada de ello es consuelo. Y su ausencia no deja de crecer. Porque le intuyo tras una puerta, porque me parece oír su voz, porque escucho el sonido de sus zapatillas arrastrándose por el suelo, porque le recuerdo vivamente acostado en aquella cama, en aquel hospital en el que descubrí el infinito placer de cuidar a un ser querido, porque daría lo que fuera por poder seguir haciéndolo. Lo que fuera.
Es curioso: en sus últimos años él me necesitó a mí. Hoy yo le necesito a él, aunque sea para llevarle la cuchara a la boca, acariciarle el pelo y oírle refunfuñar. Soy consciente de lo que me está pasando, que estoy atravesando un periodo duro y delicado, eso que llaman duelo, que es absolutamente natural. Y quiero suponer que con el paso del tiempo la tremenda herida que llevo dentro cicatrizará, si bien el dolor no desaparecerá del todo. Sin embargo, aún sabiéndolo, no puedo evitar asustarme ante mi indefensión frente a la catarata emocional que se me ha venido encima. Y es que, a pesar de conocer el final del libro, no estaba preparado para darle la vuelta a la última página y cerrarlo.
Publicado en LA NUEVA ESPAÑA de Las Cuencas el 9/7/2015
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